Capítulo 2. La prometida de nadie.
El sol no entraba en la habitación 525. Las cortinas permanecían corridas, era como si el mundo exterior no mereciera colarse en ese lugar donde el caos y la confusión lo cubría todo.
Mariana abrió los ojos lentamente, el dolor de cabeza no cesaba. Era como si le hubieran partido el cráneo en dos, pero como no, después de todo lo que escuchó de boca de su prometido.
No sabía cuántas horas habían pasado desde que fingió no saber quién era, pero la verdad es que lo recordaba todo, más de lo que hubiera querido recordar.
Recordaba el vestido, el auto decorado con flores, la boda que nunca sería, el choque y… la conversación tras la puerta.
Esa maldita conversación.
“Si ella recuerda quién es… la matamos. Así de simple”
No podía quitarse esa frase de la mente, por más que lo intentaba tratando de pensar en otra cosa.
Las palabras de Francesco eran cuchillas oxidadas, atravesando sus pensamientos una y otra vez. Llegando a preguntarse ¿si de verdad había amado a un hombre capaz de hacerle algo así? Llegando a cuestionar si ese accidente no fue provocado por él.
Una lágrima le surcó la mejilla. No por él. Por ella misma. Por haber creído que lo que sentía él por ella era amor.
La puerta se abrió suavemente. Una enfermera entró cargando una bandeja con medicamentos y una libreta en la otra mano. Sentía lastima por la mujer en la cama, se veía tan joven y había quedado desfigurada parcialmente el día de su boda.
-- Buenos días. ¿Cómo te sientes hoy? – le preguntó con amabilidad, acercándose a la cama. Mariana ladeó el rostro, no había querido hablar por miedo a que alguien más la reconociera, pero cuando lo hizo notó que su voz no era igual. Sonaba un poco ronca, rasposa.
-- Me duele todo, pero aún no recuerdo nada... no sé quién soy –
La enfermera la miró con compasión, asintió y luego nota.
-- Es normal, no te preocupes. La doctora quiere hacerte algunas pruebas más tarde. Han dicho que podrías estar confundida por el golpe. Pero estás a salvo. Aquí nadie te hará daño --
“ ¿A salvo?”
Pensó Mariana con ironía. Nadie lo estaba, excepto los dos hombres que se peleaban para abandonar a una mujer sin recuerdos.
-- ¿Ya saben quién soy? – le preguntó fingiendo fragilidad. Su voz le soñaba extraña, misteriosa... el accidente le presionó las cuerdas vocales y se le escuchaba diferente.
-- No con certeza. Pero… hay dos hombres que aseguran ser tus prometidos --
Mariana contuvo la respiración.
-- ¿Dos? --
-- Sí. Es extraño, lo sé. Pero al no recordar nada, y tener el rostro parcialmente vendado... -- no iba a decirle que parte de él estaba irreconocible.
-- Ambos dicen que iban a casarse este día, pero no sabemos cuál de las novias es la mujer que… falleció. Estamos esperando una prueba de ADN porque su rostro esta parcialmente desfigurado –
El corazón le golpeó las costillas con fuerza. Pruebas. Documentos. ADN. Tenía que ganar tiempo, si lo hacían la volverían a llevar a la casa de los Romero, ya no estaba el abuelo para protegerla... y Francesco quería acabar con ella.
-- ¿Puedo verme en un espejo? --
- -No por ahora -- le respondió la enfermera. -- La doctora dijo que podría ser contraproducente para tu recuperación. Tienes algunas heridas en el rostro, tus manos están quemadas, por eso no hemos podido revisar tus huellas. Pero no temas, no será nada permanente, ya se concretó una cita con cirugía plástica --
-- ¿Cirugía plástica? – repitió llevando su mano a su rostro, pero la joven enfermera la detuvo.
-- No es bueno que lo hagas, podrías infectar tus heridas --
La enfermera se fue, dejándola sola de nuevo. Mariana giró la cabeza hacia la ventana.
-- Tengo que salir de aquí -- murmuró para sí misma. -- Antes de que me conviertan en otra persona. Antes de que me utilicen y luego me desechen como una maquina malograda --
-- Pero ¿cómo? – las preguntas no dejaban de atormentar su cabeza.
Afuera del hospital…
Los medios ya acampaban como buitres. Cámaras, flashes, micrófonos. Todos querían saber lo mismo:
¿Quién era la novia sobreviviente? La noticia se había expandido por toda la ciudad.
Emiliano bajó del auto con gafas oscuras y semblante impenetrable. Su asistente lo siguió con una carpeta bajo el brazo.
