DAOSTIERRA

—Ayudarte no significa que esté de acuerdo. —Recordó Jeorg en voz alta, con un deje molesto.

—Nadie dijo que fuese así. —Respondió Yaroit, en el mismo tono.

El hombre se revolvió incómodo en su silla.

<< ¿Debo de evitarlo? Aún puedo hacerlo, no lo dudo... pero... no, no debo>>. — ¿Están ya los sensores trabajando? —Preguntó, haciendo caso omiso de su voz mental.

Después de hacer planes y de preparar la nave, se había pasado todo el tiempo inquieto. No había visto a un humano en varios años, y que llegase uno en esas circunstancias era lo menos oportuno que podía suceder. Yaroit en cambio parecía estar en calma total. —Estamos totalmente listos. —Reiteró ella. Sabía que la acompañaba aunque no quería y lo agradecía, aunque con o sin él estaba decidida a rescatar al niño humano—. A punto de llegar, Jeorg.

Habían salido a las nueve de la noche, con la luna a sus espaldas, en un recorrido que en condiciones normales debería tomarles menos de una hora, volando lento para estar atentos a cualquier amenaza. La nave estaba en piloto automático, así que Jeorg permanecía sentado con las piernas levantadas sobre el panel de control, moviendo las manos. Yaroit mientras tanto sacaba un jugo de la mini refrigeradora incorporada a la nave, bebiéndolo en ese instante. Pensativa, sacó un segundo y fue a sentarse, cerca de una pequeña ventana en la pared que le permitió mirar hacia abajo y apreciar los cientos y cientos de hectáreas de terreno casi seco que se extendían a sus pies. <<Vaya lugarcito para venir>>. — ¿Crees que Efxil aparezca? —Le preguntó a su compañero.

—Es una posibilidad —contesto él. Aunque bien sabían que Efxil iba a estar allí, hablaban para romper la tensión. A pesar de mostrarse en calma, Yaroit por dentro estaba igual o más nerviosa que Jeorg. Ella no había visto nunca a un humano a excepción de los que estaban en ese mismo planeta y si la información que tenía era correcta, el niño que llegaría era del tipo de humanos del que eran sus ancestros y los de Jeorg. Le interesaba conocerlo por eso, además de que le parecía atractiva la idea, en secreto, de tener una compañía más que sólo la del hombre. No le gustaba la soledad, por lo que cuando las cosas aún no se tornaban turbias, solía pasar largo tiempo con Zeqdas, Naem o Lasret, que eran sus hermanas. <<Los cinco eran mi familia>>, pensó, con nostalgia. —Pero se cambiaron de bando. —Murmuró para sí misma.

—Así es. Ahora son nuestros enemigos. —Continuó Jeorg. Yaroit sonrió por la respuesta, sin estar muy sorprendida. Él la escucharía aunque su voz fuese apenas audible, él sabía a qué se refería sin explicárselo. El único lugar seguro eran sus pensamientos. A punto estaba de replicar, cuando la voz robótica de la computadora que controlaba la nave salió por los altavoces, sobresaltándola.

“MENOS DE VEINTE MINUTOS PARA LLEGAR…”

— ¿Quieres una felicitación acaso? —Le interrumpió Jeorg hablando en voz alta, medio en broma, medio enserio. Al incrementarse las anomalías energéticas, por fin pudieron determinar con más exactitud donde llegaría ese niño.

Yaroit sonrió. —No creo. Parece que quiere que la ayudes a pilotar la nave. Hasta ella debe de cansarse de vez en cuando, ¿o no computadora?

LASTIMOSAMENTE, NO ES ASÍ. Respondió la voz de los altavoces. NO PUEDO CANSARME. NO PUEDO HACER OTRA COSA QUE NO SEA LO QUE USTEDES ME ORDENEN.

Jeorg pensó en dar una réplica ingeniosa, hasta que fue callado por un intenso pitido que comenzó a sonar por todo el vehículo.

NAVE ENEMIGA DETECTADA. ALERTA, NAVE ENEMIGA DETECTADA.

