6. Coincidencias del destino
Ernesto Duarte
Abrí la puerta de la oficina de mi padre a las ocho en punto. Puntual como siempre, aunque tuve que dejar mi café en la oficina porque no alcance a tomarlo.
Él ya estaba ahí, recargado en su silla de respaldo alto, con los brazos cruzados y la expresión de quien lleva rato esperando. Pero lo que me incomodó no fue eso.
Fue mi hermano Erik. Estaba ahí también.
Sentado justo frente al escritorio, tan cómodo como siempre, como si todo le perteneciera por derecho divino. Fruncí el ceño. ¿Qué demonios hacía aquí?
Mi padre alzó la barbilla, señalando la silla libre junto a mi “hermanito”.
—Siéntate, Ernesto.
Ignoré la silla por un segundo, mis ojos fijos en Erik con una punzada de disgusto.
—¿No se suponía que íbamos a hablar tú y yo? ¿Negociar mi renuncia? —espeté con los dientes apretados, dirigiéndome a mi padre sin ocultar el tono de reproche.
Erik giró hacia mí, claramente sorprendido.
—¿Vas a renunciar? ¿Por qué? —preguntó con el ceño fruncido—. DC es una empresa famili