Deseos oscuros
— Tenemos que hablar. —

— ¡ Dios santo niño! Me has dado un susto de muerte. — El ama de llaves se llevó la mano al pecho apoyándose en la encimera.

— Nana, ha pasado algo horrible.

Ella suspiró secándose las manos con el paño de cocina que llevaba colgado de la cintura. Eduard arrastró una silla y se dejó caer con pesadez.

— No sé que hacer, todo se ha vuelto confuso, creo que puedo estar cerca de otra gran crisis. — Apoyó los codos en la mesa y zurcó los cabellos con sus dedos. — Siento la oscuridad dentro de mí luchando por salir y temo no ser capaz de controlar mi ira, como aquellas otras veces...

El rostro angustiado de la señora se tiñó con una marcada veta de miedo. Corrió hacia él y lo abrazó.

— Hijo... no sé que está pasando, pero recuerda que la luz de Dios es superior a toda esa oscuridad que guardas dentro.

El joven empezó a negar con la cabeza, apretando los ojos para contener las lágrimas.

— No puedo hacerlo Nana, no puedo. Él se ha empeñado en destruirme
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