Después, los documentos: transferencias repetidas a una misma cuenta, en montos discretos pero constantes. Empresas inexistentes. Y finalmente, una grabación de una conversación captada en el pasillo donde ambas mujeres comentaban que “todo se limpiaría con ayuda de nuestra amiga, como siempre”.—¿Qué significa esto? —preguntó Leonardo, frunciendo el ceño.—Significa —respondió Alanna, con voz templada— que hay dinero de esta empresa que ha sido desviado durante meses. Que estas dos mujeres —señaló sin titubear— han robado con total descaro. Y lo más grave, bajo la aparente protección de alguien muy cercana al área administrativa.Alexa palideció.—¿Estás insinuando algo, Alanna? —dijo con una risa nerviosa—. ¿O solo estás lanzando acusaciones sin fundamentos?—Insinuar, no. Estoy mostrando pruebas —dijo Alanna con la mirada fija—. Pero sí tengo claro algo: no puedo probar que tú estás detrás de esto, Alexa. No por ahora.Camila y Helena comenzaron a balbucear, pero Leonardo levantó u
La mansión Salvatore dormía bajo un silencio espeso. Los pasillos oscuros, iluminados apenas por la luz cálida de las lámparas de pared, parecían susurrar secretos entre las sombras. Leonardo, sentado en uno de los sofás del salón principal, aún llevaba puesta la camisa blanca de la oficina, aunque los primeros botones ya estaban desabrochados. Su mirada estaba perdida en el vacío mientras sostenía un vaso de whisky entre los dedos.No podía dejar de pensar en el comportamiento de Alanna. Su frialdad. Su evasión. El silencio que ahora parecía haberse instalado entre ellos como un muro impenetrable. Se había marchado sin avisarle, y regresado igual de distante, con los ojos apagados y la voz seca.Subió las escaleras arrastrando los pies, sin entender por qué se sentía tan… inquieto. Alanna ya estaba en la habitación, pero no lo había esperado para acostarse. El sonido del agua corriendo en la ducha llegaba desde el baño, interrumpiendo la quietud del cuarto.Leonardo entró sin hacer r
La noche envolvía la mansión Sinisterra en un silencio casi sepulcral. La brisa suave hacía crujir las ventanas de madera antigua, y la luna, escondida entre nubes densas, apenas se asomaba para iluminar el jardín.En su amplia habitación, la señora Sinisterra se removía entre las sábanas de satén, incapaz de conciliar el sueño. El rostro de Alanna, distante, frío, herido… la perseguía con cada parpadeo. No era la primera noche que no lograba dormir, pero aquella tenía un peso diferente, como si el aire estuviera cargado de un presentimiento que le apretaba el pecho.Suspiró, miró el reloj. Las agujas marcaban las 3:17 a.m. Cerró los ojos, forzándose a dormir.Y entonces… comenzó la pesadilla.Estaba en un pasillo largo, oscuro, con paredes húmedas y frías como piedra. Escuchaba un eco, pasos descalzos, y el sollozo de una niña. Avanzó con temor, guiada solo por la voz que suplicaba ayuda. Sus manos temblaban, su respiración se aceleraba. Y al girar la esquina, la vio.Alanna.Su hija
La majestuosa mansión Salvatore brillaba tenuemente bajo los últimos rayos del sol que se desvanecían. Un silencio solemne reinaba en su interior, roto solo por el murmullo del viento entre los árboles del jardín. Pero algo estaba a punto de irrumpir esa aparente paz.Una elegante limusina negra se detuvo en la entrada. De ella bajó la señora Sinisterra, vestida de manera impecable, pero con los ojos visiblemente hinchados por el llanto contenido. Caminó con pasos temblorosos hasta la gran puerta principal, apretando contra su pecho un pañuelo arrugado que ya había empapado con sus lágrimas más de una vez.Cuando la mamá de llaves, le abrió la puerta, quedó sorprendida.—Señora Sinisterra... ¿La esperaban?—No —dijo ella en voz baja—. Solo... por favor, dile a Alanna que estoy aquí. Que necesito hablar con ella.La ama de llaves dudó, pero asintió. Subió rápidamente a avisar. Alanna, que estaba en la biblioteca revisando documentos, alzó una ceja al oír el nombre.—¿Mi madre? ¿Aquí?B
