Carlos Alonso tensó los músculos de su brazo, y en sus ojos brotó una pizca de gran remordimiento.
—Claudia, escúchame. Yo crecí con Emma Cornejo, la considero como una hermana, así que cuidarla se ha vuelto algo habitual. Ese día, Emma realmente no estaba bien...
—¿Cuándo acaso ha estado Emma bien? —le pregunté, mirándolo fijamente a los ojos, palabra por palabra.
—El día de mi cumpleaños, Emma dijo que se sentía enferma, y tú dejaste a todos tus amigos para quedarte con ella, como si te divirtiera verlos reírse de mí.
—Cuando yo me enfermé, Emma dijo que había demasiado polvo en su casa y que eso la asfixiaba demasiado. Tú decidiste ir a acompañarla, dejándome sola en el hospital, con la gota y sin poder ir al baño.
—Hay demasiadas situaciones de estas. Carlos, ¿puedes darme un solo ejemplo de cuándo Emma estuvo bien y no interfirió en nuestras vidas?
Frente a mi serie de preguntas, Carlos con timidez bajó la mirada, incapaz de responder.
Observé la escena con una satisfacción retorc