En el auto, el silencio entre Thor y Celina no era incómodo —por el contrario, era confortable, íntimo. La ciudad brillaba afuera, con luces que se extendían en el horizonte como pequeñas luciérnagas atrapadas en el concreto. Thor manejaba con una mano y, con la otra, tomaba la suya, acariciando suavemente sus dedos. Le lanzó una mirada rápida y preguntó con voz baja, grave y llena de ternura:
—¿Quieres parar en algún lugar para cenar? Conozco un bistró discreto aquí cerca.
Celina sonrió, aunque sus ojos delataban el cansancio del viaje.
—No... prefiero algo más simple hoy. Estoy bastante cansada. Si tienes algo para picar en tu casa, ya está perfecto.
Thor sonrió de lado, satisfecho con la respuesta. Llevó la mano de ella a sus labios y depositó un beso prolongado sobre los dedos.
—Entonces será en casa.
Poco después, estacionaron en el garaje de la torre donde quedaba el penthouse de Thor. En el vestíbulo, él pidió que Celina lo acompañara hasta la recepción para hacer su regis