Howard volvió al salón del banquete con paso seguro, con Sofía, Megan y Marco siguiéndolo como un trío de seguidores obedientes.
A esas alturas, la mayoría de los asientos estaban ocupados, excepto los últimos en la mesa de Álex, ubicada en el rincón más sombrío de la sala. Sin otra opción, se unieron a él una vez más, como si acabaran de ser condenados a cumplir una sentencia. Decididos a fingir que él no existía, se hundieron en sus sillas.
Megan se inclinó, apenas conteniendo su emoción. —¡Dios mío, Marco, realmente lo lograste! ¡Eso fue increíble!
La expresión de Sofía se suavizó con gratitud mientras miraba a Marco. —Sí, todo se lo debemos al señor Ashford. Si no fuera por su ayuda, no estaríamos aquí.
Megan lanzó una mirada cortante a Álex, con el resentimiento ardiendo en sus ojos. Todavía no había olvidado que él había intentado arruinar su día.
—¡Exactamente! ¡El señor Ashford es tan talentoso que resolvió nuestro problema con una sola llamada telefónica! A diferencia de ciert