EL HOSPITAL EMBRUJADO
EL HOSPITAL EMBRUJADO
Por: Escritora soñadora
UN. NUEVO FICHAJE

El hospital provincial contaba con la unidad de cuidados paliativos más moderno y mejor valorado de toda España. Venían enfermos de todo el territorio nacional para ingresar en la unidad.

Teresa Hernández era la directora del hospital y, debido a sus conocimientos de cómo paliar el dolor, también era la responsable de dicha unidad.

Aunque contaba con un buen equipo de psicólogos, los enfermeros y enfermeras estaban específicamente preparados para ayudar a las personas en sus últimos momentos de vida. La queja principal venía dada por la falta de empatía del personal.

La doctora Hernández justificaba esta carencia diciendo que debían mantener cierta distancia con los enfermos, pues, si no, podían verse afectados psicológicamente, si se implicaban emocionalmente con ellos, pero en el fondo le gustaría que el personal de la unidad de cuidados paliativos tuvieran un poco más de empatía, por lo que decidió convocar una reunión para debatir sobre ese asunto con los trabajadores de dicha unidad.

—Hola a todos. En general la gente está contenta con el funcionamiento de esta unidad y con el personal que lo califican como muy profesional, pero hay una queja —informó Teresa a todo el personal.

—¿Cuál es esa queja? —preguntó Patricia, la jefa de enfermería.

—Se quejan de que el trato con los pacientes podría ser más cercano —comentó la directora.

—Pero si hacemos eso, podemos caer en depresión cuando se mueran, pues nos va a afectar emocionalmente —respondió un celador.

—Pondré a vuestra disposición un equipo de psicólogos especializados en estos casos —dijo Teresa.

—Yo a mi equipo le daré instrucciones para ello —afirmó la jefa de enfermería.

—Gracias, os pido a todos lo mismo, os corresponderé en consecuencia —insistió la directora dando por concluida la reunión.

Después de la reunión se convocaron charlas desde los distintos departamentos para comunicar la petición de la directora y de las medidas que iban a tomar para hacer un informe y entregárselo a esta

Mientras tanto, la directora iba buscando y entrevistando psicólogos para ayudar tanto a los pacientes como al personal del hospital.

El perfil que estaba buscando era el de expertos en tratar situaciones traumáticas y que fueran capaces de empatizar con los enfermos y con la familia, pero le estaba costando más de lo esperado encontrar a esos psicólogos.

Teresa terminó su turno en el hospital, se fue a cenar con su amiga Felisa, que hacía años que no veía, pero pasaba por la ciudad para visitar a un familiar. Cuando vio a Felisa, Teresa se llevó una gran sorpresa, pues se había convertido en monja.

—Hola Felisa, que sorpresa más grande.

—Hola Teresa, imagino que no te esperabas verme vestida de monja —dijo Felisa dándole un grandísimo abrazo.

—La verdad es que no me esperaba esto con lo que te gustaban los hombres —respondió la directora del hospital.

—Me he llevado demasiadas decepciones y decidí casarme con el único hombre que no va a hacerme daño, Dios. Y tú, ¿qué haces? —le preguntó la monja.

—Soy directora del hospital provincial y también dirijo la unidad de cuidados paliativos.

—He oído hablar mucho de tu hospital, tiene muy buena fama y es referencia en cuidados paliativos.

—Eso es cierto, aunque ahora tengo un pequeño problema —dijo Teresa mientras colgaba el móvil, pues no quería coger la llamada.

—Haber cogido la llamada, no me hubiera importado. ¿Cuál es ese problema? —preguntó Teresa.

—Estoy buscando psicólogos para ayudar a los pacientes y al personal sanitario, pero necesito que al mismo tiempo sean empáticos y enseñen a mi equipo.

—Yo estudié algo de psicología y soy enfermera de mi diócesis, si quieres te puedo ayudar.

—Te agradezco tu ofrecimiento. Mañana te pasas por el hospital y hablamos.

