Era viernes por la mañana cuando Joaquín dejó a su sobrina en el trabajo y fue con Lucía a la casa principal.
Tras la muerte del señor Cayetano, él se sintió un poco más desocupado, ya que trabajaba como chofer del anciano. Como Oliver conducía su propio coche, Joaquín acabó encargado de llevar a Liana o a Tulio si necesitaban ir a algún lugar. El resto del día ayudaba a Lucía en la cocina o hacía algo en el jardín.
— Esta casa está muy silenciosa — comentó Joaquín, mientras pelaba papas en la mesa de la cocina.
— El señor Oliver decidió encerrarse en su cuarto desde que murió su padre. Si no fuera por doña Liana, no sé qué sería de él. Es ella quien lo está ayudando a superar — respondió Lucía.
— Es verdad. ¿Qué irónica es la vida, ¿no? El difunto patrón no simpatizaba mucho con la joven, y mírala ahora, dándole todo el apoyo a su hijo, haciendo de todo para mantenerlo en pie.
La conversación fue interrumpida por el sonido de un auto que llegaba.
Un taxi se detuvo frente a la enorme