Capítulo 4

Durante los siguientes cinco días Rosario estuvo encerrada en su casa. No estaba resignada a encontrar a sus hijos pero sí sabía que no podía volver a caer en las adicciones. Además, con la fuerte reacción que tuvo con Brian temía por su vida.

   Carlos tomó consciencia y dejó de lado sus diferencias y le proveía de alguna que otra comida. Por supuesto, quien más se acercó fue Carmen. Ella entendía que Rosario no podía estar demasiado tiempo sola, además era una de las pocas que conocía el dolor de perder un hijo y de que esté pierda su familia por culpa de la droga. Lo entendía pero no lo aceptaba. Sabía que conformarse no era una opción válida para mejorar dentro de ese entorno.

-¡ Rosario!— gritó Carlos cuando tocaba las palmas en la casilla de ella -¡Rosario!— gritó otra vez pero con mayor énfasis 

-¡ Salí de aca!— gruñó en voz alta arrojando cosas a su puerta del lado de adentro

-¡ para loca!— retrocedía ante cada ruido que hacia la puerta de chapa— te traje comida— se acercó para demostrarle que venía para ayudarla

— ¡ quiero droga goordo!, ¡ Traeme paco!— gritaba eufórica, demente, fuera de sí 

    Carlos se echó hacia atrás. Pensó un instante y salió, lo más rápido que le permitía su peso, a la búsqueda de Carmen.

— ¡Doña Carmen!— tocó timbre

— ¿quién es?— se escuchó su voz suave y envejecida 

— El chacho, del almacén— respondió alejándose, una vez más, de la puerta. No por temor a que también le tiren algo de adentro sino que se perfilaba para correr hacia la casilla de Rosario.

— ¿qué paso?— Carmen hablaba mientras arrastraba los pies hacia la puerta

— ¡Es Rosario, venga!— contestó desesperado, agitado

— ¡ya voy!— respondió tirando algunas ollas que tenía en su mano. 

Salió desesperada, ni siquiera preguntó que sucedía. Su angustia le anuló las preguntas. Ya conocía lo que pasaba, había caído en una nueva etapa de abstinencia. Sólo preguntó si estaba encerrada, Carlos afirmó con su cabeza entre tanto intentaban llegar lo más rápido posible. A Carmen le invadía el miedo de que Rosario, luego de la desesperación, sienta que nada importa en su vida.

-¡Rosario!, ¡Mamita soy yo, Carmen!— Le habló bien pegada a la puerta, el silencio era atroz -¡Rosario, ¿estás ahí?!— insistió otra vez. Del otro lado, nada.

    Pasaron unos pocos minutos. Carmen se asomó por la única ventana que tenían. Se puso en puntas de pie y su vista era nublada. La suciedad y la cortina rota no le permitían ver con claridad. En uno de los últimos esfuerzos que le permitió el cuerpo, vio el pie de la chica. Estaba en el suelo, contra la mesa

— ¡Carlos, tira la puerta abajo!— dijo cuando observó que no reaccionaba

— ¿Qué?— El chancho estaba confundido

— ¡tira la puerta a la m****a!, ¡se está muriendo!— Le ordenó

Carlos se paralizó unos segundos, eternos para la situación. Tomó distancia y coraje. Suspiró  e impulsó todo su peso contra la frágil puerta. Entró casi cayéndose por su propio peso.

-¡Carmen!— gritó desesperado

   La señora ingresó agitada ante el grito desgarrador de Carlos. Esté tenía en sus brazos a Rosario, ensangrentada, estaba pálida << se murió, se murió >> lloraba repitiendo una y otra vez. Carmen se acercó y tocó su cuello, todavía tenía pulso. Carlos, entre tanto seguía en estado de shock. La señora tomó pañuelos y se los puso en sus muñecas, intentaba pararle los cortes que se hizo con el único cuchillo de la casa.

— ¡Apretale las muñecas, Carlos!—

La miraba perdido pero hizo lo que le indicó 

— ¡necesito una ambulancia urgente!—

 Llamó a la ambulancia, dudaban por la ubicación pero su habilidad para manejar esas situaciones consiguió no solo que entren sino que lo hagan lo antes posible. Llegaron en tiempo record. Rosario tenía un pulso débil. La subieron de inmediato ante el llanto desgarrador de Carlos. Carmen, más fría y entendida en el tema lo consolaba subiendo a la ambulancia que la iba a trasladar.

    Los vecinos se acercaron, como nunca lo hicieron, al lugar del hecho. Comentaron sobre Rosario. La mayoría ni siquiera le hablaba. 

