Florence y Jack fulminaban con la mirada junto a la ventana, rebosantes de un desdén venenoso mientras maldecían Álex.
— Lo juro por Dios, — silbó Jack, golpeando la mesa con la palma — el mundo se ha vuelto loco si ese incompetente inútil es dueño de este hotel.
Florence se inclinó hacia adelante con una mirada viciosa, con sus palabras cargadas de veneno — Exacto. Ese parásito vive de la bondad de Jasmine. Sin su lástima, estaría en la calle, revolcándose en su propia miseria.
Jack soltó una risa baja y sin humor, los ojos llenos de envidia.
— Probablemente gateó de rodillas, rogando como un perro callejero para poner este lugar a su nombre. Y ni hablemos de su papel de prostituto. Si quisiera rebajarme tanto, lo destruiría. Al menos tengo algo de dignidad.
Florence se burló —¡Ja! No te hagas ilusiones, Jack. Nadie puede hundirse al nivel de Álex. Es el campeón de los gorrones. En cambio, Charles… ahí hay un hombre de verdad: joven, astuto, refinado. Él si no tuvo que vender su alma