El hombre y la chica cruzaron miradas y un intenso resplandor surgió del cuerpo de ambos, mezclándose el azul verdoso de Jorge y el violeta claro de Yaroit. Eso solo podía significar una cosa. Ella hablo primera. — ¡Maldito sea! ¡Efxil se nos adelantó! —Se movió enseguida para ver el radar, donde aparecía un punto a doscientos metros de distancia.

—Computadora, activa camuflaje. ¡Necesitamos ocultarnos! <<Eso si ya no nos detectaron ellos también>>. Jeorg tecleo en un panel salido de la pared de la nave que estaba frente suyo. Junto al panel, un pequeño cajón se abrió de donde el hombre saco dos armas y dos trajes de protección.

—El niño. —Exclamó Yaroit—. ¡Van a por el niño! —Su resplandor la rodeaba y le daba un aspecto extraño, mezclándose con las pequeñas luces que aún estaban encendidas.

— ¡Yaroit! —Soltó molesto Jeorg— ¡No podemos entretenernos en eso! Efxil seguro todavía no nos ve y no quiero un enfrentamiento directo, así que debemos de salir. Abre la compuerta de...

De nuevo, Jeorg fue interrumpido por la voz de la computadora. ALERTA DE MISIL. ALERTA DE MISIL. Decía. INICIANDO MANIOBRA DE EVASIÓN, ALERTA. La nave dio un giro brusco y Yaroit y Jeorg cayeron hacia el fondo de esta, mientras escucharon como un proyectil pasaba zumbando cerca, muy cerca. Se levantaron a la vez para ver atónitos a través del parabrisas como cuatro misiles se acercaban veloces.

Si Jeorg no hubiese reaccionado en ese momento, la historia hubiese cambiado de forma irremediable.

Antes de que Yaroit se moviese siquiera, se lanzó al panel de control y movió la palanca de movimiento hacia la izquierda. Dos misiles pasaron zumbando de nuevo, los otros dos impactaron como dianas al blanco.

Una explosión daño un costado y el techo de la nave.

ALA DERECHA AFECTADA.

ALA DERECHA AFECTADA.

INICIANDO ESCANER TOTAL DE DAÑOS.

FUSELAJE COMPROMETIDO AL 46%.

Un humo negro cubrió el ambiente. El resplandor de ambos no se veía opacado a pesar de la oscuridad, saliendo de sus cuerpos como la llama de un fósforo. Yaroit, que se había acercado hacia la izquierda buscando dos paracaídas en el cajón que abrió Jeorg, recibió parte del impacto del misil, por lo que se levantó trastabillando y sangrando, mientras su resplandor comenzaba a tener más color, y a volverse más espeso. Dejo que esa aura rodee su cuerpo, sacudió lento la cabeza para aclarar sus ideas y se acercó al hombre, que se aferraba a la palanca, estático.

—Jeorg, Efxil no tardará en atacar de nuevo. —Su voz sonaba pastosa, y por un segundo le pareció que no provenía de su boca—. Con un ala dañada no podemos escapar. Debemos saltar.

El hombre reaccionó, como si despertase de un sueño. — ¿Sa...? ¿Saltar? Efxil… Efxil nos verá. Es más veloz que nosotros. —Exclamó, contradiciendo sus anteriores palabras.

—Es la única opción. Aunque es poco probable, ¡no quiero morir en la maldita explosión!

—No Yaroit, debemos de...

Otro estallido se dio en un costado, provocando que el vehículo se incendie, apenas manteniéndose en vuelo. El humo provocó en ambos una tos seca. El ambiente era sofocante. <<Por suerte, Efxil no tiene muy buena puntería al parecer>>. Jeorg recibió el pensamiento como si viniese de fuera de él, y a pesar de que ya había estado en situaciones así antes, fue hace tantos años que su cuerpo parecía un bloque, decidido a no moverse.

