EMMA.
Tres días después.
Viernes.
Llegué con Mia a Cancún por la mañana, y pagué con mi tarjeta un hospedaje de 15 días. Yo solo podía sonreír viendo a la chica emocionada tomando fotos, y por primera vez, quise ser una persona diferente a mí, o al menos estar en el lugar de ella.
Nos dieron la bienvenida con unos mariachis, y unas bailarinas de faldas largas, mientras Mia se tomó fotos en cada lugar que se detenía.
Un chico vino a nosotras con unas bandejas para darnos un vaso pequeño que contenía tequila, y lo tomé de un trago para arrugar mi cara mientras el líquido quemó mi garganta.
—¡Emma…! ¡Me voy a morir de felicidad…! —Me giré para ver gritando a Mia grabando un video de la música, y sonreí recordando que le había exigido no más “señorita Johnson” en su boca.
Además, había tenido que ir a la casa de sus padres, para que de cierta forma creyeran que su jefa la iba a llevar a un viaje con todo pago.
Mia tenía 22 años, era una chica de casa, y había tenido la suerte de contar co