Jaime tenía razón, su estudio de pintura ya no tendría nada que ver conmigo.
Nunca fui su agente oficial, siempre gestioné su carrera bajo el rol de esposa.
Pero pronto dejaría de serlo.
Al día siguiente, fui a la oficina a recoger mis cosas.
Justo escuché al gerente del estudio de pintura aconsejando a Jaime.
—Señor Olías, ayer actuó con demasiada impulsividad. En estos años su esposa ha sido quien ha gestionado todo el estudio de pintura. Si se enfada y deja de venir, la próxima exposición será un caos.
Jaime resopló con desdén, —Ella solo se ha aprovechado de mi fama. El éxito de las exposiciones se debe a mi talento.
—Si no viene, que Paula se encargue de sus tareas. Son trabajos simples, ¡da igual quién los haga!
Jaime recordó algo y añadió:
—Paula no es como ella, la chica no quiere adular a nadie. No la llaman en las cenas de negocios.
Había ido para coordinar la transición con el gerente, pero ya no era necesario.
En ese momento, sonó una notificación de WhatsApp.
Desde París me avisaron que el visado está listo y puedo venir cuando quiera.
Regresé directamente a casa y empecé a hacer las maletas.
A mitad del proceso, Jaime apareció inesperadamente, incluso me trajo una sopa de marisco.
Observé la etiqueta de seguridad alimentaria ya rota y el tazón casi vacío.
Arrojé directamente esos restos a la basura.
Jaime quiso enfurecerse, pero al ver los escasos restos de sopa, su mirada culpable apagó su ira.
—No lo malinterpretes, no son sobras.
Evidentemente había olvidado que soy alérgica al marisco.
Años atrás, cuando Jaime era un joven impetuoso, provocó a un rival que amenazó con mutilarle las manos. Fui yo quien recibió el golpe por él.
Para asegurarse de que yo, sin apetito, pudiera comer algo, me compró sopa, pero no sabía que los mariscos me provocan alergia; casi me hace entrar en shock.
Mientras yo estaba en la sala de emergencias, Jaime permaneció de rodillas frente a la puerta todo el tiempo, jurando ante el cielo que nunca volvería a dejarme pasar por algo así.
Pero incluso experiencias tan desgarradoras, al final, el tiempo termina borrándolas, sin dejar rastro alguno.
Tal vez mi silencio excesivo hizo que Jaime sintiera cierta inquietud. Dio unos pasos detrás de mí y, sorprendentemente, fue él quien rompió el silencio con un tono conciliador:
—Hoy actué por impulso y te humillé en público. —Pero soy el dueño del estudio de pintura, debo ser justo e imparcial para convencer con razones.
—No es que realmente te prohíba intervenir en el estudio de pintura, solo necesito que discretamente le pidas perdón a Paula…
—Permiso.
Ignoré sus palabras y entré al baño a recoger algunos cosméticos.
Las palabras que no acabó Jaime se atascaron en su garganta, mientras una sensación desconocida de impotencia le invadía el corazón.