EL HIJO DE MI ESPOSO
EL HIJO DE MI ESPOSO
Por: Jeda Clavo
Capítulo 1. Te haré olvidar hasta tu nombre

Arion Aetós, se bajó del auto con una expresión pétrea, caminó con paso firme hacia el panteón donde sería la última morada de su padre, mientras lo hacía más de diez guardaespaldas lo rodearon, para brindarle protección, no era para menos, el griego era considerado uno de los hombres más influyentes y poderosos de Europa, además, que durante los últimos años fue objeto de varios atentados, por lo cual redobló su seguridad, no le daría ningún espacio a sus enemigos para atacarlo y destruirlo, por lo menos fácil no se los iba a poner.

Con paso firme caminó al sepulcro de su padre, por más intentos de controlar sus emociones estas bullían como una olla de presión en su interior, lamentaba profundamente haberse apartado de su lado por completo, exactamente fueron quince años de ausencia, quizás pudo haber intentado un acercamiento, sin embargo, la brecha entre ellos se profundizó cuando se casó con Maya Sinclair, una mujer con rostro de inocencia y cuerpo de perdición, una trepadora, que por el dinero no le importó casarse con un viejo que le triplicaba la edad, tan solo para poner sus garras en el patrimonio de su padre, o era lo que ella creía porque él no estaba dispuesto a permitírselo.

«¡Maldita trepadora!» Exclamó conteniendo su enojo.

Los recuerdos de ese día, llegaron a su mente, sin poder evitarlo.

Cuatro años antes

Se encontraba en Londres, en ese momento, en la principal sucursal de su empresa Aetós Capital, una de las más grandes productoras de diamantes, cobre, entre otros y la principal productora mundial de platino, alcanzando más del 40% de la producción mundial, con operaciones en África, Asia, Australia, Europa, Norteamérica y Sudamérica.

Su padre lo llamó después de tener más de cinco años de no comunicarse.

“—Arion, soy tu padre, te he llamado para darte una noticia y hacerte una invitación, por favor, necesito que vengas, voy a casarme en un par de días —por un momento quedó estático, sin creer la noticia que le estaba dando.

—¿Casarte? ¿Piensas casarte? —preguntó con incredulidad, creyó que su padre nunca volvería a comprometerse con nadie, porque después de la muerte de su madre, aunque tuvo múltiples relaciones, saltaba de una a otra sin comprometerse más de lo necesario, respiró profundo para contener su carácter— ¿Puedo saber quién es la afortunada? —preguntó sin ocultar su curiosidad.

—No la conoces, pero espero que por fin podamos limar asperezas y vengas a conocer a mi futura esposa, además, hay algo importante que debo confesarte —el tono de la voz de su padre no era alegre, más bien parecía como si cargara una gran tristeza consigo.

Habían acabado con su relación en mal término unos años atrás, una de las razones por las que lo presionó para casarse con la hija de uno de los hombres más ricos de Grecia, quería usarlo como moneda de negociación y él se negó.

De eso hacía más de diez años, y cuando no quiso hacerlo terminó desheredándolo, aunque eso realmente no le importaba, le hizo un gran favor, ahora tenía más dinero del que pudieran gastar él y sus próximas generaciones, si es que algún día decidía tener hijos.

En ese entonces, aceptó la invitación de su padre y viajó a Atenas, llegó un día antes, mas no quiso quedarse en la casa familiar, por eso se hospedó en el hotel más lujoso de la ciudad “El gran Luxury de Atenas”. No quería ir a visitar a su padre, pues deseaba tener el mínimo contacto con él, pues estaba seguro de que terminarían su encuentro como siempre, en una discusión que los alejaría por quince años más.

Como llegó a horas nocturnas se fue directo a un antro ubicado en el mismo hotel, se sentó en la barra y pidió una botella de whisky, la cual esperaba tomarse solo o quizás con alguna compañía femenina, estas nunca le faltaban, pues la idea del matrimonio de su padre, no le gustaba, tenía demasiado resentimiento en su contra, pensaba que no merecía ser feliz, no después de haberle hecho la vida miserable a todos.

Se sirvió una copa y la tomó de un solo trago, cuando iba a tomarse la siguiente, un bullicio llamó su atención, era tanto el escándalo que debió girarse y allí vio a un grupo de mujeres sentadas en un apartado, mientras un hombre semi desnudo les bailaba de cerca, lo que provocaba mayores gritos y aumentaba el escándalo, de las chicas, hizo una mueca de desagrado.

—¡Idiotas! —exclamó, deseando poder acallar sus gritos, en ese momento ver felices y disfrutando a otro causaba un gran malestar en su interior, era un ser extremadamente egoísta, que pensaba que si él no era feliz nadie más podía serlo.

