CINCO SOMBRAS

Días atrás

Una de ellas se deslizó silenciosa, en medio de la noche.

Las sombras de la noche le permitían avanzar sin ser detectado por los centinelas apostados en diversas torres alrededor del perímetro del complejo. Llegó a una esquina y antes de doblarla, se paró y observó con atención las siluetas de los edificios cerca de él, pensando en que tal vez esa sería la última vez que haría algo de ese estilo. Aunque así lo deseaba, primero debía terminar esa misión. Caminó por entre dos edificios muy pegados, hasta que al fin vio frente a él lo que buscaba.

—Todo listo. —Susurró a un pequeño dispositivo que tenía en el oído. A pesar de estar vestido todo de negro y confundirse con la oscuridad circundante, su voz lo identificó como un hombre joven. Después de hablar, miró detrás suyo; en la penumbra, tan camuflados como él mismo, debían de aparecer en cualquier momento sus cuatro compañeros. La respuesta le llegó entonces, corta y clara, tal y como esperaba. —Entramos ahora.

La primera sombra asintió a pesar de que aún nadie lo veía y se aproximó al edificio que buscaba, un bloque hecho de ladrillos de un solo piso, con varias antenas en el techo y otros aparatos de diverso origen. La puerta estaba cerrada con un candado grande y firme que no daba señas de romperse con facilidad. Observando esta ínfima seguridad, sacó una varilla metálica de una pequeña mochila que llevaba consigo y con un resplandor tenue surgiendo de su brazo golpeó con fuerza el candado, que con un ruido que cortó la calma nocturna, cedió. Sin detenerse, la sombra entró. Cuando sus ojos se acostumbraron a la penumbra, revelaron un cuarto lleno de computadoras, radares, teléfonos y demás artilugios, además de un espejo en el que se reflejaba su rostro cubierto por una máscara y sobre éste un letrero que decía "laboratorio". Con lentitud, se acercó a una de las computadoras y la encendió en un solo movimiento; segundos después, la pantalla se iluminó con una ventana que pedía contraseña de acceso.

Quitándose la máscara que le ocultaba el rostro, sonrió.

Mientras tanto, en el otro lado del complejo invadido, las otras cuatro sombras avanzaban hacia el encuentro de la primera, que siendo el líder, les había informado que el camino estaba libre. Su avance era despreocupado, en silencio, los cuatro caminando al unísono y ensimismados en sus pensamientos. Tan tranquilos iban que su sorpresa fue mayúscula cuando al girar en una esquina, se encontraron con dos guardias con uniforme militar.

— ¡Las manos en alto! —Gritaron los dos al mismo tiempo. La sorpresa reflejada en sus rostros era casi cómica, aunque decidida. Las cuatro sombras rieron de forma sutil al ver esto y una de ellas avanzó un paso hacia los soldados.

—Vamos, señores, no tenemos que usar la violencia. Dejen sus armas y nosotros los dejaremos vivir. —Ordenó con voz autoritaria, el tono revelando que era una mujer.

— ¡Las manos en alto dije! —Repitió el guardia con voz firme. Sin embargo, el arma en sus manos temblaba y tras su expresión seria, se reflejaba un deje de nerviosismo que no parecía tener explicación: él y su compañero tenían armamento pesado y blindaje, además de entrenamiento en combate cuerpo a cuerpo. Si bien los intrusos eran cuatro, para dos soldados armados y curtidos, no deberían de representar mayor problema. Aun así, la forma en la que actuaba la mujer le hizo retroceder unos pocos pasos, y algo en su expresión, en sus gestos, en la forma en la que lo miraba despertaban un instinto primitivo de miedo, de pura preservación. Nervioso hizo una seña a su compañero, de forma sutil, para que sólo la identificasen ellos dos.

