En el sótano de un chalet en algún lugar de las afueras de la ciudad, en cuanto Bosco entró, sintió un fuerte olor a medicina y el turbio olor a moho del aire que no había circulado durante años.
Desde el interior se oían voces bajas que hablaban.
Bosco se adentró en el sótano a paso tranquilo, y cuanto más se adentraba, más claras se hacían las conversaciones.
—Fabio, no te muevas, la herida está abierta.
—Cuando salga, seguro que me cargo a ese chico, joder.
—Fabio, es mejor que no pienses en salir por el momento, primero recupera las heridas.
Ni siquiera se atrevió a decírselo a Fabio que esas industrias a su nombre habían sido dadas de baja, dijo que había recibido un informe, era sospechoso de tráfico de drogas, y ahora la policía le busca por todo el mundo.
Al ver entrar a Bosco, el hombre se levantó apresuradamente y se puso a un lado: —señor Lis.
Bosco asintió hacia él.
Fabio se incorporó de la cama, se apoyó en la cabecera, se cubrió la herida y apretó los dientes: —señor Lis,