EMMA.
Perdí la cuenta de cuantas bebidas había tomado, pero sentí mi cuerpo libre, y la mente despegada cuando la noche se encendió un poco más, y yo solo bailaba como una loca con Mia en el centro de la pista.
Como estábamos solas, algunos hombres se acercaron a presentarse, e incluso a bailar un poco, pero permanecimos unidas en el grupo para no dramatizar la noche, y cuando la música movida cambió a algo suave, Mia me gritó en el oído.
—¡Tengo más sed…! ¿Vamos a la barra? —asentí, y cuando llegué a la barra me sentí mareada—. ¿Pido lo mismo para ti?
Afirmé apretando mis ojos y cuando el coctel estuvo servido, me lo tomé de prisa, porque tenía mucha sed.
Quizás mi cuerpo estaba menos despierto, y más llevado por el alcohol, y aunque trastabillé un poco tratando de sentarme en la silla, no quería volver a la habitación por nada del mundo.
Hoy era todo o nada.
—Hola… —una voz gruesa hizo que me sacudiera, y al girarme tenía a este hombre muy cerca de mí—. No pensé encontrarte aquí… he