Aunque deseaba seguir ignorándolas, una de las mujeres llamó su atención, era una chica pelinegra, con una hermosa figura, parecía una hermosa muñequita su piel se veía muy blanca, por su aspecto no parecía griega, quizás su familia tenía origen en cualquier parte de Europa, intentó ver su rostro, mas no fue posible.

El bartender se dio cuenta hacia dónde extendió su vista y comenzó a sacarle conversación.

—Es una despedida de soltera, de hecho en este instante hay tres más, mañana tendremos un día plagado de muchas bodas —dijo el hombre sin dejar de sonreír como un idiota, poniéndolo de más mal humor.

—Es una gran pérdida de tiempo, más es la parafernalia empleada en su celebración que el tiempo que durarán esos matrimonios, el amor no existe, solo la conveniencia y la oportunidad —pronunció con resentimiento, pensando en su padre y en la que se convertiría en su futura mujer.

Estaba conversando con el hombre, cuando se acercó una de las chicas presentes en la despedida de soltera, al verla parada a su lado, no pudo evitar recorrerla de pies a cabeza, era la misma chica que llamó su atención hacía breves momentos, una corriente de excitación nació en su bajo vientre y recorrió su cuerpo como si alguien le hubiese puesto un cable cargado de electricidad, movió sus piernas un poco cuando sintió crecer su miembro, el cual al parecer tenía vida propia.

Sin pensar en lo que hacía, se levantó, llamando la atención de la mujer, quien lo miró con una expresión de sorpresa, dejándolo ver sus hermosos ojos azules, tan profundos como el océano, los cuales abrió de par en par mientras dibujaba una perfecta O con sus labios.

Era hermosa, nunca había visto una mujer con facciones tan perfectas, unos labios voluptuosos, que lo invitaban a probar, no pudo detenerse y como todo un conquistador, extendió su mano y dibujó su mejor sonrisa.

—¡Wow! Su belleza es impresionante —pronunció seductoramente y sin querer dejar al descubierto su identidad inventó un nombre—. Mucho gusto, soy Eros.

Ella sonrió de manera misteriosa, mostrando una hermosa dentadura.

—Yo soy Afrodita —respondió la mujer con picardía, allí supo que ella sabía de su falsa identidad, sin embargo, eso no los detuvo.

Le ofreció sentarse a su lado y sin ninguna duda lo hizo.

—¿Qué estabas tomando? —le preguntó, pues quería que se sintiera bien, ella se quedó desconcertada.

—Lo mismo que tomas tú —respondió mirándolo como si quisiera devorarlo con la mirada.

Le sirvió un trago y brindaron.

—¿Eres de aquí? —interrogó y la chica sostuvo la copa entre sus labios sin dejar de observarlo, pero en vez de responderle, le hizo otra pregunta.

—¿No te lo parezco? —preguntó con voz seductora.

—Eres demasiado atrevida para serlo, pareces extranjera —respondió él sin poder apartar los ojos de ella, estaba como hipnotizado.

—¿En serio te crees eso de que las mujeres griegas somos muy recatadas? Al parecer has sido criado a la antigua, te sorprendería de todo lo que somos capaces de hacer —pronunció ella pasando la lengua por sus labios en un gesto involuntario.

—Si quieres puedes mostrármelo —declaró coqueto y sin darle tiempo a pensarlo, se acercó a ella y unió sus labios con los suyos, el sabor de su boca era una mezcla a licor y algo dulce que no pudo identificar, se abandonaron a los besos.

El cuerpo del hombre estaba encendido, quería llevársela a su habitación lo más pronto posible, sentía que las palabras estaban de más, el rostro sonrojado de la chica, su coqueteo, el ritmo de su respiración, el roce de la pierna con la suya, lo tenían a punto de explotar, no podía aguantar más su erección debajo del pantalón. Los pechos de la chica resaltaban voluptuosos, no pudo resistirse más y la invitó a un lugar más íntimo.

—¿Podemos buscar un sitio donde podamos hablar con mayor privacidad? —preguntó, ella dudó por un instante y al final afirmó con la cabeza.

La tomó de la mano, dejó varios billetes para pagar la cuenta y caminó con ella al ascensor; ella lo miró sorprendida, al ver que paró el elevador, apenas abrió la puerta, la tomó del mentón e hizo la pregunta que le rondó en la mente desde el mismo momento cuando la conoció.

—Decide si vienes conmigo o te quedas aquí, si tu respuesta es subir, debes tener claro que te haré el amor toda la noche, hasta hacerte olvidar hasta tu nombre —señaló el hombre con los ojos oscurecidos producto del deseo.

«A menudo se requiere más coraje para atreverse a hacer lo correcto que para temer hacer lo malo». Abraham Lincoln.

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