Andrés se giró y vio a Mariana sentada en una silla, con el rostro pálido y la mirada baja. Su corazón latió con fuerza. Caminó hacia ella con pasos lentos y firmes, como si cada movimiento estuviera calculado. Al llegar a su lado, se inclinó un poco hacia él rostro de Mariana y depositó un beso casto en sus labios, sin importarle la mirada de los presentes.
—Disculpa, cariño, llegué un poco tarde —susurró en su oído, asegurándose de que solo ella pudiera escucharlo—. Sofía me contó todo. Sígueme el juego.
Mariana sintió un escalofrío recorrer por toda su espalda. No entendía cómo Andrés había llegado allí tan rápido ni qué planeaba hacer, pero se aferró a sus palabras como un salvavidas. Lo miró fijamente, tratando de encontrar una respuesta en sus ojos oscuros y profundos.
Andrés se enderezó y giró la vista hacia el oficial de policía y la vendedora, quitándose lentamente sus lentes de sol. Su mirada fría reflejaba que no estaba nada feliz con la situación.
—¿Qué es lo que pasa aquí