EL Alfa prohibido
EL Alfa prohibido
Por: Brenda Balzac
CAPÍTULO 1

"Esos ojos azules tan malvados me vigilan día y noche, no puedo escapar de ellos. Son como dos faroles siniestros que se posan sobre mi cuerpo delgado y no me dejan respirar. Ese hombre se abalanza hacia mí con sus manos listas para desgarrar. Trato de huir, pero no logro hacerlo, me tiene inmóvil y susurra mi nombre. Este es mi fin..."

Despierta sobresaltada y sudorosa en la cama, son las tres de la madrugada. Siempre tiene pesadillas a esa hora, aunque lo más curioso es que aparecen esos ojos que tanto le atemorizan al recordarlos. Son siniestros y están llenos de oscuridad...

Ese día ha quedado en salir a cenar con su hermana a un restaurante italiano que recientemente ha sido inaugurado y dicen que la comida es deliciosa. Han tenido que esperar dos semanas para obtener un cupo, y obviamente no iban a perder esa oportunidad. Cuando cae la noche se encaminan hacia el lugar que no está muy lejos de la casa, se identifican en la entrada y pasan a la mesa, siendo bastante educadas, ya que no es un lugar ordinario.

—Te lo dije, debimos venir vestidas más elegantes. —Suri se preocupa por esas pequeñeces.

—Oye, ya te dije que nos vemos muy bien, no te preocupes por esas tonterías. Ademas, tú eres una chica muy elegante. Anda, vamos a ordenar algo rico, que me muero de hambre... —Amelie insiste.

Suri es una rubia de aspecto angelical, con lindos ojos azules, esbelta y de baja estatura; mientras que Amelie tiene un cabello negro como la noche que va bien con su piel pálida, ojos pardos y estatura promedio.

Luego de esperar durante un corto tiempo, les sirven la cena, disfrutan el momento entre hermanas y luego se retiran del lugar. Deciden regresar caminando a casa, charlando sobre cualquier tema y riendo. De pronto, las luces cegadoras de un auto apuntan hacia ellas, corren hacia la vereda para resguardarse de lo que parece ser algún borracho al volante.

—Oh Dios... ¿Lo viste? —Amelie dirige la pregunta a su hermana, pero nadie responde—. ¿Suri? Suri...

Mira hacia ambos lados, pero no hay nadie, se encuentra sola allí, en medio de la oscura y silenciosa calle. Detiene la respiración al escuchar un suspiro a sus espaldas, cierra los ojos con fuerza y voltea, pero nuevamente no hay nadie.

Experimenta una sensación extraña, como una especie de desazón que la confunde. Su corazón empieza a latir frenéticamente, corre varias calles que llevan hacia su casa, con la respiración entrecortada, al entrar allí se lleva la sorpresa que la sala de estar se encuentra en desorden, parece que un huracán hubiese arrasado con todo.

—¡Mamá! ¡Papá! —grita.

Sube y baja la primera y segunda planta dos veces, pero nadie responde. El silencio infinito es casi asfixiante, de repente, suena el teléfono e inunda sorpresivamenre la estancia con un ambiente desesperado. Se acerca muy cautelosa hacia el aparato, lo toma dudosa y escucha atenta el ruido de la estática. La calidad de la llamada es pésima y cuelga debido a eso, pero el teléfono vuelve a sonar, provocando que dé un respingo sobre la silla. Lo toma de nuevo con las manos temblorosas, lo acerca a su oreja y nadie habla, solo hay estática. El sonido de la respiración de alguien detrás de ella provoca que su cuerpo se paralice de miedo, por lo que tropieza y cae. Siente la respiración sobre la piel de su cuello y una caricia terriblemente helada en su mejilla. Los nervios no le permiten pensar con claridad.

—Suéltame... ¡Suéltame! —grita muy fuerte y trata de soltarse, pero Natán la aprisiona contra su cuerpo.

—Será mejor que te calles o tu insolencia la pagarán tus padres, ¿está claro, princesa? —Asiente con insistencia, mientras que una lágrima aterrada resbala por su mejilla—. Ahora, siéntate y escúchame muy bien: vendrás conmigo sin hacer ni una sola pregunta y si cooperas de la mejor manera, tus padres quedarán libres. Me harías un gran favor a mí y a la humanidad... mejor dicho, a la existencia entera.

Cada vez entiende menos lo que está ocurriendo, pero no le queda más remedio que aceptar lo que el hombre dice si no quiere morir.

—¿Quién eres? Por favor, no me hagas daño... —implora.

La suelta con brusquedad y permite que ella lo vea. Cuando Amelie levanta la cabeza tiene que sostenerse de la pared y así no caer, Natán clava esa tenebrosa mirada azulada sobre ella. Esos ojos malvados son reales, el protagonista de sus pesadillas más terribles ahora se encuentra frente a ella...

