— ¡Aaagghhh!- Grita de nuevo con la garganta desgarrada, ya no sabía cuánto tiempo tenía en ese calvario.
Una contracción incesante recorre la columna vertebral de Alena, reina de la manada Niebla Eterna, estaba en medio de labor de parto, a punto de parir a su primogénito, su cuerpo sudoroso y agotado después de horas incontables no dejaban lugar a dudas del esfuerzo que le estaba representando.
— Por favor… por favor… — Suplicaba ella en medio de jadeos, en este punto sentía que cualquier esfuerzo iba a terminar con su vida— Necesito ayuda… Irvin llama a la curandera… ella sabrá qué hacer…
Había sido traicionada por el único hombre en quien había creído ciegamente, en su mate destinado.
“No puedo creer que mi propio macho me haya hecho esto” pensaba llena de dolor, “Si él me amaba, me trataba con dulzura, me cuidaba… ¿cómo puede tenerme en estas condiciones en un momento tan difícil como lo es el parto?” Se preguntaba con el corazón roto.
En ese momento el Alfa y rey de la manada se acerca a ella y le acaricia el rostro.
— Cariño…
Alena mueve su rostro asqueada, no tolera su toque, no tolera su presencia.
— Vamos no te hagas la digna, o la débil— Dijo Irvin— Eres fuerte, demuéstralo, tienes un año gritándomelo en cada oportunidad que has tenido, es momento que saques esa casta real que tanto presumes, el linaje los Campbell, — El tono ácido en su voz no pudo pasar desapercibido, la mirada llena de odio del Alfa traspasó el alma de Alena.
“¿Cómo había sido tan ciega de enamorarse de él? No ver la maldad que destilaban sus ojos” pensó decepcionada.
En ese momento su conciencia se fue directamente a las palabras que le había dicho su padre hasta el último momento de vida
“Siempre cree en tu instinto, y sin importar quien sea acepta a tu mate destinado ya que la vida te mostrará que serás feliz junto a él, la Diosa Luna jamás se equivoca”
“Oh padre “ Pensó ella en medio de la inconciencia “Creo que la que se equivocó soy yo… aunque no he identificado cómo”
En ese momento Irvin se limpió la mano con la que la había tocado en la ropa con asco.
— Nuestro cachorro va a morir si no lo ayudas… no puedes dejar que muera. Sería traición a la corona.
Alena estaba pensando en cada posible solución, tenía que salir con vida de ahí, para recobrar su fuerza y enfrentarlo.
— No puedo traicionar lo que ya es mío— Declaró él con desdén.
— ¡AAaaagggghh!
Otra contracción se presentó y Alena apretó las quijadas conteniendo las ganas instintivas de pujar, sabía que su cachorro no estaba bien, que corría peligro.
Lo sentía en el cuerpo, su cachorro estaba mal posicionado, tantas horas de esfuerzo podrían dañarlo.
— ¿Por qué haces esto?— Alena necesitaba encontrar una forma de apelar a su malnacido corazón para conseguir algo de piedad. — Somos mates destinados por eso nos enlazamos, por eso eres rey porque yo te elegí.
Una carcajada carente de alegría salió desde lo profundo del pecho de él haciendo eco en las paredes de la celda en la que tenía días encerrada.
— No, tú no me elegiste, solo eres una estúpida fácil de utilizar y desechar cuando ya no es útil.
Esa declaración hizo que Alena se quedara con el cuerpo entumecido. “¿De que estaba hablando?”
—Lo somos, tenemos un enlace… — Lo decía en voz alta para saber que esto era una realidad y no una fantasía provocada por el inmenso dolor que la recorría. — Nuestros lobos se reconocieron… nuestros…
— Ahora… — La interrumpió Irvin— tu solo formas parte de un plan, eres un daño colateral para algo mucho más grande, que no te incluye con vida.
En ese momento el rostro de Irvin se transformó, ahora era alguien completamente desconocido para Alena, y el pavor hizo que su cuerpo se contrajera.
— ¿De qué hablas?...
La reina no pudo decir más ya que otra contracción atenazó su cuerpo, las paredes de su vagina estaban desgarradas y alguna parte del cuerpo de su cachorro estaba por salir pero no podía pensar bien, el enorme dolor no la dejaba razonar con claridad.
Alena estaba esposada de ambas muñecas y tobillos a la pared, no podía moverse, solo estaba abierta de piernas para que el cachorro saliera.
— Irvin déjame ayudar, quítame las esposas… — Pidió ella desesperada, maldiciéndose a sí misma por haberse equivocado tanto con el — Yo misma lo tendré, yo misma lo sacaré…— Otra contracción abominable la recorrió.
En ese momento la puerta de madera maciza de la celda se abrió y llegó una mujer muy parecida a Alena, se notaba que compartían linaje.
Vero, prima de Alena y la única otra integrante de la familia real llegó mostrándose preocupada.
La mirada de ambas se conectó y Alena suplicó por ayuda.
— ¡Vero! ¡Vero Gracias a la Diosa que estas aquí! — Gritó desesperada por finalmente tener la oportunidad de recibir ayuda para su cachorro — ¡corre pide ayuda, diles que el rey ha cometido traición a la corona…
En medio de sus indicaciones la reina se queda en completo silencio, Vero su prima, la mujer que había considerado como su hermana menor, en este momento estaba observando su desnudez de pies a cabeza con desprecio y una tranquilidad amenazadora.
— No tiene tan buenas tetas—Declara Vero con desprecio— las mías son más grandes.
Alena parpadea impresionada.
— Ayúdame Vero, me tiene esposada — En ese momento toda la desesperación que recorría el cuerpo de la reina comenzó a desbordar su cuerpo…
— Sus deseos son ordenes su majestad— Dijo con tono de burla Vero inclinándose para inmediatamente después acercarse y clavarle una aguja en el cuello.
— ¡ahahhh!!!!— Grito Alena.
— Esto te ayudara a no sentir dolor— Dijo Vero quien comenzaba a abrir las esposas de las muñecas de Alena, en cuanto estuvo libre del apoyo la reina cayo de rodillas a los pies de Vero.
Ella sonrió y bajando la mirada declaró.
— He esperado toda mi vida para verte así, inclinada ante mis pies, maldita desgraciada.