Después de cenar, Teresa acercó a Felisa hasta su hotel y después se fue a su casa. No pudo dormir, pues estaba dando vueltas a la proposición de su amiga.

Teresa se quedó dormida a última hora, y para colmo el despertador no sonó, por lo que iba a llegar tarde e intentó llamar a Felisa, pero no le cogió el teléfono.

La monja llegó al hospital y preguntó por el despacho de Teresa, y un amable celador se ofreció a acompañarla hasta ella.

—Perdone, si no es indiscreción, ¿cómo le puedo llamar? —dijo el celador.

—Llámeme Sor Felisa y, ¿yo a usted? —respondió Felisa.

—Encantado, mi nombre es Fernando —insistió el hombre—. Ese es el despacho de Teresa, pero no debe haber llegado todavía, pues está cerrado. —Continuó diciendo.

—Me gustaría conocer la unidad de cuidados paliativos, ¿me puede indicar dónde está? —comentó la monja.

—Bajé hasta la segunda planta y nada más salir del ascensor, la puerta de la derecha, no tiene pérdida —le explicó el celador dándole dos besos y volviendo a su trabajo.

Felisa siguió las instrucciones que le había dado Fernando y llegó a la unidad, donde encontró a una anciana que estaba llorando en su habitación y nadie le hacía caso, por lo que decidió entrar a consolarla, dándole un abrazo de esos que son capaces de quitar todas las penas.

—Gracias, hermana —dijo la mujer secándose las lágrimas con un pañuelo.

—No tiene porque dármelas, es mi trabajo, soy una sierva de Dios. ¿Qué le sucede? —preguntó la monja.

—Se ha muerto la persona de la habitación de enfrente —informó señalando con el dedo.

—Y he visto a todos sus familiares llorar de pena y no quiero que mis seres queridos estén así cuando yo me muera. —Continuó diciendo la mujer mayor.

—Si supieran que se ha ido a un lugar donde va a dejar de sufrir, va a ser feliz y se va a reencontrar con las personas que ya se han ido, no llorarían, pero a parte siempre cuidará de ellos desde donde está. ¿Me puede decir su nombre?, para así tener un trato más cercano. Yo me llamo Felisa —comentó la monja acariciando la mejilla de la anciana.

—Encantada, me llamo Consuelo y me han dicho que no me quedan muchos días de vida.

—Consuelo, no se preocupe, manténgase tranquila, que no va a sufrir y yo le acompañaré en ese trance y también hablaré con su familia.

Teresa llegó al hospital y hasta sus oídos había llegado la noticia que una monja estaba en cuidados paliativos, cuando sin querer escuchó a dos enfermeras hablar. En su mente, apareció su amiga, por lo que se dirigió hacia allí.

—No se puede molestar a los pacientes —recordó la doctora cuando vio a Felisa en la habitación.

—No me está molestando, me está ayudando muchísimo —respondió Consuelo.

—Es broma, es una amiga mía y había quedado con ella para hablar de su posible contratación —comentó Teresa.

—Me alegro un montón de que vaya a trabajar aquí —dijo la anciana apretando la mano de la monja.

Tras despedirse de Consuelo, las dos amigas fueron al despacho de la doctora Hernández.

—Si aceptas, puedes empezar ahora mismo, lo que he visto es exactamente lo que estaba buscando, así que estás contratada.

—Por supuesto que acepto y no quiero ningún privilegio, tan solo pido una casa cerca del hospital —comentó Sor Felisa.

—No hay problema, la estancia de al lado de la capilla está libre, ya que no tenemos párroco, así que te puedes quedar allí.

—Vale, mañana me mudo y empiezo a trabajar, tengo que ir a por mis cosas.

—Déjame antes invitarte a comer —dijo Teresa.

Tras la comida, la monja se fue a su hotel y Teresa volvió al trabajo, pero quedaron a primerísima hora de la mañana para presentarle al resto de personal de la unidad.

Felisa ya había conseguido entrar a trabajar, como era su objetivo, pues le gustaba ayudar a los demás.

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