El dueño de su alma.
El asistente Enzo se habia en agrado de llevar al agente ruso a que lo atendieran en una exclusiva clínica, Monserrat no se había dado cuenta de la pelea porque la mansión era enorme, y ella estaba en una habitación bastante retirada de la sala de estar.
— Jefe, ¿Qué le pasó? Usted es el mejor en la agencia en defensa personal, pero ahora parece que le dieron una paliza.
El ruso solamente mal miró a su subordinado. Más al final dijo:
— El otro también resultó bastante herido, no solamente yo, es un hueso duro de roer, nada ordinario, pero no confío en él.
— Se trata del esposo de la señorita Villalba, ¿Cierto? Yo mismo lo investigué como me lo ordenó, el hombre está limpio, no se le conoce ninguna infidelidad hacia su esposa durante su noviazgo, no anda en cosas turbias, es como un santo árabe.
— Algo malo tiene que tener, ¿Si no por qué engañó a Monserrat con su prima a solo dos días de estar casados? Lo ha sabido ocultar bien, un hombre no se vuelve mujeriego de la noche