Nos pusimos los cascos y se abrieron las puertas para que saliéramos de allí. Un cosquilleo recorría mi estómago y esque me parecía de lo más fascinante dar una vuelta por el desierto.
Iba a bastante velocidad, pero sin pasarse, hicimos un buen camino hasta meternos en uno de esos carteles de la carretera que nos llevó a una cafetería que había al pie de una duna. Aquello era fascinante, demasiados lugares escondidos en aquel lugar lo más parecido a un oasis, solo faltaban las palmeras y en este bar las había, colocadas por ellos claro estaba, pero podías disfrutar de ellas en grandes macetas.
Dejamos el Quad y nos sentamos en uno de esos cojines que había sobre una gran alfombra, todo rodeado de mesitas bajas, la música amenizaba el sitio, además había unos cuantos camellos para pasear a los turistas que iban llegando a tomar algo.
—Me estas regalando el viaje de mi vida —dije mirándole.
—Me alegra saberlo, porque aún te puedo enseñar todo el país —sonrió.
—Bueno, sí no corro ri