Cuando se separaron, Millie tuvo que recostarse de la pared, para no caer. Le temblaban las piernas y notaba todo su cuerpo adolorido. Entonces se dio la vuelta y sin pensárselo dos veces le soltó una bofetada en la cara.
—¡Cerdo! ¡Al final me has convertido en una ramera! —le reprochó furiosa.
Bradox se tocó la mejilla golpeada y le devolvió la bofetada.
—No, querida, tú ya eras una puta antes de que yo te la metiera —le soltó con desprecio—. Y ahora, si me disculpas, voy abajo a coger tu abrigo.
Millie lo fulminó con la mirada mientras lo veía salir por la puerta. Hasta que se dio cuenta de que estaba prácticamente desnuda y se cubrió con las manos.
Ninguno de los dos se dirigió la palabra durante el trayecto a casa. Cada uno estaba inmerso en sus propios pensamientos. Ella seguía dándole vueltas a lo que su verdugo le hacía sentir y por más que intentó hallar una explicación lógica para todo aquel desenfreno, no la encontró. Era lo más irracional que había experimentado en su vid