Yaroit yacía casi inconsciente en el suelo. La chica estaba intentado abrir la compuerta cuando el misil estalló y salió arrojada hacia el otro lado de la nave, golpeando un filo de metal caliente que impactó su cabeza con un ruido seco que se perdió en todo el estruendo. Su resplandor aún salía de su cuerpo, lento y cada vez menos denso. Un hilo de sangre le bajaba por el cabello y por la boca.

Hasta ese momento, Jeorg no se dio cuenta de que la computadora había mantenido en movimiento la nave de forma que los misiles disparados no impactasen en algún punto crítico. Miró frente suyo, donde la artillería de Efxil apuntaba en su dirección y se preparaba para el golpe de gracia. Pasó su mirada por el dañado fuselaje y encontró que uno de los paracaídas había sobrevivido a la explosión, justo cerca de una Yaroit con muy mal aspecto.

Supo de inmediato que debía hacer.

Con el resplandor saliendo a borbotones de su cuerpo, se movió y aplasto la palanca de movimiento de forma que esta se rompió y quedo con la dirección hacia abajo. Durante unos segundos palpó el frío metal y después de pedirle perdón en voz baja a la nave por lo que le iba a hacer, de inmediato, el vehículo se lanzó en picada. Jeorg saltó hacia Yaroit, dejando de lado el paracaídas. En el mismo momento, cuatro misiles salieron disparados de la nave de Efxil, dirigiéndose hacia la nave sin que esta tenga posibilidad de escapar, alcanzándola de una vez por todas.

“MISILES ENEMIGOS DETECTADOS”.

Fue lo último que Jeorg y Yaroit escucharon antes de la explosión. Entonces, una nube de humo y escombros que se precipitaban al suelo reemplazó el lugar en el que antes estaba el vehículo.

El humo negro subió hacia el cielo nocturno y dos cuerpos inertes cayeron hacia el suelo.

***

Tierra

El mismo día

En el sueño, mi enemigo se acercaba furioso a mí. Yo no podía sin embargo moverme, no podía hacer más que mirar cómo estaba cerca de morir y permanecer quieto. Mi enemigo me tomó entonces del cuello y con furia, se preparó para dar el golpe final...

Entonces, desperté.

Mis ojos se abrieron poco a poco a la par que mi mente se despejaba. Otra vez el mismo sueño, ¿qué me pasaba? Siempre la misma situación: yo en una lucha intentado defenderme sin fuerzas, viendo impotente como mis aliados caían uno a uno. Ya varias noches de lo mismo. Una vez había leído que un sueño reiterativo significaba el anhelo o deseo de algo, ¿en este caso sería anhelo de qué? ¿De ser golpeado?

Me reí de mi propio chiste durante algunos segundos hasta que me desperece en la cama, di la vuelta y miré al techo de mi habitación, mientras un pequeño rayo de luz matinal entraba por la ventana. Después de despertarme de mi extraño y constante sueño todo rastro de cansancio se esfumó de mi cuerpo. Cerré los ojos y trate de recordar detalles, para que solo me vengan imágenes inconexas a la mente.

Suspiré. Por más importante que fuese mi sueño, era un sueño y el colegio una realidad, que me sorprendió desprevenido cuando mi madre me llamó por mi nombre y entró al cuarto. —Buenos días mami. —Saludé. Ella prendió el foco y la luz hizo que entrecierre los ojos. —Buenos días hijo. Cámbiate rápido de ropa, ya es hora —dijo, y se fue a preparar el desayuno. Había veces en las que mi madre no era muy adepta a demostrar cariño, otras en las que resultaba empalagosa. Hoy parecía que sucedería el primer caso.

Me levanté lento de la cama, con mi mente bien despierta y mi cuerpo sumido en un letargo harto extraño. Un sueño se olvida rápido en realidad, tan sólo permanece en la mente por unos minutos después de despertar, pero lo que si no se olvida es el dolor. Desde hace días sentía una especie de malestar por todo mi cuerpo, por lo que la noche anterior intenté dormir pronto para comprobar si era simple cansancio y hoy había despertado con la sorpresa de que no fue así y dicha incomodidad seguía presente. Cuando logre zafarme de las cobijas, surgiendo de entre ellas, la sensación de que algo quería surgir de los rincones más profundos de mi mente, una revelación que debía de ser clara y que se escapaba, me invadió. Algo había en mi subconsciente, algo que se relacionaba con el malestar de mi cuerpo, y que seguro me daría respuestas, esa era lo que sentía y que sin embargo no lo lograba discernir.

