Finalmente, llegó el día de la cirugía de Noah. Estaba nervioso, no lo negaré, pero al mismo tiempo esperanzado. Sentía que la aparición de Aurora era una buena señal, que algún mensaje divino del cielo estaba intentando calmar mi corazón y decirme que todo saldría bien.
— ¡Por favor, Oliver, quiero ir con ustedes! — insistía Aurora, pero yo ya había hablado con el médico que la acompañaba durante el embarazo y él me explicó el verdadero estado de salud que ella tenía: debía guardar reposo absoluto.
— Nada de eso, tú te vas a quedar aquí y descansar. Te mantendré al tanto de todo lo que pase.
— Llegaré allá y me quedaré calladita en mi rincón, no me moveré, lo prometo.
— Dios mío, Aurora, ¿cuándo te volviste tan terca?
— Desde el día en que me diste espacio. — Sonrió descaradamente mientras tomaba su bolso.
— Déjame cargar eso, terca, y más te vale que te quedes tranquila, si no, te mando de vuelta al hotel.
Caminábamos por el pasillo hasta que vimos a Saulo, que no tenía buena cara.