En el reloj, ya pasaban de las tres de la tarde cuando la pareja subió al coche para regresar a casa.
— Tengo tanta hambre —dijo Saulo, feliz, acelerando el coche.
— Yo también.
Después de lo que había pasado en aquel río, y al ver a su prometida conversando de forma relajada, él se sentía entusiasmado.
— ¿Quieres comer algo especial? — preguntó, besando su mano.
— No, lo que Tereza haya preparado ya es suficiente. No tendría paciencia para pedir algo y esperar a que esté listo.
Estando de acuerdo con ella, condujo hasta casa. Luego de almorzar y darse otra ducha, la pareja se sentó en el porche, saboreando el mousse de fresa que Tereza había dejado de postre.
El silencio reinaba allí; solo se oía el sonido del viento y el canto de los pájaros.
— Esta noche me gustaría ir al pueblo — dijo Denise, después de terminar el postre.
— Claro, ¿quieres ir a algún lugar en específico? — preguntó él, animado.
Era bueno verla hablar con naturalidad.
— Esta mañana, cuando salí a caminar por el c