Con lentitud, caminé hacia la puerta, reflejándome en el espejo que quedaba justo alado. Un niño pequeño, de cabello negro, rasgos redondos y cuerpo flácido. No tan feo, no tan guapo. Mis ojos cafés brillaban con luz propia, devolviéndome mi imagen y la de mi cuarto.

Mi cuarto era mi universo, mi mente mi mundo y afuera estaba lo desconocido, que podía traer nuevas sorpresas en el día a día, quitando la rutina que se volvía el colegio. Era mi segundo año en ese sitio y si tenía que definir la experiencia, diría que es... peculiar. Me gustaba, porqué tenía amigos similares a mí, chicas bonitas y risas que a veces hacían que la licenciada me enviase fuera del aula, y no me gustaba, ya que había también inseguridad frente al mundo, gente que no era nada amable y rechazo a lo nuevo y/o diferente.

Claro que sin problemas… la vida no es vida. Así que cuál soldado que va a la más sangrienta y definitoria guerra, abrí lento la puerta, respirando hondo.

Cuando regresé, tire la mochila al suelo y me lancé yo mismo a descansar en mi cama. Ya que no había nadie en casa, cosa que se daba muy pocas veces, debía de aprovecharlo. Mi habitación era amplia, con una ventana que permitía que la luz natural entrase a toda hora y a la izquierda de ella un espejo junto a unas pequeñas cajoneras con una televisión encima, justo alado de la librería, donde además me custodiaban los juguetes sobrevivientes de mi infancia debajo de un estante de peluches. Frente a eso, mi cama servía como el trono de mi reino. Al otro lado del cuarto estaba un escritorio donde hacía deberes y nada destacable más que la habitación común de un niño en crecimiento. Prendí mi consola de videojuegos, la EstaciónJugable 2, preparándome para una tarde de luces y sonidos atrayentes, ya que tenía un nuevo título que probar no desperdiciaría mi tiempo libre en otros aspectos simples como los deberes, aunque al final los terminaría haciendo, seguro. El juego comenzó y lo disfruté un rato, pensando en cuál sería el siguiente... aunque debían de haber cosas más interesantes que un juego...

No sé en qué momento me dormí.

Ahí estaba de nuevo soñando, sorprendido al darme cuenta de que éste sueño era diferente. Todo era negro, estaba de pie, débil, con la sensación de extrañeza multiplicada por mil. De hecho, sentía como si ese no fuese mi cuerpo, y aunque claro que era mi mente, debía serla, ese definitivamente no era yo. Antes de profundizar más en esas cavilaciones, en algún lejano lugar de repente sentí la presencia de esas tres personas de los sueños anteriores. Una era fuerte y la sentía clara, las otras dos eran como débiles rastros.

La negrura a mí alrededor dio la impresión de moverse, de fluctuar alrededor mío. No sabía dónde estaba... pero tenía la sensación de que debería de saberlo. Justo entonces, con esa certeza en la mente, fui succionado hacia otro lugar, como si una aspiradora gigante reclamase mi cuerpo, o mi mente, o lo que sea que fuese ahora mismo. La sensación se incrementaba, se hacía poderosa, yo me resistía y a dónde quiera que la succión me llevase, no podría regresar, lo sabía.

Una sensación de desesperación comenzó a recorrerme. Iba a morir, estaba cerca, muy cerca...

Y en ese punto desperté.

Mi madre me sacudía con cariño, llamándome por mi nombre, mientras que mi hermana estaba por allí, la escuchaba. Aunque ya no estaba solo, era evidente, la sensación de desasosiego seguía en mí. El joystick aún estaba en mis manos. —Voy ma, —susurré con voz adormilada.