Da pasos temblorosos hacia atrás, sin embargo, él se acerca peligrosamente. La chica intenta correr hacia la puerta, pero las manos de Natán la atrapan antes que pueda salir y la avienta con fuerza contra la dura pared, esta se resquebraja debido al golpe, y solo segundos después cae al suelo, no pierde el conocimiento.

—Aléjate... Aléjate, por favor... —Respira con dificultad mientras se arrastra sobre el suelo, buscando algún objeto con el cual defenderse.

—Era de suponerse, no eres ordinaria. —El pelinegro ladea la cabeza, estudiando el dolor en ella, dolor que causa placer en él.

Se levanta con pesadez y a duras penas logra correr, llega a la puerta y la abre con mucha dificultad. De repente, escucha una carcajada detrás de ella, pero no se atreve a dar ni un paso cuando siente un horrible dolor de cabeza. Escucha un fuerte golpeteo en sus oídos, el corazón quiere salirse de su pecho y le empieza a faltar el aire. Luego de unos segundos el dolor desaparece, por lo que, confundida ante eso da la media vuelta para observar a Natán, quien solo arquea una ceja y sonríe con aires de suficiencia.

Deja de mirarlo y se observa la ropa, la cual está manchada de sangre. Horrorizada toca cada parte de su cuerpo y nota que la sangre está brotando a borbotones de su nariz. Sin verlo venir, Natán le da un fuerte golpe en el pómulo y la pega a su cuerpo con rudeza, olfateando el aroma de su largo cabello y cerrando los ojos al disfrutar de ella. La joven llora entre súplicas, él solamente sonríe mostrando sus perfectos dientes. La toma por los brazos y empuja con violencia de nuevo contra la pared, la trata como si jugara con un bonito juguete que desea destrozar. Amelie cae al suelo de manera estrepitosa, puede escuchar el sonido de su hombro al quebrarse y ve que todo a su alrededor comienza a desvanecerse hasta ser borroso...

—¡Eres un maldito bastardo! —Nicolae corre a toda prisa y golpea a su hermano en el rostro, que por cierto, es un poco parecido al suyo, excepto por el color de ojos de Natán, que son azules.

—¡Hermano! No sabes la alegría que me da verte de nuevo, ven, ya dame un abrazo. —Natán ríe irónico.

—¿Tenías que hacerle esto? Sabes que no puedes matarla aún. No entiendo cómo lo imbécil que eres puede llegar a ser tan épico. —Corre hacia el cuerpo inerte de Amelie que yace en el suelo.

Al ver el estado en el que se encuentra, la toma entre sus brazos con la mirada atenta de Natán sobre ellos y la carga con mucho cuidado para no seguir lastimando su cuerpo, el cual se ve muy malherido.

—Ya sabes a donde llevarla, sigue todo como lo que acordamos. Nos vemos pronto... —Natán susurra, para luego desaparecer en una bruma oscura.

Al llegar a casa, la perversa Giulia los está esperando.

—¿Qué ha pasado? ¿Por qué se ve tan lamentable la bastarda? —Giulia lo interpela, con notorio mal genio.

—Natán se pasó de amable... —Nicolae pone los ojos en blanco al responder con ironía.

Sube las escalinatas que llevan hacia la habitación en donde Amelie se recuperará por aquellos días.

Su madre va tras él, haciendo preguntas las cuales él no quiere responder.

—¿Qué hay de la hermana de la bastarda? Sal, yo me ocupo de curarla. Por ahora tendrás que ir con tus amigos y decirles que no volverás más a la banda de música, que maduraste o yo que sé... Te quiero aquí de ahora en adelante. —Giulia la deja sobre la cama y observa su lamentable estado—. Por suerte está viva, su pulso es débil, pero podré salvarla.

La mujer maneja a sus hijos como títeres, todo lo que ella pida ellos lo hacen.

—Suri ya está en Nidum, madre, va de camino al palacio. Vuelvo más tarde...

—Ya veremos cómo reacciona a la sorpresa que le tengo preparada. —La mujer suelta una carcajada divertida.

Nicolae le da un vistazo rápido a la chica antes de marcharse de la habitación, pensando en una nueva mentira que contar, una de tantas, porque ya perdió la cuenta...

Amelie despierta confundida, levanta la mirada hacia el techo y decide incorporarse. Revisa su cuerpo y ve que no hay golpes, según la deja apreciar el corto vestido que lleva puesto. Eso la tranquiliza un poco, pero le resulta extraño no tener ni un rasguño, su hombro ya no duele. Camina torpemente por la pequeña habitación y se sitúa frente a la ventana que le brinda una vista preciosa: un bosque a lo lejos con árboles frondosos, el cielo azul y el viento helado que llega hasta allí, sacudiendo las hojas y ramas. Pensativa, baja la mirada y distingue una silueta masculina a lo lejos, específicamente en el jardín. La tranquilidad la abandona de inmediato.

—Debo salir ya mismo de aquí... —susurra aterrada.

