JULIAN
Sentir su piel debajo de mi tacto, era como colocar mi mano contra una brasa y me enfurecía que Luciana aún pudiera provocar aquel efecto en mí. Pero más me encolerizaba que, por primera vez en muchos años, mi cuerpo se negara a obedecer a mi mente.
La solté de inmediato, intentando regresar a mis cabales y ella me miró con cierta decepción.
Irritado y muerto de celos, dije lo siguiente:
—¿Es la casa en realidad lo que no deseas dejar? —prácticamente gruñí, pareciendo un ogro celoso.
—¿Qué tratas de insinuar, Julián? —frunció sus lindas facciones y tragué grueso mientras mis puños se presionaban aún más para evitar tomarla entre mis brazos y arrastrarla hacia un rincón con la intención de tenerla a solas.
—Que tal vez no sea precisamente