Eran casi las cuatro de la madrugada, Adriana estaba acurrucada en el sofá, colocando una crema para contusiones en su piel. En frente de ella, Omar estaba recibiendo un suero y tomando medicamentos.
Ambos levantaron la vista y se miraron fijamente.
Él frunció el ceño y apartó la mirada, mientras ella hizo una mueca y volteó la cabeza.
Un silencio incómodo llenó la habitación.
Después de un largo rato, Omar cerró los ojos y habló sin emoción.
—Hiciste un buen trabajo esta vez.
Estas palabras sorprendieron a Adriana. Después de tres años de matrimonio, era la primera vez que él la elogiaba, aunque ya estaban en proceso de divorcio. Se sintió un poco amargada, asintió levemente y luego preguntó,
—¿La abuela está bien?
—Está estable—respondió Omar.
Adriana asintió con la cabeza y no hizo más preguntas. Supuso que no era un gran problema. Probablemente, entre Omar y la señora Vargas, no hubo una gran confrontación, y todo se debió a una situación imprevista que llevó a que la señora Varga