Maeve
En un instante, el profesor Rogers cerró la distancia entre nosotros con una velocidad que desmentía su apariencia humana.
No tuve tiempo de reaccionar antes de que sus dedos estuvieran alrededor de mi cuello, apretando con una fuerza que me hizo jadear por aire. Su rostro estaba a centímetros del mío, sus ojos llenos de una frialdad y furia que me helaban la sangre.
—Lo perderás todo, solo me tendrás a mí y a los cazadores, tu estúpido novio no querrá saber nada de ti... —gruñó, su aliento caliente chocando contra mi cara.
La adrenalina disparó a través de mis venas, y con un movimiento rápido y desesperado, aparté su mano de mi cuello.
Sin pensar en las consecuencias, cerré mis dedos en un puño y golpeé su cara con toda la fuerza que pude reunir.
El impacto resonó con un crujido sordo, y un dolor agudo estalló en mi mano. Grité, más por la sorpresa del dolor que por la ira, sintiendo que algo en mi mano cedía, posiblemente una fractura.
Rogers retrocedió un paso, su rostro mos