Capítulo 84.
Los días pasan, y Alena se mantiene con una rutina estricta, inmersa en sus pensamientos.
—Luna, necesito mantenerme siempre a su lado— susurra Dionisio de manera contundente al mismo tiempo que se asegura siempre de permanecer tres pasos detrás de ella, dejando clara la distancia entre ellos, no podía dejarse envolver por el deseo que recorría sus venas de forma permanente.
Alena asiente.
Aunque el brillo en sus ojos se ve difuminado y la alegría y decisión que siempre estaba en su rostro esta vez brillaba pero… por su ausencia.
— ¿Cómo te sientes ahora, Dio? —la pregunta sorprende por completo a Dionisio, quien en ese momento siente como si un aire lleno de frescura inundara sus pulmones.
Lo había llamado por su diminutivo, ese nombre que denota cercanía y confianza, su plan estaba funcionando.
— ¿A qué se refiere, Luna?
Él se queda observando cada uno de los movimientos sutiles y naturales que salían de Alena.
La morena se gira, y eso solo permite que los rayos del sol hagan un m