LAS CHICAS DE ORO

—Jeynz, tienes que levantarte ya.

Por un momento, la voz que uso le sonó tanto a la que usaría una madre que se permitió sonreír ampliamente. La chiquilla rubia se movió de un lado al otro, cubriéndose con las sábanas. —Puedo dormir hasta la hora que yo quiera. Es domingo. —Su voz era pastosa y adormilada—. Chrystiane dijo que hoy tampoco haríamos nada. 

La rutina volvió al edificio que les servía como hogar. Mytlen ya casi olvidó que a apenas unas cuadras de distancia aún se recogían escombros, gracias a que Jeynz resultó después de todo una buena compañía, sonriente, simpática, agradable. Aunque el primer día fue difícil, un día más y un pastel de chocolate horneado por Hectovar sirvieron para acercarles más y establecer una relación de confianza entre ambas rubias. Ahora a

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