Sofía abrió la boca, pero las palabras se congelaron en su garganta.
Había tratado incontables veces de confesar todo, pero cada vez fallaba.
Sabía que Álex era fuerte, pero ¿de qué servía la fuerza cuando tu enemigo podía traer dos hombres con pistolas para terminar el trabajo?
La vida no era justa —nunca lo fue.
No era una pelea justa en alguna arena donde te enfrentabas uno a uno.
Gilbert tenía cientos de asesinos a su disposición, esperando su señal.
La parte más dolorosa era conocer el corazón de Álex. Una vez que supiera la verdad, no dudaría en ponerse en peligro por ella.
Tontamente se convertiría en enemigo de Gilbert, corriendo de cabeza hacia la muerte.
Y todo sería su culpa.
Todo lo que Sofía quería era que Álex viviera una vida pacífica.
Si tenía que cargar con su odio, convertirse en su enemiga, y llevar ese tormento a su tumba, lo aceptaría gustosamente.
Sin embargo, Sofía se preguntó amargamente, ¿la extrañaría Álex después de que se fuera?
¿Se daría cuenta alguna vez d