Carmen junto a Carlos acompañaron a Rosario. Los médicos intentaban tapar las heridas, la joven no reaccionaba. <<por favor no te vayas, por favor>> lloraba repitiendo reiteradas veces Carlos sobre el cuerpo de Rosario. La señora intentaba consolarlo

— Tranquilo Carlos, tranquilo— sobaba la espalda de él 

— Carmen, usted no entiende— la miró con los ojos rojos, los tenía en compota

— ¿Qué cosa no entiendo, querido?— pregunto sorprendida

— Yo la amo y la odie por esto. La odie tanto que jamás pude decirle lo que realmente siento. Hoy me doy cuenta que si se muere ni siquiera podré mirarla por más que la odie y reprima mis sentimientos— concluyó sin dar espacio a que Carmen dijera algo

   Luego de luchar contra los caminos de tierra, piedras y barro, y después de cruzar la autopista llegaron al hospital. 

   Bajaron la camilla a toda velocidad << ¡por favor espacio que es una urgencia!>> le daban oxigeno mediante un tubo mientras pedían que le preparen el quirófano. 

  Ingreso de inmediato, cerraron las puertas. Ni siquiera le dieron un parte aunque el estado no era alentador.

   Después de tres horas el médico salió

— ¿Son los familiares de la chica?— Se acercó a ellos dos

— Si— dijo Carmen

— No— Respondió Carlos al mismo momento

— Somos amigos de la chica doctor— contestó la señora intentando mostrar coherencia

— Bueno, no importa. Necesita donantes, siete y no importa el grupo y factor— Concluyó yéndose nuevamente hacia la sala de quirófanos 

— Doctor, disculpe— lo tomó del brazo Carmen -¿podrá darnos alguna novedad, esta con vida, algo?— gesticulaba con sus manos

— Mire señora, honestamente está muy grave. Sólo un milagro podría ocurrir. Su cuerpo esta muy deteriorado y lleno de porquerías. No era una chica sana— miró su reloj— ahora si, debo irme. Tengo una cirugía— se despidió y se fue.

    Carmen suspiró y se desplomó en los viejos y rotos asientos del hospital. Ninguno de los dos dijo nada. Miraron durante horas la luz que titilaba por la vejez de la misma. Cada tanto uno iba al baño o comprarse un café. Sin embargo, ninguno de los dos quiso hablar. Carlos no abrió su almacén y Carmen ni siquiera le aviso a su familia.

    El tiempo pasaba y no había noticias. Luego de cuatro horas una enfermera se acercó a ellos para hablarles.

                                         *  *  *

     Durante tres días durmieron en el edificio abandonado de Ramón. Walter miraba de reojo y sospechaba del hombre de allí pero por su personalidad esto era normal en él. Además, luego de las primeras impresiones de la ciudad creía conveniente ser cauteloso. Sin embargo, Ramiro intentaba entablar algún tipo de vínculo aunque Ramón era reacio. Prefería mantener distancia

— Hace tres días que no comemos cachi— le dijo tomandose la panza Ramiro

—Ya sé negrito pero no para de llover y si nos mojamos podemos enfermarnos. No tamos pa eso hermano— respondió triste y con el mismo hambre que su hermano

   Bárbara canalizaba su apetito jugando con todo lo que estaba cerca, por suerte era un problema menos

— Voy a pedirle comida a Ramón— se levantó apurado Ramiro

— ¡No!— lo tomó Fuerte del brazo Cachi

— ¿Por qué no?— cuestionó ofendido su hermano menor

— No sabemo nada de él. Puede ser peligroso— replicó mirando para donde dormía habitualmente el señor 

— Peligroso e estar acá solos. Adema el nos dio un lugar— contempló intentando convencerlo

— Hace lo que quiera, yo no voy a defenderte— lo soltó y miró hacia otro lado dejando libre a Ramiro

  

    El negrito hizo unos pasos, quería oír si Ramón continuaba descansando. Se colocó casi al borde de su cabeza

-¿qué quiere joven Ramiro?— preguntó dado vuelta y con sus ojos cerrados

— Don Ramón...— juntaba sus manos transpiradas demostrando nerviosismo— ya hable con usted y me dijo que estabamo a prueba…— hablaba lento intentando acertar cada palabra

—Si señorito, eso dije— habló en medio del silencio de Ramiro, todavia dado vuelta

— bueno, pero ahora quiero pedirle otro favor— su mirada se perdía en la deformidad del suelo

-¿ que desea señor Ramiro?— se sentó en su cama y lo miraba fijo

— tenemo hambre Ramón, usted no podrá…— 

Ramón lo interrumpió— Míreme a los ojos cuando me habla— dijo firme

-¿podrá ayudarnos?— lo miró con Sus rasgos por demás marcados, propios de la hambruna

— a ver… a ver…— pensaba cauteloso – quizás si pero ahora debe ahorrar energías. A la noche posiblemente pueda cenar joven— Se recostó otra vez y volvió a su posición inicial. 

