Capítulo 2. Una mentira

La chica lo observó por un momento, con una leve expresión de duda, entreabrió los labios, mas antes de poder hablar, el hombre se acercó como si se tratara de un depredador con su presa.

—Quien calla otorga —expresó con voz ronca.

Sin mediar más palabras, capturó sus labios, si ella quería decirle que no, nunca se supo por qué al sentir su boca en la suya, Afrodita no tuvo nada que objetar y se abandonó a sus besos, sintió el fuego propagarse en su interior y acumularse en su bajó vientre.

Cerró el ascensor y la recostó de la pared, la besó con fiereza, mientrasrecorría su cuerpo, acariciando con suavidad su piel, era una sensación sublime que nunca había sentido. Sintió la tímida mano de la mujer recorrer su pecho y los latidos de su corazón se aceleraron.

Las puertas del ascensor se abrieron y lo devolvieron a la realidad, sin embargo, no la bajó, caminó con ella entre sus brazos a su suite, colocó la huella de su dedo en el lector y al abrir la puerta caminó hacia el dormitorio, la lanzó en la cama sin ceremonia, al mismo tiempo que comenzaba a despojarse de su ropa.

La chica pasó su lengua por sus labios al ver semejante espécimen masculino quitándose su ropa, de por sí era el hombre más guapo que veía en su vida, bueno, tampoco es que ella había visto muchos.

El cuerpo del hombre quedó desprovisto de cualquier prenda, estaba perfectamente tallado, como si hubiese sido cincelado por las manos de los mismísimos dioses, él se sonrió al ver la expresión de la chica, tenía la boca abierta, su quijada casi le pegaba al suelo… bueno eso es un poco exagerado, mas definitivamente la muchacha estaba hipnotizada, mejor dicho idiotizada, al posar su mirada en sus atributos, para su satisfacción la naturaleza lo dotó demasiado bien y en ese instante, su cuerpo lucía orgulloso.

Él vio como ella apretaba sus piernas y como su respiración se agitaba, sonrió con voz ronca, al mismo tiempo que tomaba un paquete de preservativo.

—¿Estás disfrutando de la vista? Creo que sí, porque te ves muy entretenida, aunque puedo hacer que en vez de verlo, lo sientas —pronunció besándola sin perder la vista de ella—. Afrodita, tienes tan solo treinta segundos para tomar tu decisión.

—Yo… —cerró los ojos con fuerza como si estuviera luchando en contra de sus deseos—. Esto no está bien… voy a casarme mañana y… —su voz fue acallada por la del hombre.

—No te estoy pidiendo que te cases conmigo, solo quiero una intensa noche de pasión, yo también tengo problemas qué deseo olvidar, al mismo tiempo que te poseo de decenas de maneras diferentes.

Con esas palabras se arrodilló en la cama la bservabo con mucha pasión y empezó a darle el placer prometido.

No dejó un solo lugar del cuerpoi de Afrodita que no recorriera, el corazón de Eros, bombeaba con mayor fuerza, sentía la excitación correr por sus venas como si fueran llamaradas de fuego. La tomó con cuidado, la giró en la cama, y la hizo suya. Afrodita jadeaba como poseída, al mismo tiempo que apuñaba las sabanas de la cama perdiéndose en esas maravillosas sensaciones.

Momentos después, abandonados a la pasión se fundieron como uno solo, entre jadeos, sollozos, 

Afrodita jadeaba febril, a decir verdad, ambos estaban a mil, a punto de ceder a ese cúmulo de sensaciones que los enloquecía, Eros apretaba los ojos con fuerza en búsqueda del control en su interior, estaba sorprendido de su reacción, porque parecía un adolescente calenturiento, pero esa reacción solo era capaz de producírsela esa mujer, que le provocaba unas inigualables sensaciones.

Se hizo uno con ella, mientras sentía la estrechez de su cuerpo, al mismo tiempo que ella emitía un gemido de dolor.

—¡Eres mía! ¡Solo mía! —declaró inundando su cuerpo con el suyo—¿Acaso te lastimé? —interrogó con preocupación, hizo amago de retirarse, pero ella no lo dejó. 

—No te alejes, por favor —suplicó ella.

