Cuando Mario y yo cruzamos nuestras miradas, los latidos de mi corazón iban a más de mil por hora, quedando inmovil al lado de la puerta de su despacho, viendo sentado en una silla a su lado a su amigo, que nos miraba a Mario y a mi como si estuviera viendo un partidos de tenis en directo
— Leandro por favor, marchate y déjanos a solas — le dijo Mario, levantandose su amigo de la silla, marchandose seguidamente de aquel despacho
— ¿Qué puedo hacer por ti? o mejor dicho – dijo levantandose del sillón– quiero que te pongas de rodillas y me des placer, ¿no es eso lo que le hacías a John cuando venías a su despacho? — me dijo mientras se acercaba a donde yo estaba
— Mañana te entregaré mi dimisión, ha sido un error venir — le dije
Mario me cogió de los brazos con sus manos empotrandome entre la puerta y su cuerpo, quedando nuestras bocas a milímetros
— No lo admitiré, seguirás trabajando en este hotel para mi hasta que me digas quien es el padre del bebe que tienes en tu vientre, ¿entend