En toda la noche Leo no pudo dormir, el dolor, la culpa no lo dejaban tranquilo, se lamentaba por enviar a su pequeña lejos de él, cuando él sabía muy en el fondo que ella lo único que quería era amor, un amor que él por el momento no estaba dispuesto a dar, se sentía miserable y cobarde.
Además de ser un ser inservible que no podía movilizarse por sí solo, como todas las mañanas siempre debía esperar a que el chófer viniera y lo ayudará, eso hacía que su humor se volviera un como un demonio.
Al otro lado del pasillo en una de las habitaciones estaba Soledad caminando de lado a lado, pues está noche el médico había pedido verla, y lo peor es que ni siquiera había pasado cuatro noches, además que Lucas también quería verla así que estaba entre la espada y la pared.
—Me imaginé que era cierto, y que la niña Victoria no decía mentiras —dijo Emma al ver a Soledad caminando de lado a lado.
—Tú no te metas en lo que no te importa, no es de tu incumbencia —respondió Soledad, mientras se sent