Eros, solo sonrió al mismo tiempo que terminaba de envainarse en ella al mismo tiempo que la mujer gemía enloquecida, su deseo uno por el otro era tanto que pronto tocaron la cima más alta del placer, hasta quedar exhaustos.

Durante la noche perdieron la cuenta de las veces que se hicieron uno, cada vez era más intensa que la otra, al final quedaron laxos, uno en brazos del otro y con las respiraciones a mil.

Arion se despertó, extendió su mano buscando a la chica con quien pasó la noche, sin embargo, el frío de la sabana le mostró que ya no estaba, abrió los ojos con un poco de mal humor.

—¿Cómo se le ocurre irse de esa manera? Me ignoró por completo y escapó como una ladrona. 

Vio la servilleta a un lado de la mesita de noche de la cama y leyó.

«Gracias por una noche maravillosa, la mejor que he vivido en mi vida, digna de Eros. Nunca te olvidaré. Con afecto, Afrodita» 

Arion tomó la nota y la arrugó en su mano con rabia, porque en ese instante, se sintió utilizado y era la primera vez en su vida que tenía esa sensación y no le resultó para nada agradable.

*****

Maya sintió el peso de una pierna en las suyas, cuando abrió los ojos, vio al apuesto hombre, alto, atlético, musculosos, sus piernas largas, su abundante cabello negro caía al descuido sobre su frente, la nariz y mandíbula poderosas, sus ojos muy grandes y las pestañas gruesas que parecía haberse aplicado rímel.

Se llevó la mano a la cabeza, le dolía, no era de mucho tomar, más la noche anterior lo hizo sin control, su conciencia quiso abrirse paso en su interior para recriminarse, más no se lo permitió.

—No vengas tú a quererme cuestionar —susurró en voz baja para sí misma—. No es hora de arrepentimiento. A lo hecho, pecho. Además, si voy a atarme a un viejo, no tiene de malo que disfrute, aunque sea por una sola vez, los ardientes brazos de un hombre joven. 

Recorrió una vez más el cuerpo del hombre, mientras se liberaba de su agarre, para su buena suerte, Eros tenía el sueño pesado y ni un movimiento hizo, revisó el suelo, con cuidado de hacer el menor ruido, buscando su ropa, la encontró en un extremo de la cama, al encontrarla se la llevó al baño, se vistió con premura y cuando salió de allí, tomó su cartera, buscó los zapatos y se los llevó en la mano, de pronto sintió la necesidad de escribirle una nota y lo hizo.

Después lo vio acostado una vez más y no pudo evitar el ramalazo de deseo recorrerla, le provocaba volver a lanzarse en la cama y estar tan solo una vez más con ese hombre, dejó a un lado ese pensamiento, se controló, porque tan solo en unas horas sería una mujer casada, respiró profundo y se giró.

Llamó el ascensor, para su buena suerte no debió esperar mucho tiempo, necesitaba encontrarse con sus mejores amigas que se estaban quedando en ese hotel, todas eran de otra ciudad de Patra, y su futuro esposo, para que no se sintiera sola en el momento más importante de su vida le había dado una Black Card, para que le pagara los gastos.

Llegó al quinto piso, donde se estaban quedando, antes de abrir la puerta, su celular repicó, vio el identificador de llamada, se dio cuenta de que era Theodore, su futuro esposo y lo atendió

—Aló, Theo.

—Maya, ¿Dónde estás? —interrogó el hombre con desconfianza, no obstante, la joven no lo notó.

—Dónde más voy a estar, si no es aquí en el hotel con las chicas —respondió con aparente tranquilidad, sin embargo, por dentro estaba muy nerviosa.

Abrió la puerta con su huella y entró, esperaba que sus amigas no estuvieran en la suite para que no le hicieran preguntas, más cuando entró, ellas la esperaban en la sala, aunque ese no era ninguna preocupación, el problema radicaba en que no estaban solas, sino que Theodore, su futuro marido, estaba con ellas, la miró de pies a cabeza con desconfianza y le preguntó.

 —Maya, ¿Dónde estabas y con quién? —exigió con voz seria, ante la expresión de asombro de la chica.

«El que dice una mentira no sabe qué tarea ha asumido, porque estará obligado a inventar veinte más para sostener la certeza de esta primera». Alexander Pope.

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