Kane
Cuando entré a la habitación, la escena ante mis ojos me hizo arder en un fuego de rabia y desesperación.
Maeve, pálida y débil, estaba colapsando en los brazos de Luca, que parecía estar consumido por la sed de sangre que a veces nos domina. Sin pensar, reaccioné impulsado por el instinto protector que siempre sentí hacia ella.
Con un empujón violento y preciso, lo aparté de ella.
Maeve, sin fuerzas para sostenerse, cayó al suelo con un golpe sordo que resonó como un trueno en mi corazón.
Inmediatamente, mi atención se centró en Luca, quien, aún con los colmillos expuestos y los ojos rojos del vampiro en plena caza, me miraba desafiante.
Sin una palabra, comencé a golpearlo, tenía que hacerlo entrar en razón. Cada golpe era un grito silencioso, pidiéndole que luchara contra la bestia que todos llevamos dentro.
—¡Luca, contrólate! —grité mientras nuestros golpes resonaban en el espacio cerrado de la habitación. —¡No la lastimes, no a ella!
Superado por la ira y la confusión, inte