C2: El CEO de I'll Castello.

Luego de vestir uno de sus elegantes trajes, Taylor se dirigió a su cafetería favorita, pero como se había levantado un poco más tarde de lo habitual, se encontró con el sitio repleto de personas. Por lo tanto, decidió ir a otra.

Todos los lugares que frecuentaba eran ostentosos. Massimo, su padre, le enseñó que una persona de su estatus debía actuar de acorde a su nivel y mantener su reputación intacta.

Al llegar, bajó de su costoso auto gris e ingresó a la cafetería. Se acomodó en una de las mesas y realizó su orden. Tras unos minutos, la mesera regresó con su café expresso cubierto de una crema espesa y dorada. Taylor levantó la taza y la aproximó a su olfato para percibir su aroma, no era el expresso que acostumbraba beber, pero sabía bien de todos modos. Se relajaba mientras leía una revista, pero aquella tranquilidad se esfumaría al oír la pataleta de quien parecía ser un hombre adulto.

—¡Argh! ¿Qué es esto? —vociferó, llamando la atención de los que se hallaban a su alrededor.

—Disculpe, señor. ¿Tiene algún problema? —una de las meseras se lo preguntó con amabilidad.

—Sí, y uno muy serio. Pedí un café caliente, pero esto está frío —apuntó a su taza—. ¿Es tan difícil que me traigan lo que ordené?

—Señor, me aseguré de que su café estuviera caliente. Lo sien... —la mesera se disponía a disculparse, pero el hombre no la dejó hablar.

—Si en verdad te hubieras asegurado, no estaría haciendo el reclamo en este momento. ¿Acaso me estás tratando de mentiroso? ¿Crees que estoy bromeando contigo? —su actitud era en extremo arrogante y quería tener la razón a toda costa.

Aquella estridente voz le quitó el buen sabor al expresso que había ordenado Taylor. Miraba por el rabillo del ojo al que armaba el escándalo, fijándose que no estaba solo. Una mujer lo acompañaba, pero aparentemente prefirió quedarse al margen del asunto y permaneció callada.

«Ni siquiera esa mujer que está a su lado tiene planeado intervenir, así que ni siquiera pienses en hacerlo tú», se dijo a sí mismo. Odiaba encontrarse con ese tipo de seres humanos, pero no podía controlarlo todo.

—Lo siento mucho, señor. Quizás se ha enfriado debido al aire acondicionado, le prepararemos otr... —la mesera fue silenciada con el café de ese hombre, quien tomó la taza y arrojó el contenido en el rostro de la trabajadora. Se puso de pie y se inclinó ligeramente hacia ella.

—No te quemó, ¿cierto? Lo que significa que ese café estaba helado. ¿Ahora me entiendes? —gruñó el hombre, intimidando a la mesera.

Taylor no pudo seguir siendo testigo de esa escena e ignorarla por completo, así que se levantó de su asiento y se aproximó a aquella mesa.

—Disculpe, ¿podría llevar su berrinche a otro sitio? —adoptó una postura firme y lo miró directamente a los ojos, demostrando que no se dejaría atemorizar por su terrible temperamento.

El hombre frunció el ceño y lo miró de pies a cabeza.

—¿Quién te crees que eres para hablarme de esa manera? —apretó los dientes al articular cada palabra—. Este no es asunto tuyo, no te entrometas.

—No sería asunto mío si se limitara a señalar el error de la mesera en privado, pero como usted insiste en hacer un alboroto, nos está involucrando a todos los que estamos aquí y ni siquiera podemos disfrutar de nuestro café —Taylor lo enfrentó con un tono calmado.

El hombre lanzó una corta risa colmada de ironía y escrutó a su oponente con desdén.

—¿Eres un justiciero, defensor de los débiles? —cuestionó con sarcasmo.

—Si desea verme de esa forma, no me desagrada en absoluto. Sin embargo, solo quiero beber un buen café con tranquilidad, sin tener que soportar las rabietas de un niño que se cree adulto.

El rostro del hombre se tornó bermejo y lo tomó del cuello de la camisa.