    Ramiro se quedó unos instantes aguardando algún comentario más pero parecía que la charla había finalizado. Se apartó de allí con ciertas dudas pero comprendiendo que alguna ayuda iba a obtener

-¿qué te dijo?— se paró desesperado Walter al sentirlo detrás de él 

— Que a la noche vamo a comer. Hay que ayudar— respondió un poco frustrado

-¿te da cuenta?, viejo puto. ¿Qué quiere?, ¿Que le demo nosotro?— estaba enojado 

— Basta Cachi. Vo dijiste que hay que ganarse las cosa, ahora esperemo a la noche y vamo a ver—

    Walter llamó a su hermana y le pidió que se quede cerca de ellos. Ramiro decidió hacerle caso a Ramón y durmió. Su hambre era tanto que el sueño le ganó a sus fuerzas. Descansó más de 3 horas y media.

  La noche se hacía presente. Al despertarse observó que sus hermanos estuvieron durmiendo. Estaban abrazados uno al otro muy cerca de él. A lo lejos Ramón se disponía a irse.

— Cachi, Cachi— Lo zamarreaba suavemente a su hermano – Cachi, despertate que nos vamos— Intentó levantarlo pero este se rehusó

— No puedo moverme Rami, anda sólo— Balbuceó con sus ojos cerrados, con la pesadez en la voz

-¿Sólo?, ¿estás seguro?— Cuestionó alejando un poco su mano del cuerpo de su hermano

   Walter exclamó con un “ajam” y volvió a dormir. Ramiro se separaría por primera vez de sus hermanos. Sin embargo, la situación ameritaba alejarse. Tenía la imperiosa responsabilidad de conseguir algo para los tres.

 

— Ramón— susurraba más despacio a medida que se acercaba – Ramón— reiteraba este parecía no escucharlo entre tanto se colocaba los zapatos agujereados y por demás sucios— Ramón, ¿ya salimo?—

— Señorito Ramiro. Se ve que descanso, ¿no es cierto?— Lo miraba a los ojos, sus ojeras habían disminuido

— Si Don Ramón, ¿Ya vamo a buscar comida? Estaba ansioso

— Usted está muy ansioso pero si señorito, vamos a ir a comprar— Ramón terminaba de cambiarse.

  El señor se paró entre medio de quejidos. Frenó antes de salir de la estructura y miró el cielo. La luna estaba junta algunas pocas estrellas. Abrió la puerta y salió sin mirar hacia atrás.

   Ramiro camino a la par de Ramón durante varias cuadras. El niño le hablaba pero él no respondía<< ¿Dónde vamo?>> reiteraba una y otra vez. Las respuestas no aparecían

— Ramón, ¿puede decirme dónde vamo?— le preguntó interponiéndose en su camino con valentía pero con temor

— Ramiro, usted es un joven muy revoltoso pero sobre todo demasiado ansioso. Para esta vida debe entender que la paciencia es la mejor amiga del saber— Contestó esquivando al niño.

    Ramiro no entendió muy bien todo ese palabrerío, pero sí que debía continuar al lado del señor de Barba desprolija sin decir palabra alguna.

  Caminaron más de 15 minutos. Frente a ellos una panadería. Ramón tocó un portón por demás demacrado

-¿Quién es?— Hablaba del otro lado del portón

—Que tal buen hombre, ¿tendrá un pedazo de pan para un viejo mal habido?— Replicó Ramón con sus palabras que endulzaban el oído

— Pero por supuesto— Abrió la puerta un señor alto, de unos cuarenta y pico de años quien se sorprendió al ver un nene al lado del viejo— ¿ Encontró un hijo?— Sonrió

— Es simplemente un pequeño amigo— Acarició la sucia y larga melena de Ramiro— Sabrá usted entender, no pasamos un próspero momento— Concluyo

— Lo sé, lo sé— Era comprensible con sus palabras cuando buscaba en el interior de la panadería algo que tenía preparado— Tenga buen hombre— Le dio una bolsa— y para vos enano esperame acá—

     Ramón estaba parado como una estatua, ni siquiera miró la bolsa. La tenía agarrada con sus manos por detrás de la espalda. Se paraba derecho y con la frente alta.

— Enano, para vos esta bolsa— Estaba envuelta, era más bien pesado

— Mucha gracias— Contestó entusiasmado, indagando la bolsa

— De nada— Contestó sonriendo

— Señor, usted ha sido muy amable con vosotros— Hizo una reverencia correspondiéndole honorabilidad, como lo hacían en los primeros siglos

—Sabe que usted es bienvenido— Se despidió y cerró la puerta

    Ramiro abrió la bolsa y observó que además de un pequeño pedazo de sándwich de milanesa empezado, había varios pedazos de pan, su sonrisa era enorme.

