Un buen castigo

Nunca antes la habían atado.

Carolina estaba a punto de abrirle la puerta de su sumisión, una cesión de poder que ella apenas conocía. Miguel disfrutaba haciéndola esperar. Jugaba con su voluntad de la misma manera que jugueteaba con las cintas de seda entre sus dedos. Ella saboreaba la incertidumbre, arqueada en la posición indicada. Aguardaba con impaciencia el momento en que él la inmovilizara.

Lanzó una mirada hacia la escalera, ansiosa por subir ya a la habitación, pero no se movieron de donde estaban.

Sin darle tregua, Miguel volvió a estrecharla contra la puerta de entrada. Por un momento, sólo existieron las respiraciones entrecortadas, la humedad de sus lenguas batallando en un duelo de titanes, y la erección presionando su abdomen. Un beso lánguido, lascivo, provocó que Carolina jadeara sin control.

De pronto, todo resquicio de igualdad en la guerra despareció. Miguel la agarró con fuerza de las muñecas y le lanzó una mirada de advertencia, inclinan

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