—¿Acaso quieres que te envíe al otro mundo? —se exasperó, fijando su mirada en los ojos azules de Taylor que se atrevió a desafiarlo, pero éste ni se inmutó.

—¡Basta! —luego de tanto lío, la mujer que lo acompañaba decidió intervenir—. Es suficiente, ya nos dejaste en ridículo a ambos.

El hombre apretó la mandíbula y chasqueó la lengua antes de soltar de un empujón al delgado joven trajeado.

—El café de aquí es un asco, jamás regresaré —comentó despectivamente.

—Por favor, con ese temperamento, será mejor que se quede encerrado en su casa —respondió Taylor, mientras se acomodaba la corbata y el saco.

—¿Qué acabas de decir? —el hombre volvió a acercarse amenazante, pero su acompañante lo tomó del brazo.

—¡Ya vámonos! —exclamó, arrastrándolo hasta la salida.

—M-Muchas gracias por su ayuda, joven, pero no tenía que hacerlo —la mesera tenía los ojos cristalizados y se limpiaba los rastros de café que quedaron en su rostro, en lo que Taylor quitó un pañuelo del bolsillo frontal de su camisa y la ayudó a secarse.

—Tienes razón, no tenía que hacerlo, pero no podía simplemente desviar la vista mientras alguien como él sobajaba a una trabajadora amable —señaló con suavidad.

—G-Gracias... —la tristeza de la mesera se disipó y la calidez de Taylor la relajó—. ¿Me podría decir su nombre?

—Me llamo Taylor Bizzozzero —le entregó su pañuelo—. Ve al tocador y límpiate con esto, puedes quedártelo. 

La mesera lo contempló con los labios ligeramente separados y se dedicó a apreciar la hermosa sonrisa que Taylor le había brindado antes de marcharse. Minutos después, reconoció el nombre.

«¡¿T-Taylor Bizzozzero?!»

Taylor no salía en periódicos, pero la mayor parte del país sabía de quién se trataba. Era el único hijo de Massimo Bizzozzero, presidente de la exitosa agencia de viajes "Traveling". Massimo asumió el puesto dos años después de que naciera Taylor y se encargaba del manejo de la empresa.

Luego de retirarse de la cafetería, se dirigió a la agencia. Había encontrado un mensaje de su padre en su celular, en el que decía que su abuelo deseaba verlo y hablar con él.

Al llegar, subió a la oficina de Massimo, en donde Nathaniel lo esperaba. Éste al ver a Taylor, se levantó del sofá en el que estaba sentado, sosteniéndose con un bastón.

—¡Taylor, mi nieto favorito! —el abuelo caminó hacia el joven y colocó la mano izquierda en su mejilla.

—¿En verdad soy tu favorito? ¿No le dirás lo mismo a Maximiliano? —bromeó Taylor, arqueando una ceja. Maximiliano era el hijo mayor de Isaías, es decir, su primo.

—Eres un chico listo, muy listo —sonrió Nathaniel, dando palmadas al hombro de Taylor. Se giró para regresar al sofá, a lo que el joven se dispuso a ayudarlo.

—Me dijo papá que querías hablar conmigo. Veo que él no está aquí... —comentó.

—Sí, así es. Siéntate a mi lado —apuntó al lugar vacío a su costado—. Lo que te diré es importante, así que préstame atención.

Taylor asintió con la cabeza.

—Como sabes, Massimo y yo hemos dedicado nuestra vida a la agencia. Tú también en cierto modo, ya que has venido a recorrerla desde pequeño para heredarla cuando seas un adulto. Sin embargo, tu padre y yo decidimos que deseamos un camino distinto para ti —explicó Nathaniel.

—¿Quieres decir que... no heredaré la empresa? —especuló Taylor.

—No, no. No se trata de eso. Eres el hijo del presidente, por lo tanto, eres su sucesor —esclareció—. El punto al que quiero llegar es que sería bueno que expandieras tus horizontes en lugar de quedarte confinado en la agencia. Ya que has terminado tus carreras universitarias, en vez de darte un puesto aquí, queremos que trabajes en otro sitio y aprendas nuevas cosas. Salir de tu zona de confort te hará un hombre más fuerte.