Mi madre trajo comida, por lo que sacie mi hambre y me cambie de ropa, acercándome al escritorio para terminar los deberes. Mientras lo hacía pensaba en mis sueños raros y en la extraña sensación de mi cuerpo, cuando por segunda vez en el día me sobrevino la certeza de que algo se me escapaba, y que si lo lograba atrapar, encontraría las respuestas. Ensimismado en los deberes sin embargo, llegó la noche y seguí sin poder aclarar mi mente, por lo que en realidad apenas y avancé en las tareas. Después de merendar me acosté enseguida. No había hecho mucho en casi todo el día, me percaté de repente, y aun así un cansancio enorme me llenaba el cuerpo, aunque suponía que no dormiría bien por mis extraños sueños.

Para sorpresa mía, sí dormí bien.

Sueños raros no me atacaron y disfruté de un descanso reparador hasta medianoche, cuando desperté sin razón alguna. El sueño se esfumó de mi cuerpo, y al mirar mi reloj me sorprendí: apenas llevaba dormido dos horas, cuando parecía que había dormido días. Miré a mí alrededor. Algo perturbaba el ambiente, lo sentía por mi cuerpo, lo sentía en mi mente, algo estaba allí. Al pasar mi mirada por la ventana, sentí tanta inquietud que un frío me recorrió la espalda, vi las cosas definidas, vi mi cuarto de forma clara, analizando cada objeto y las sombras que proyectaba... hasta que me percaté de que era lo extraño.

Las cosas estaban iluminadas por un extraño resplandor, amarillento, que les daba una apariencia tétrica, en especial las que estaban cerca de mí. Un nuevo escalofrío me recorrió mientras buscaba la fuente del resplandor sin resultados, sin que haya nada en el ambiente que causase una luz semejante. Entonces, el color cambió de un amarillo sepia a un rojo sangre, que me hizo asustar aún más. Intenté gritar sin que mi voz salga, intenté decir algo, lo que fuera, y mi voz parecía bloqueada. Podía moverme sin embargo, ya que topé suavemente con mi mano la cobija recorriendo su superficie, quitándola como si fuese fuego cuando el resplandor cambió a un verde oscuro, que me sorprendió aún más.

¿Por qué demonios mi cuarto parecía una discoteca? Busqué y busqué el resplandor, y entonces con el corazón en la boca, me di cuenta de lo peor.

La fuente de tan extraña luz era yo: el resplandor surgía de mí.

Con el corazón helado, retiré poco a poco las cobijas y me incorporé de la cama, a lo que el resplandor me acompaño. Sin aguantar más corrí hacia el interruptor de la luz, lo prendí y si bien el resplandor se atenuó, siguió estando presente. Tragué saliva como pude y volví a mi cama, donde intentando mantener la calma, me senté revisando mi cuerpo. Mientras mi voz aún no quiso manifestarse, detecté que el resplandor no surgía de algún lugar en específico, sino que me rodeaba, rodeaba mi piel y mi ropa. Mire mis manos y me percate de otra señal extraña. Estaban pálidas, no no, más que pálidas… se desvanecían. Aterrado subí la manga de mi buzo. Mi brazo seguía el mismo camino, ya casi traslúcido, y mientras más tenue más pesado lo sentía, más de lo que estaba acostumbrado.

A simple vista ofrecía un aspecto normal, a simple vista no parecía que pesara tanto como si cargase algo en él.

Entonces el resplandor cambio a un violeta crema, mientras el peso del brazo, de mis brazos, se fue extendiendo. Intenté aguantarlo, mientras se incrementaba al punto que cuando me dispuse a salir de la habitación, mis piernas se doblaron incapaces de aguantar la nueva tensión a la que estaban sometidas.

Sin poder evitarlo, respirando agitado, caí de rodillas.