— ¡Wooow! Que amable el hombre— Exclamó mirandolo a Ramón sorprendido

— Si, retribuye todo aquello que le fue dado. Un hombre sabio— Contestó caminando despacio disfrutando lo que comía. Por supuesto, un sándwich de milanesa

    Siguieron caminando. Esta vez un poco más lento. La ciudad parecía iluminarse y estaban próximos a llegar a la zona céntrica. Ramiro no se percató y seguía a su compañero. Finalmente llegaron a un local de comida rápida. Este estaba cerrado

-¿Qué hacemo acá?— Preguntó Ramiro

— Ya le dije, sea paciente— Contestó apoyado en la pared

    Ramiro hizo lo mismo. Miraba el cielo y trataba de controlar su juventud. Luego de un rato la puerta de la cortina metálica se abrió.

—Buenas noches señor. Disculpe que lo moleste— Se acercó lento pero sabiendo que quien tenía en frente no era un desconocido

— Usted no es molestia. Mire lo que le preparé— LE dio una bolsa de manera enorme. Lo veo acompañado— Miraba sonriendo a Ramiro

— Es un amigo. Comprenderá que la situación de calle se complica día a día— Su tono era cauteloso y gentil

— Lo sé. Aguardame un segundo nene— El joven entró y luego de un rato salió de allí— Toma acá tenes una bolsa para vos y…— Metió la mano en su bolsillo— Toma 50 pesos— Le estiró la mano

    Ramiro hizo lo mismo, no podía creer la generosidad de aquella persona. Sin embargo, Ramón lo tomó de la mano y se la cerró

— ¡no!— Alzó un poco su voz – No debe darle dinero. Usted entenderá que ya hoz ayuda más de lo que debe. Muchas gracias— Sentenció el sabio dando media vuelta

    Ramón comenzó a caminar y sin dudarlo Ramiro hizo lo mismo. Esta vez no abrieron las bolsas. El nene estaba compungido pero también enojado, en sus manos supo tener cincuenta pesos que habrían sido bien utilizados

— ¿Por qué no me dejaste agarrar la plata?— Caminaba rápido para alcanzarlo

— Porque ya te ayudo lo suficiente— Contempló Ramón

— Pero era plata que nos podía servir— Respondió mirándolo a los ojos.

— Entienda una cosa pequeño saltamontes— Lo tomó de los hombros y lo miró firme— Esa plata se la ganó él con sus manos, con su esfuerzo. Usted no debe pedir limosna sacándole algo a quien dio todo de sí para conseguirlo. Tenga orgullo Golpeaba su pecho, cerca del corazón— Sienta el fuego para conseguir lo que quiera. Dignidad, recuerde eso dignidad— Se ergio y continuó su caminata

— ¿Qué e dignidad?— Frunció el entre cejo siguiéndolo de cerca

— ¿No sabe lo que es?— Cuestionó Ramón observando que el nene negaba con su cabeza— Búsquelo en el diccionario sonrió—

— Yo no sé leer— Dijo con vergüenza, quitándole la mirada de sus ojos

-¿Cómo?— se frenó nuevamente

— No señor, yo no sé— Sus ojos se llenaron de lágrimas

— Usted es joven pero debe aprender. Es necesario. No se avergüence, supérese— Retrucó intentando animarlo y dándole valor

    Ramiro siguió sus pasos desde atrás intentando entender todo lo que aquella persona, desconocida pero sabía, le explicaba. Sentía que Ramón venía de una época que ya no existe. No podía descifrarlo, o mejor dicho, no tenía las palabras justas para describirlo. Sin embargo, sentía que ese señor tenía lo mismo que él con sus hermanos. Tenía un pacto, como él con Bárbara y Walter, pero este pacto era con él mismo. No podía permitirse no usar esa palabra, no tener esos valores.

   Luego de largo rato llegaron al refugio. Entraron. Ramiro buscó a sus hermanos que continuaban durmiendo

— Despiertense, hay comida— Los sacudía feliz, contento— Vamos arriba— Estos apenas podían abrir los ojos

    Ramiro, abrió la bolsa y tenía varios pedazos de hamburguesas. Estaba sorprendido. Sus hermanos se despertaron y el mayor no entendía como había encontrado eso

-¿Saliste a robar que trajiste eso?— Rio cuando agarraba pedazos de hamburguesas

—No, simplemente lo seguí…— Miró hacia donde estaba Ramón y este ya dormía

-¿Pero que hicieron?— Preguntó Walter

— No sé, yo lo seguí— Se encogió de hombros

     Bárbara comía, Walter también. Lo hacían desesperados. Por otro lado, Ramiro lo hacía más tranquilo, su hambre no era tanto pero además de ello en su cabeza rondaba algo. Ese algo era sobre Ramón. Sentía que aquel hombre a cada instante lo ponía a prueba, desafiándolo para saber quién era él realmente…

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