—Oficial, menos mal que llegó. Estas dos mujeres aquí presentes están intentando cometer fraude con esta tarjeta de crédito —acusó la vendedora, señalando con desdén la tarjeta en cuestión.
Mariana sintió cómo su corazón latía desbocado.
El oficial tomó la tarjeta y la identificación de Mariana, examinando con detenimiento la tarjeta y la identificación de ella. Luego, levantó la vista y preguntó con voz firme:
—Dice que es la tarjeta de su marido. ¿Es correcto?
Mariana, con la garganta seca y las manos temblorosas, intentó responder, pero Sofía se adelantó:
—¡Prometido! —corrigió rápidamente—. No es su marido aún, están comprometidos y se casarán pronto.
El oficial frunció el ceño y dirigió su mirada directamente a Mariana.
—Señorita, le estoy preguntando a usted.
Mariana respiró hondo, intentando calmar el torbellino de emociones que la invadía.
—Es mi prometido —afirmó con voz temblorosa, pero decidida.
La vendedora soltó una risa sarcástica, cruzando los brazos con desdén.
—Prim