Al tocar el suelo me sobrevino un mareo tan intenso que perdí la orientación del todo, y como una pila que se descarga, mi cerebro se desconectó poco a poco. El alrededor se desdibujo. Adolorido, caí con las manos apoyadas en el frío suelo. La opresión aumentó en mi pecho y el peso de mi cuerpo fue tal que no sabía en qué momento desfallecería, y de mi boca no surgía nada más que silencio. Lento, gradual, mis manos se desvanecieron tanto que pude ver el suelo a través de ellas, sin que estas dejen de emitir su violáceo resplandor. Mis ojos se desenfocaron y la sensación de frío en mis manos desapareció. Mis pensamientos eran más cortos, más sutiles y lo último que vi cuando mis ojos perdieron la capacidad, fue como el resplandor cambio a un negro total, mientras que mis manos parecían atravesar el suelo, como si fuese un fantasma.

Después, me sumergí de lleno en la inconciencia.

No sé cuánto tiempo pase así. Abrí, cerré los ojos, una y otra vez, sin distinguir nada, abrí y cerré las manos, y solo sentía... más bien, no sentía. ¿Estaba flotando? Moví mis pies y no se aferraron a nada sólido. Pude mover todo mi cuerpo, sin avanzar de mi lugar; en medio de una negrura inmensa. Allí, sin nadie más, aspire con fuerza e intenté hablar, sin que las palabras surjan. Forcé la mirada para encontrar algo, cualquier cosa, cuando de repente a lo lejos, una luz se encendió. En un segundo, me vi teletransportado hacia escasos metros de dicha luz: sin movimiento alguno, solo estaba lejos y entonces estuve ahí. Al mirarla más de cerca, resultó ser del mismo tipo de resplandor que antes me había afectado.

Ahora que lo pienso, al intentar acceder a recuerdos anteriores, no logró ver más allá de la negrura que me acompaña y de los colores de los resplandores.

Sigo pensando en ello, hasta que en medio de la luz surge una figura. Es una mujer, chica más bien, que está de pie con la ropa casi destruida. Sorprendido por ello, noto que lleva un seno fuera de su ropa. Es rubia, de piel pálida, hermosa, su cabello esta revuelto y el resplandor que la acompaña parece fuego rodeándola sin quemarla mientras mira algo delante suyo. Dirijo mi mirada allí y frente a nosotros se encuentra un hombre, que se acerca caminando como si la negrura fuese algo sólido. Algo en él se me hace conocido, aunque fuera de su cabello negro y resplandor del mismo color que resalta en medio de la propia negrura del lugar, no hay nada que me permita identificarlo con seguridad. La mujer se acerca también y en el momento en que sus resplandores se tocan, todo estalla y soy cegado de nuevo. Cuando termina, ya no hay nadie durante un segundo hasta que de nuevo surge una figura que se arrastra por el suelo dejando tras de sí un rastro de sangre violeta, mientras que alguien más se acerca, con paciencia. Pienso que quiere ayudarla, hasta que de imprevisto usa una especie de espada para atravesar el pecho de la figura tendida, con lo que un chorro de sangre sale por todos lados. Es fascinante y aterrador a la vez.

De nuevo, la imagen cambia y aparece un orbe pequeño, rodeada de un montón de resplandores de colores diversos, trece, cuento antes de que se dirijan al centro del círculo que forman y se fusionen en un solo orbe, que se vuelve gigante y me deslumbra con su color dorado. La imagen entonces vuelve a cambiar: ahora son dos los respectivos resplandores, y de uno de ellos surgen dos pequeñas orbes, que a su vez se dividen en tres. Del otro surgen dos orbes, que se dividen en cuatro. Mientras tanto, los resplandores más grandes se opacan hasta casi desaparecer, y en un momento se acercan tanto que se fusionan y desaparecen.

La imagen vuelve a modificarse y veo un resplandor muy pequeño, visible gracias a que es lo único en la negrura. La pequeña llama se mueve y se mueve, avanzando y yo tras él, mientras varios orbes más grandes aparecen y se acercan veloces a intentar apagar el orbe pequeño, a extinguirlo. Lo sé, no sé cómo, tengo la seguridad. Los orbes grandes no logran nada más que hacer que el pequeño resplandor crezca con cada choque que tienen. De repente surgen muchos orbes pequeños, todos plateados, que avanzan a su vez mientras son golpeados por orbes más grandes, que solo logran hacer crecer los pequeños orbes, así como con el primero. Entonces, los orbes plateados chocan en una lluvia de destellos y estrellas, que termina desapareciendo después de unos segundos.

