—¿Realmente crees que eres lo suficientemente hombre para matarme? —se rió Enrique burlonamente, su voz goteando desdén venenoso.
—¿Realmente has pensado esto bien? ¿Tienes alguna idea de lo que pasará en el momento que me pongas un dedo encima? Mi padre destrozará tu mundo, extremidad por extremidad.
—Kelly Kingston—no eres más que un cachorro callejero al que los Kingston se compadecieron lo suficiente para tirarle sobras. ¿Cómo te atreves siquiera a mirarme a los ojos, mucho menos amenazarme?
—¡Si me golpeas, te encontrarás completamente solo, abandonado por hasta la última alma que crees que te apoya!
La bravuconería arrogante de Enrique Duarte era frágil, enmascarando una herida infectada de vergüenza.
Había destrozado las expectativas de su familia al fallar en salvar Esencia RocíoPiel, entregando un golpe paralizante al Grupo Duarte—sangrando su imperio farmacéutico y borrando la mitad de su fortuna en un solo paso desastroso.
La desesperación lo carcomía, impulsando una última