La mañana se consumía lentamente entre los cristales empañados del salón. Alanna se había mantenido en silencio desde que su madre, la señora Sinisterra, llegó esa mañana. No hablaron más allá de lo estrictamente necesario. La señora Sinisterra, por su parte, parecía caminar por la mansión como una intrusa que no se atrevía a respirar sin permiso.Pero al atardecer, cuando el cielo se tiñó de un rojo intenso, la señora Sinisterra pidió hablar en privado con Alanna en la biblioteca. Había algo en su voz temblorosa que encendió una alerta en Alanna, pero la acompañó sin emitir juicio.La biblioteca olía a madera antigua, cuero y papel gastado. Su madre se sentó frente al escritorio, con un pequeño cofre de terciopelo púrpura sobre el regazo. Sus manos, delicadas y arrugadas, temblaban al sujetarlo.—Desde que llegué esta mañana, supe que algo dentro de mí debía cambiar —comenzó—. Tal vez no recupere nunca tu confianza, Alanna, pero... quiero hacer lo que debí haber hecho desde hace much
La noche se había vuelto silenciosa en la mansión Salvatore. El reloj marcaba las 10:42 p.m. cuando Alanna, con paso lento, condujo a su madre hasta el segundo piso. Subieron por la elegante escalera de mármol que solía estar iluminada solo con la luz tenue de los apliques de las paredes. Ninguna hablaba. El ambiente estaba cargado de palabras no dichas, de heridas que aún dolían sin tocarse.La señora Sinisterra caminaba junto a su hija con las manos entrelazadas, como si temiera que todo aquello no fuera real. En su rostro se notaba el agotamiento de años de silencio, pero también la fragilidad de una madre que empieza a ver con claridad sus errores.Alanna abrió la puerta de una de las habitaciones de huéspedes. Era amplia, decorada con tonos marfil y oro viejo, con un sillón junto a una ventana enorme desde la cual podía verse parte del jardín trasero.—Aquí dormirás esta noche —dijo Alanna, colocándose al costado para que su madre pasara.La señora Sinisterra entró, recorriendo e
El sonido del agua al caer era constante, como una sinfonía triste que llenaba el baño. El vapor envolvía cada rincón, formando una niebla espesa que borraba los contornos del espejo y hacía desaparecer el presente, como si el tiempo se disolviera con cada gota que tocaba el suelo.Alanna estaba ahí, en medio de esa bruma, con la frente apoyada contra la pared de cerámica. El agua caliente descendía por su espalda, por sus hombros, como si quisiera lavar algo más que su cuerpo. Pero no podía. No esa noche.Su respiración era lenta, pesada. Sus pensamientos, una maraña densa y afilada.Había sido un día largo.Un día que había removido secretos que dormían bajo capas de silencio, y que ahora despertaban con fuerza brutal. Su madre, la misma que durante años la había despreciado en silencio, la había mirado a los ojos con lágrimas verdaderas. Le había pedido perdón. Le había confesado cosas que nunca imaginó oír. Cosas que la descolocaban, que removían su alma, que la dejaban sin alient
El convento de Santa Clara no era un lugar de redención, sino de castigo. Las paredes grises y húmedas parecían respirar opresión, y las hermanas que lo habitaban eran más guardianas que guías espirituales. Para Alanna, cada día era una batalla contra el dolor, el hambre y la humillación. Pero había un día en particular que nunca podría olvidar, el día en que su pierna fue lastimada, el día en que el convento le robó algo más que su libertad.La hermana superiora, una mujer de rostro severo y manos duras como piedra, había tomado una especial aversión hacia Alanna. No solo porque recibía dinero de Allison para que la maltrataran, si no tal vez era porque Alanna, a pesar de todo, mantenía una chispa de rebeldía en sus ojos. O tal vez porque la hermana superiora disfrutaba ver cómo la joven que alguna vez había sido una princesa se convertía en una sombra de lo que fue.Ese día, Alanna había sido acusada de robar una hogaza de pan. No era cierto, pero en el convento, la verdad importaba