Alex se detuvo frente a la fachada desgastada del antiguo edificio de apartamentos de ocho pisos, aferrándose a la postal gastada que Ruth Everheart le había entregado, la única pista de su pasado olvidado. Las letras descoloridas mostraban el número "813".
Alex subió por las escaleras crujientes hasta el octavo piso y se detuvo ante la puerta marcada con el mismo número. Tocó firmemente, pero no recibió respuesta.
En ese momento, la puerta de la casa de al lado, la 812, se abrió con un chirrido y un anciano se asomó, con los ojos nublados por la edad.
"Hace años que nadie vive ahí", dijo con voz ronca. "Ese apartamento lleva desocupado desde que tengo memoria".
"Gracias". Respondió Alex, ofreciendo un educado gesto con la cabeza.
Cuando el anciano desapareció arrastrando los pies, Alex regresó su atención a la puerta del apartamento. Tras respirar hondo, manipuló con destreza la cerradura hasta abrirla y entró sigilosamente.
Partículas de polvo flotaban en los rayos de sol que atraves