Una apuesta

Gabriel le regaló la noche de pasión más intensa que podría imaginar, está de más decir que se olvidaron de dormir, él empezaba a sentir por la chica algo más que un simple deseo.

—Pequeña te quiero a mi lado, me siento atado de manos. —Dijo mientras Alondra tenía su cabeza recostada sobre su pecho y con sus dedos dibujaba pequeños círculos sobre su piel.

—Sería tan fácil si ese obeso nos hiciera el favor de morir, no podemos simplemente matarlo, nos ejecutarían inmediatamente.

—Lo sé, no podemos arriesgarnos, él volvió a poseerla, de manera feroz, casi salvaje, muy diferente a cuando estaba con el Jeque, el detestable hombre a veces se quedaba dormido sobre ella, con dificultad lo hacía a un lado para poder respirar, pues el peso del hombre la asfixiaba terriblemente.

Cuando la luz del alba entró por la ventana, la pareja apenas había dormido un par de horas, Alondra empezó a llorar desconsolada.

—¡Hey! Tranquila, tienes que ser fuerte, si ese hombre se da cuenta de que nos conocemos
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