Por última vez, aparece un resplandor dorado y con tonos plata y rojizos, justo frente a mí. Para mi sorpresa me doy cuenta de que puedo tocar el resplandor, que es más grande que yo y que parece una llama que me va a quemar y que sin embargo resulta fría, tan helada como el abismo que nos rodea. El resplandor comienza a hacerse más dorado, más plateado y más rojizo, y de repente a mi alrededor, un sinnúmero de pequeños orbes y resplandores aparecen acercándose hacia el resplandor más grande a medida que se aleja de mí. En el centro de todos los orbes y resplandores, el resplandor más grande se consume sin consumirse. Es ahí cuando surge de pronto una figura más sólida que las demás, y que comienza a hacer crecer el resplandor. Reconozco al hombre que vi al principio, el que se enfrentaba a la chica, mientras su resplandor crece y crece, consumiendo un sinnúmero de orbes y apagando resplandores, haciéndose gigantesco y denso. De un momento al otro, el hombre de en medio es reemplazado por una figura femenina, que hace que se apagué el resplandor y que aunque disminuye su tamaño, lo hace más denso y espeso, más fuerte, más duradero. Otra vez, la figura de en medio cambia por una que aunque deja el resplandor más pequeño, lo mantiene vivo y hace se vuelva más salvaje de repente, como si hubiesen puesto gasolina sobre un fuego por acabarse.

Al final, esta figura también desaparece y es reemplazada por una diferente a las anteriores, que se diferencia en que no parece pertenecer al resplandor, sino más bien haber sido añadida después, pero que calza perfecto. Entonces el resplandor comienza a crecer de nuevo y mucho más rápido, absorbiendo los pequeños, medianos y grandes orbes que encuentra a su paso. Se incrementa, todavía con la figura en el centro, que también crece y se vuelve más amenazante. Muchos de los pequeños orbes se lanzan hacia él, intentado apaciguar la creciente llama, que se va haciendo más negruzca a medida que acaba con orbes y resplandores con facilidad.

Veo fascinado todo, hasta que con un vuelco al corazón me doy cuenta de que se dirige hacia mí, consumiendo todo a su paso. Intento moverme. Hay algo que me hacía querer escapar, sin lograrlo. Cuando la amenaza ya está muy cerca, de repente los pocos orbes y resplandores que quedaban se fundieron en un gran resplandor dorado y se pusieron frente a mí. Lucharon, lucharon y lucharon contra el resplandor gigantesco, hasta que éste los absorbió y triunfante me alcanzó. La figura del centro, o su silueta más bien, sonreía.

Con los ojos como platos vi como el resplandor, más oscuro que la misma negrura, comenzaba a absorberme a mí también.

Una sacudida tan fuerte como la que sufriría alguien que cae muchos metros me hizo abrir de nuevo los ojos, cerrados por el terror.

Así como mi vista se desenfoco en primer lugar, poco a poco volví a captar los detalles y note que sobre mí, el cielo nocturno se extendía por todo el lugar.

Toqué con mis manos la superficie sobre la que yacía comprobando que era tierra y pasto, y al girar mi cabeza hacia la derecha, miré una pendiente que se extendía hasta llegar a algo que parecía una ciudad, muy abajo, perdida entre la oscuridad y niebla. Hacía frío y yo apenas tenía mi pijama.

Al tratar de ponerme de pie, caí de rodillas y mareado, sacudí mi cabeza intentando aclarar mis ideas.

A mi izquierda, picos de roca, y pendientes se extendían por todo el lugar. ¿Estaba en una montaña? ¿Qué diablos hacía en una montaña? Debilitado aunque con determinación, me levanté del suelo y una punzada dolorosa me recorrió toda la cabeza hasta que me lleve las manos a ella y apreté mis dientes para no soltar un quejido.