-- Los periodistas saben que la paciente tiene amnesia -- le informó su asistente. -- Pero todavía no hay confirmación oficial de su identidad --
-- ¿Y el tal Francesco? --
-- Se fue anoche. Pero dejó una orden, regresará más tarde con una abogada --
-- Ese bastardo se mueve rápido -- murmuró Emiliano.
-- ¿De verdad considera aceptar su propuesta? --
Emiliano no respondió de inmediato. Se frotó la mandíbula. Su empresa estaba en juego. Había invertido más de la mitad de su fortuna en la fusión con unos inversionistas internacionales, y la consiguió gracias al matrimonio con Emilia, las empresas solo trabajaban con matrimonios estables. Emilia era parte del trato y su historia de amor vendía. Pero sin Emilia… todo pendía de un hilo.
-- ¿Usted cree que la paciente podría ser la señorita Soberón? -- le preguntó el asistente.
-- Lo es -- dijo Emiliano, secamente. -- Lo supe en cuanto me miró y vi que no tenía ese brillo en los ojos que caracterizaba a mi Emi --
-- ¿Y qué hará? –
-- Aún no lo sé -- le respondió Emiliano, y entró al hospital.
Ingresó y camino directo hasta la habitación 525.
-- Tienes visita -- dijo otra enfermera. Mariana se incorporó, inquieta. La puerta se abrió. Emiliano entró con paso firme.
Llevaba una flor blanca en la mano. No dijo nada al principio. Se acercó con lentitud, la observó como si estudiara cada centímetro de su rostro, esa mujer tenía mucha similitud con su Emilia, ahora comprende porque no la reconoció.
-- Hola -- murmuró él. -- Sé que no me recuerdas. Pero yo sí te recuerdo a ti --
-- ¿Soy tu prometida? -- Mariana tuvo que tragar saliva para preguntar. Él dudó. No por un instante, sino por varios.
-- Lo eres. Íbanos a casarnos, pero tuviste ese accidente --
Mariana bajo la mirada, para ella no era tan fácil mentir.
-- No lo puedo recordar, pero... ¿tu me amas? -- la pregunta lo desarmó, la mano que mantenía la flor en ella tembló.
-- Sí -- le respondió al fin. – Con todo mi corazón --
Emiliano sentía que esas palabras se las estaba diciendo a su amada. Ella solo asintió, por un segundo sintió lastima de él. Había perdido a la mujer que amaba, mientras que ella se había salvado... ¿Y para qué?
Para enterarse que no era amada como creía.
Emiliano no pudo seguir allí, dejó la flor sobre la mesa y salió.
En la sala de reuniones del hospital…
Francesco estaba sentado a la mesa. Con él, una mujer de traje beige, impecable, con rostro afilado, la abogada era la mejor amiga de Mariana... Isabel Rivas.
-- Francesco, no tienes mucho tiempo. En cuanto el ADN salga a la luz, todo se sabrá. Si quieres heredar, necesitas pasar a Mariana por muerta, si regresa a casa, será difícil deshacernos de ella. Con tu esposa fallecida, toda su herencia pasara a ti. Al fin de cuentas su matrimonio ya fue registrado por ustedes --
Francesco asintió, recordando días atrás, cuando Mariana se sintió apenada por su mala actitud, y para compensarla la llevó al registro civil, sorprendiendo a toda la familia al registrar su boda antes de la ceremonia oficial.
-- Ya lo sé. Por eso necesito hablar con ese desgraciado de Emiliano Del Valle --
-- ¿Crees que el aceptara? –
-- No lo sé, pero no tiene de otra... el pierde más que yo --
-- ¿Y el ADN? --
-- Si ambos reconocen a sus prometidas no habrá necesidad de hacer la prueba – dijo Isabel.
Emiliano llegó a la puerta y escuchó parte de la conversación, ese día debía estar disfrutando de su luna de miel con su esposa dos semanas antes de la celebración por la firma del contrato final... sus socios supieron del accidente y no dejaban de llamar.
Su asistente recibía decenas de llamadas por hora.
-- ¿Estas acá? – dijo Francesco al verlo ingresar. Emiliano no dijo nada, miró a su asistente y asintió.
-- ¿El señor Del Valle quiere saber que pasara con el cuerpo de su prometida? -- preguntó el empleado.
-- Será enterrada con honores en el mausoleo familiar, la familia Romero crio a Mariana por años, es lo mínimo que podemos hacer por ella -- Emiliano nuevamente asintió.
El asistente saco unos documentos y se los entregó a Isabel. Ella como abogada los revisó,
-- Todo está bien --
-- Entonces el trato esta hecho -- dijo Francesco antes de firmar.
-- Solo una última pregunta... ¿Qué pasa si ella recuerda todo? --
Francesco sonrió con malicia.
-- Si eso llegara a pasar... ya sabes que hacer --