Nicolae detiene la mirada en el cuerpo de Amelie y sonríe con agrado, ella al percatarse de aquel gesto, se agacha y esconde el rostro entre sus dos manos. Aquel hombre le provoca mucho temor. Se siente sin escapatoria, no se explica cómo es que está con vida después de las tremendas fracturas que recuerda haber sufrido aquel mal día, y lo peor es que no sabe cuánto tiempo lleva allí, ni que día es, ni en qué lugar del país se encuentra. Ni mucho menos, quien es ese sujeto.

Escucha pasos cerca de la puerta, su cuerpo se tensa. Busca de manera desesperada en la habitación algo para defenderse y halla un b**e de béisbol desgastado que se encuentra colgado en la pared, lo toma sin miramientos y espera cautelosa a un lado de la puerta. Está decidida a acabar con quien cruce por la entrada, sea quien sea.

El picaporte gira despacio, sus latidos aumentan, la ansiedad con la que aprieta el objeto entre sus manos está a punto de provocar que la madera se quiebre, pero ella no es consciente de ello. De repente, la puerta se abre y salta para golpear frenéticamente a quien ha entrado en la habitación. Advierte los gritos molestos de una mujer y abre los ojos de golpe, un tanto desubicada.

—¡¿Qué es lo que te ocurre?! —Giulia la interpela con ira contenida.

Amelie la ve: es de estatura alta con curvas perfectas, su cabello es de color castaño y tiene un rostro angelical, el cual ahora parece muy enojado.

—¿Y quién es usted?, ¿otra psicópata? —Su mal humor se hace presente en aquellos momentos.

Giulia no puede disimular su asombro.

—Hasta que por fin nos volvemos a ver, parece que ya te encuentras bien, ¿no es así? —Le habla en un tono molesto, como si repudiara su presencia.

Amelie se acomoda el vestido de tela fina que apenas cubre sus partes más íntimas. Está segura jamás en la vida se habría puesto algo así.

—¿Qué? Estoy bien... ¿Quién es usted? —suspira y mira a los ojos a la joven mujer.

—Idéntica a tu padre... —Una sonrisa maliciosa adorna su rostro.

—¿Perdón? —El comentario es extraño y fuera de lugar, está segura que sus padres no conocen a esa persona—. ¿Qué les sucede? ¿Qué significa todo este estúpido drama en el que me han metido? ¿Dónde está mi hermana y mis padres?

Sus cuestiones hacen sonreír a la amargada Giulia.

—Primero que todo, tienes que ducharte, te traje ropa limpia. Luego podrás bajar y saber todo lo que te venga en gana, niña insípida.

—Oiga... —Abre la boca y la cierra de nuevo, no encuentra respuestas a tan feos insultos.

Giulia la mira de reojo y se va rápidamente de la habitación, dejándola con la palabra en la boca. Amelie corre hacia la puerta, pero ya ha sido cerrada con llave. Bufa molesta y agarra la ropa de mala gana, entra en el baño que se encuentra al lado izquierdo de la habitación y se ducha con recelo, mirando una que otra vez hacia atrás y hacia abajo. Al terminar, se pone el vestido corto de color violeta y las sandalias negras, mientras observa el vendaje que a simple vista parece muy sucio, eso la lleva preguntarse de nuevo cuánto tiempo ha estado allí sin saberlo.

Seca su cabello con una toalla y va hacia la ventana, pero escucha el carraspeo de alguien a sus espaldas. Rápidamente se gira, Nicolae está sentado sobre la cama.

«Pero, ¿qué hace aquí este idiota?», se pregunta mentalmente.

—Hola, no quería asustarte. Es solo que... quería saber cómo estabas.

—Creo que estoy bien. —Luce incómoda, no entiende el porqué es de esa manera, si no se conocen—. Disculpa, no sé quien eres ni por qué me trajiste aquí... Es más, podría jurar que te pareces a alguien conocido...

Ambos se cruzan de brazos.

—No lo creo, te ayudé porque no soporto que lastimen a una mujer. —Parece sincero.

Amelie da dos pasos hacia atrás, atemorizada.

—¿Esperas que te crea esa estupidez? No soy tonta. Algo traman... Ustedes son una banda de secuestradores. Por segunda vez preguntaré: ¿Dónde ca-ra-jos está mi hermana? —Se enfada aún más.

—No sabemos nada de tu hermana.

—¿Sabes? No lo sé, no sé qué es lo que tramas, pero que te quede claro que no voy a caer en tu juego. —Apunta hacia el rostro masculino con el dedo—. ¿Por qué secuestraron a mi familia?, si es por dinero deben saber que no somos ricos, no nos sobra...

Él pone los ojos en blanco.

—Escucha aquella mujer de hace un rato es mi madre Giulia. Solo queremos ayudarte, es todo. —Se levanta de la cama y la encara.

Al escuchar aquello, se acerca mucho más a él, casi al punto de rozar su nariz puntuda.

—De lo único que tengo que protegerme, es de locos como tú... —dice de manera adusta.

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