Comencé a caminar, un paso tras otro paso, cuando un gran trueno se escuchó retumbando por todo el lugar. El ruido fue tal que una nueva punzada me recorrió el cráneo y con dolor, me agaché busqué la procedencia del sonido. La luz de la luna iluminaba apenas el lugar y un viento frío y refrescante recorrió mi cuerpo, que noté que estaba cubierto de una capa de sudor. Otro estruendo se escuchó y volví mi cabeza, solo para ver con ojos muy abiertos como una bola de fuego flotante iluminaba la zona. No supe determinar su altura estaba o que tan lejos se encontraba, pero sí que parecía girar enloquecida para después de unos segundos bajar en picada hacia el suelo, perseguida por una especie de sombra. Caminé hacia ellas, casi hipnotizado, siendo la primera vez que veía algo así. Anonadado, mire una nueva explosión que retumbó mucho más, seguida de un montón de ruinas cayendo al suelo y entre ellas dos objetos rodeados de cenizas y escombros. Supuse que eran también escombros, de tamaño considerable, aunque...

La sombra del cielo se movió de pronto y comenzó a volar. ¿Volar? El fuego se reflejaba en sus paredes y casi cegaba la vista, mientras se movía de forma suave.

<< ¿Una nave? Esa cosa es una nave... ¿Qué estoy viendo? >>

Muy tarde me di cuenta de que la “nave” se acercaba a mí. Atónito, sin saber cómo reaccionar, me quede quieto, esperando. Aunque parecía estar más lejos de lo que la primera impresión me había dictado, salvo esa distancia muy rápido hasta que llegó sobre mí y se suspendió en el aire durante algunos segundos hasta comenzar a descender, de forma vertical. Creí que haría mucho ruido al aterrizar, y apenas emitió un ruido seco.

Estaba ahora a unos quince metros debajo de ella mirándola, curioso, agitado.

Jamás en mi vida había visto algo así y ahora que estaba cerca apreciaba cada detalle: era del tamaño de un camión mediano, sus paredes brillaban demasiado incluso con la luz de la luna, como un piso bien pulido. Su estructura estaba hecha por puras curvas, que junto a un color plata impresionante, resultaban en una forma que recordaba a un ave al acecho, esperando por su presa. Su morro terminaba en una punta curva, su cuerpo era estilizado y alargado, además de tener dos alas a la misma altura, cuya punta estaba replegada hacia arriba. Además, aunque no eran muy visibles desde mi ángulo, noté que había uno o dos semi cilindros detrás de la nave, en su parte baja, semejantes a reactores.

Era una nave. Sí, sin duda, una nave.

La “nave” terminó de descender y llegó al suelo levantando apenas un poco de polvo. Un sonido deslizante surgió de la parte trasera y una compuerta se abrió donde antes estaban esos “reactores”. Al principio, sin razón, creí que no habría nadie allí, que era simplemente un vehículo vacío o algo así, hasta que un humo negro y violeta apareció de la nada. Moviéndose de la parte trasera a un lateral de la nave, en medio de ese humo caminaba una mujer que me miró y me hizo bajar la cabeza, intimidado.

Era una belleza completa, que abrió sus rojos labios para pronunciar una sola palabra.

—Efxil. —La escuché y me sorprendí por la dulzura de su voz. No había escuchado algo tan atrayente nunca.

De la nave, sumergido en un humo similar, surgió un hombre que se posicionó junto a la mujer y se quedó de pie, mirándome durante lo que pareció una eternidad. Sentí el viento recorrer mi cuerpo y me di cuenta tiritando de que hacía mucho frío. Me abracé a mí mismo, incómodo por las miradas de los dos tipos. Quise decir algo pero mi boca estaba seca como papel.

Tragué saliva. Estaba muy nervioso, al punto que mis piernas no respondían cuando les di la orden de avanzar.

Estaba reuniendo fuerza de voluntad para saludar cuando una ola de tranquilidad, felicidad y paz me invadió.

Entonces el hombre, dirigiéndose a la mujer, dijo con voz grave. —Es él. Es el niño.

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