En los pasillos del poder, cada gobernador guardaba sus propios pensamientos secretos y ambiciones.
Jasmine Kingston, gobernadora de Vancouver, se quedó mirando fijamente su escritorio mientras la comprensión llegaba.
Álex no era solo el doctor milagroso conocido por su toque sanador bendecido por Dios; también era un operativo de alto rango en la organización Kingwell—el Servicio Secreto del Rey.
No era de extrañar que peleara con tanta precisión feroz.
Pero todo eso ya era historia. El Rey había cortado a Álex, lo había liberado para forjar su propio camino.
Los labios de Jasmine se curvaron en una sonrisa sutil. Tal vez ahora él podría ser suyo, finalmente.
—Quizás esta vez se una a mí —se susurró suavemente a sí misma—. Tal vez nos encontremos juntos, en un hotel o en algún lugar más íntimo.
En otra oficina al otro lado de la ciudad, Lyra Thompson estaba consumida por el dolor y la rabia.
Sus ojos derramaban lágrimas mientras gritaba amargamente al vacío.
—Álex, ¿cómo pudiste ser t