Taylor era un joven muy inteligente y talentoso. Estudió dos carreras al mismo tiempo. Fue a clases de Hotelería y Turismo de mañana, y a clases de Ingeniería Comercial por las noches.

—Ya que has estudiado un poco de Hotelería, he conversado con el CEO de I'll Castello. A partir de mañana trabajarás como su secretario.

—¿Qué? ¿El CEO de I'll Castello? ¿Te refieres a... Roger Croce? —Taylor no pudo ocultar su expresión de descontento.

—Le pedí que te aceptara como su secretario personal y su respuesta fue positiva. ¿Porqué pones esa cara? ¿No te agrada la idea? —cuestionó Nathaniel.

—Ese hombre es petulante y tiene un mal temperamento —resaltó, inquieto.

—¿Acaso lo conoces?

—No, pero he oído de él. Los comentarios acerca de su carácter no son para nada buenos —se masajeó la sien, a lo que Nathaniel soltó una carcajada.

—No deberías dejarte llevar por la opinión de los demás, debes conocerlo por ti mismo —aconsejó.

—Si tantas personas hablan mal de Roger Croce es por algo, ¿no? —asumió Taylor.

—En el fondo es un buen hombre, terminarás apreciándolo —Nathaniel conocía a Roger desde pequeño, así que lo veía como a un sobrino.

Nathaniel era un gran amigo del abuelo de Roger, y cuando el hotel I'll Castello tuvo algunos problemas que casi lo llevaron a la quiebra, fue Nathaniel quien le otorgó un préstamo para que saliera del abismo en el que habían caído. I'll Castello le devolvió cada centavo, y desde entonces, estuvo dispuesto a cumplir sus deseos. Roger conocía esa historia, así que no podía negarse ante el favor que Nathaniel le había pedido.

—Ya he hablado con él, por lo tanto, te estará esperando en la mañana. No me harás quedar mal, ¿cierto? —fue más una advertencia para Taylor.

—Claro que no, abuelo —lanzó un suspiro de resignación—. Daré mi mejor esfuerzo.

—Ese es mi muchacho —dio unas palmadas a la espalda de Taylor, expresando su satisfacción.

Luego de finalizar la charla, el joven salió de la oficina de su padre, encontrándose con éste mientras esperaba al elevador.

—Taylor, ¿hablaste con tu abuelo? —dijo apenas lo vio.

—Hola, papá. Sí, ya me ha dado sus indicaciones —respondió, inexpresivo.

—No luces contento —comentó, observando su rostro.

—No me hace mucha ilusión trabajar para Roger Croce, pero prometo no decepcionarlos —se sinceró. Taylor siempre fue un joven muy obediente, así que en ningún momento se le cruzó por la mente oponerse a la decisión que había tomado su abuelo.

—Eres... un buen hijo —soltó, en lo que el sonido del elevador se hizo escuchar. Las puertas se abrieron y Taylor dio unos pasos hacia adentro.

—Gracias, papá —dijo, y las puertas se cerraron.

Massimo permaneció de pie delante del elevador con un semblante agobiado.

«Cada vez... te pareces más a tu madre» pensó, luego de ver partir a Taylor.

En el resultado de la ecografía que le habían hecho a Olivia cuando estaba embarazada, se afirmó que el género del bebé era femenino. Y no fue un error. Tras la muerte de su esposa, Massimo sobornó al doctor y a las enfermeras que se encargaron de salvar la vida del bebé para que no revelaran el género. Como el dinero le sobraba, se ocupó de cerrarles la boca a cualquiera que supiese ese secreto. En ocasiones tuvo que recurrir a las amenazas, todo para proteger la identidad del bebé.

Aunque le contó a Taylor lo que había ocurrido cuando éste creció, le dejó en claro que debía seguir comportándose como un chico. Nadie, jamás, podía enterarse de que no lo era. Si eso sucedía, se acabaría la vida cómoda que tenían. Ambos terminarían en la calle y perderían toda credibilidad, o eso era lo que Massimo pensaba.

A excepción de unos pocos, nadie sabía que el heredero de Traveling era una mujer.

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