GINA.
Nos quedamos en silencio dentro de su auto, sin saber hacia qué lugar dirigirnos. Él me mira tamborileando los dedos en su volante a la espera de una respuesta, pero solo puedo pensar en sus palabras anteriores que me quitaron un poco el apetito.
— ¿Cuál es tu comida favorita? —me pregunta de repente, y yo frunzo mi ceño confundida.
— Eh… me gusta la lasaña —comento, y él asiente poniendo el auto en marcha. — ¿Hacia dónde vamos? —pregunto mirándolo.
— Al lugar donde venden la mejor lasaña —me sonríe guiñándome un ojo, y le devuelvo la sonrisa aliviando mi incomodidad un poco.
— ¿Y cuál es tu comida favorita? —pregunto de vuelta, y él me mira por unos segundos antes de concentrarse de nuevo en la carretera.
— La pizza —comenta, dejándome perpleja.
— ¿La pizza? —me río notando cómo él también sonríe divertido—. Me esperaba que dijeras un omelet, una deliciosa langosta —bromeo.
— Muy prejuiciosa, usted —me dice enarcando una de sus cejas, antes de mirar de nuevo al frente.
— Tiene