Después de entrar al coche y dejar a Tasio en la acera con cara de pocos amigos, miré a los ojos de Oliver, que brillaban de felicidad.
— Gracias por defenderme.
— Eres mi mujer, no dejaré que nadie te moleste ni te haga daño.
Me sentí tímida. Era extraño oír de la boca de Oliver la frase: mi mujer.