A quien le irá a comprar joyas seguro a su novia que viene desde España, definitivamente debe estar muy enamorado de ella—pensó Mariana, sintiendo un pequeño dolor de pérdida en su corazón. La vendedora entró con una caja llena de joyas. —Esta es nuestra última colección. Tenemos perlas, diamantes, manillas para parejas, zafiros y esmeraldas —dijo con una sonrisa cálida mientras se las mostraba a Mariana. —¿Y qué le parecen, señora Londoño?—preguntó la vendedora. —¿Qué te parece, cariño? —preguntó Andrés con un tono de voz cargado de ironía. —A mí me parecen bastante normales… Cariño —contestó Mariana, con ganas de matar a Andrés y salir corriendo de ese lugar. Ya estaba cansada de seguirle el jueguito y aparentar algo que no tenía sentido. —Señora Londoño, le puedo asegurar que nuestros diseñadores son los mejores de la industria. —Y yo quería pedirle una disculpa por el malentendido. Siento que fue muy poco profesional de mi parte —dijo la vendedora con arrepentimiento.
—Mariana, ¿qué sucedió? —preguntó Sofía, con su voz temblorosa pero decidida, mientras se aproximaba a su amiga con un gesto protector. Con un agarre firme y sincero, entrelazó sus brazos, buscando transmitirle el consuelo que tantas veces había faltado en sus días.—Ese bobo se enojó porque no acepté, justo en su presencia, mi sincero arrepentimiento por haberlo abandonado hace cinco años —exclamó Mariana, dejando entrever la mezcla de ira y melancolía en cada palabra. Su voz se quebraba en medio de la confesión, y las lágrimas amenazaban con brotar de sus ojos, ocultas tras la máscara de la rabia.—Mariana, amiga, te dije que té dieras otra oportunidad , con él—insistió Sofía con voz esperanzada, intentando inyectar algo de fe en la situación—. Se nota que te ama a leguas, aunque sus acciones puedan parecer contradictorias.—Tiene novia, Sofía —respondió Mariana, apartando la mirada hacia la ventana empañada del autobús, donde las luces nocturnas se mezclaban con su tristeza—. Aunqu
Mientras tanto, en la sala de estar de la casa de Andrés, él se encontraba solo, sumido en un abismo de pensamientos y recuerdos con Mariana , que se desbordaban en su interior. El vaso de whisky se había convertido en su confidente, y en cada sorbo encontraba la amarga compañía de un destino que parecía haberle jugado una mala pasada. La soledad lo envolvía, y cada minuto transcurrido en ese vacío era una punzada que le recordaba la fragilidad de sus decisiones.—No puedo creer que esto esté sucediendo —murmuró Andrés para sí mismo, mientras su mente se debatía entre la ira y la desesperanza. El recuerdo de los momentos compartidos con Mariana se mezclaba con la amargura de un futuro incierto, y en su corazón se abría una herida que parecía imposible de cerrar.El ambiente en la casa se volvía cada vez más opresivo, y Maicol, quien había permanecido en silencio tras la conversación en la sala, decidió intervenir una vez más. Con paso decidido, se acercó a Andrés, tratando de hacerle
Mariana y Sofía llegaron a la casa de Andrés al atardecer. El cielo tenía un tono anaranjado que rozaba lo melancólico, como si hasta el clima presintiera que algo importante estaba por suceder.—Es bonita la casa —susurró Sofía, mirando la fachada con cierto nerviosismo. Sus dedos jugaron con el borde de su chaqueta. Ver enfrentada a Mariana al amor de su vida le daba temor, ese temor de verla destruida y perdida.—Sí, es bonita —respondió Mariana con tono seco, distante, como si las palabras salieran empapadas de rabia. Estaba molesta, confundida, dolida. No sabía cómo controlar lo que sentía, pero lo que sí sabía era que no iba a seguir permitiendo mentiras.Caminaron hasta la entrada con paso firme. Mariana no dudaba, iba con la mirada al frente, como quien está decidida a enfrentarse con todo y contra todos. Sofía, más silenciosa, seguía sus pasos, conteniendo las emociones que latían con fuerza en su pecho.Tocaron el timbre. Unos segundos después, la puerta se abrió. Maicol apa
El portón se cerró detrás de Mariana con un golpe seco, como si la casa misma quisiera marcar el final de algo. Ella salió casi corriendo, con el corazón apretado, con las lágrimas descendiendo por su rostro y un nudo en la garganta que le robaba el aliento. Sus pasos eran torpes, sus manos temblaban y sudaban . Todo dentro de ella gritaba que huyera, pero sabía que no había a dónde ir. Lo que acababa de pasar dentro de esa casa le había confirmado lo que tanto temía: Andrés la odiaba profundamente. Y no un odio simple, era uno que dolía, que quemaba, que se sentía en cada palabra, en cada mirada fría que él le lanzaba.—¡Mariana, espérame! ¡Amiga! —la voz de Sofía cortó el aire con urgencia.Mariana no se detuvo. Caminó unos pasos más hasta que sintió la mano de Sofía sujetándole el brazo con delicadeza. Se giró lentamente y, al mirarla, sus lágrimas cayeron sin freno. Eran como una cascada imparable, cargadas de dolor, rabia e impotencia.Sofía, al verla tan rota, no dudó en abrazar
Mariana subió lentamente las escaleras con el corazón latiendo con fuerza. Cada paso la acercaba a una verdad que había postergado durante días, y aunque sabía que Nicolás merecía escucharla, el miedo a su reacción la carcomía por dentro. Apretó con fuerza la manija de la puerta y entró en la habitación de su hijo.—Mi pedacito de cielo... ¿dónde estás? —preguntó Mariana, con su voz temblorosa y con un dejo de nerviosismo mientras escaneaba con la mirada cada rincón del cuarto.—Aquí, mami —respondió Nicolás, saliendo del baño con una sonrisa inocente que, por unos segundos, calmó el torbellino de emociones que agitaba el alma de Mariana.—Nicolás, ven, siéntate a mi lado —dijo ella, sentándose en el borde de la cama mientras palmeaba el colchón suavemente, indicándole con dulzura que se acercara.Nicolás obedeció con rapidez. Se acomodó junto a ella, con sus ojitos brillantes de emoción, y su pequeño cuerpo vibrando con la curiosidad de un niño que, aunque aún no comprendía del todo
¡Maldita sea! —susurró Andrés, saliendo de la habitación con el corazón golpeando fuerte en el pecho. No era rabia, era desesperación. Una mezcla venenosa de frustración, confusión y dolor.Se pasó las manos por el rostro, intentando encontrar algo de calma, pero solo encontró un nudo en la garganta que se negaba a deshacerse y abandonarlo.Al entrar al comedor, ahí estaban Nicolás, Zoe y Alessia, desayunando como si nada pasara, como si la vida no estuviera hecha pedazos en el interior de él. Todos reían, compartían miradas cómplices, disfrutaban de la mañana. A él le pareció una burla ridícula del destino o de la vida.—Buenos días —dijo, arrastrando la voz mientras se sentaba, forzando una sonrisa que no le llegaba a los ojos.—¡Papi! Buenos días —respondió Nicolás con una sonrisa brillante, terminando su jugo de naranja. Se levantó enseguida para ir a cepillarse los dientes.Andrés lo siguió con la mirada, sintiendo una punzada en el pecho. Nicolás era su hijo, su vida. Pero ni si
Mariana llegó a la empresa con el rostro serio, la espalda adolorida y el corazón aún más pesado que su cuerpo. El frío de la mañana no ayudaba, pero lo que más la lastimaba era la tristeza que arrastraba desde la noche anterior. A pesar del dolor, caminó con la cabeza en alto. No iba a dejar que nadie notara cuánto le dolía su situación con Andrés.—Buenos días, amiga —saludó Sofía con una sonrisa cálida, tendiendo un café humeante.Mariana suspiró, aliviada al ver aquel gesto amable. Tomó el vaso de cartón entre sus manos heladas y le dio un sorbo mientras sentía cómo el calor le acariciaba los labios.—No amanecí muy bien... Me duele la espalda porque me tocó dormir en el suelo —murmuró con una mezcla de frustración y resignación.Sofía la miró con el ceño fruncido, indignada por lo que escuchó.—¿Por qué, Mariana? ¿Qué demonios pasó?Mariana apretó el vaso entre las manos. Sus labios temblaron por un instante antes de hablar.—¡Maldito arrogante! Eso es lo que es Andrés —soltó co