De inmediato, una de las sombras que se mantenían atrás de la mujer habló. —No es necesario que hagan eso. Déjennos resolver esto de forma beneficiosa para ustedes. —De nuevo, el tono reveló que también un ser femenino era dueño de aquella silueta.

Una gota de sudor resbaló entonces por la frente del guardia. La seña que había hecho era solo conocida por soldados, lo que significaba que los intrusos tenían por lo menos un mínimo de entrenamiento militar. Sin embargo lo peor no era eso, sino que la había hecho de tal forma que resultase indivisible para los cuatro, y aun así esa mujer la había captado. El soldado comenzó a transpirar, sin saber bien que le causaba tanto miedo, sin saber que le hacía poner tan nervioso y tener un nudo en el estómago, aun cuando ya se enfrentó a intrusos antes. El otro también se había percatado de que algo extraño sucedía, por lo que no reaccionó al escuchar el casi imperceptible deslizar del seguro de un arma: su compañero preparándose para la acción.

Entonces, cuando apenas el segundo preparaba su arma también, la mujer habló. —Bien, si así lo quieren... —espetó.

Antes siquiera de que alguno de los soldados sepa que sucedía, ella se lanzó y los tiró al suelo de un golpe en el pecho a cada uno. Más tarde, dirían recordar una sombra violeta, que moviéndose como un borrón, los dejo tirados en el suelo, respirando apenas, inconscientes.

— ¿Tenías que matarlos? —Preguntó molesta otra de las sombras. Su voz reveló que de las cuatro sombras, tres eran mujeres, o chicas, más bien.

—Mierda, ¿tienes que ser tan blanda? Solo son dos humanos, que ni están muertos. —Repuso aún más molesta la sombra que había golpeado a los soldados.

— ¿Crees que es por qué valoro la vida de estos seres inferiores? —Escupió la segunda sombra —. Simplemente no sería necesario.

La última de las sombras se sacó la máscara que portaba. —Bien, bien Lasret y Zeqdas. Ya. Quietas, no quiero intervenir. —Lasret, que era la que había dado los golpes, chasqueo la lengua. Ella y Zeqdas, que era con quién había estado discutiendo, lo miraron furiosas por semejante despliegue de arrogancia. Sin embargo antes de que cualquiera abriese la boca, fueron interrumpidas.

—No hace falta tanto ímpetu Veyquer. —Intervino la otra chica—. Maerius nos está esperando. Debemos apresurarnos, porque el soldado ese capaz y logró enviar un mensaje de ayuda. Más pronto que tarde estaremos rodeados de un montón de sacos de carne portando armas con actitud amenazante. Si queremos terminar la noche sin una masacre y sin que Lasret y Zeqdas peleen, vámonos.

—Ya escucharon a Naem, la voz de la razón —dijo Veyquer, en tono burlón—. Vamos.

Con desidia, Lasret y Zeqdas se sacaron las oscuras máscaras que portaban. Naem, al verlas, hizo lo mismo. Los cuatro comenzaron a caminar hacia el laboratorio.

La primera sombra, Maerius, ajeno a las peleas de sus compañeros, tecleaba en la computadora que había encendido. Después de que le pidiese el código de acceso, superó esa ventana insertando un aparato semejante a un flash en el CPU, que le dio acceso a toda la información que se encontraba en la memoria interna, además de control directo de todos los sistemas, por lo que comenzó la copia de todo el disco duro de la computadora. Mirándose de nuevo al espejo, encontró un rostro serio y de edad indeterminada, rasgos que compartía con los otros cuatro. Se preguntó dónde estarían, ya que para ese momento deberían de haber llegado. No había mucha diferencia de tiempo entre...

De súbito, sintió vibrar el ambiente de la habitación. En un segundo, se giró con el puño en alto, golpeando a lo que se encontraba detrás. Antes de verlos siquiera, los había sentido. — ¡Ay! —Exclamó la chica golpeada, llevándose la mano al hombro.

Maerius miró a sus compañeros. <<Al fin, aquí están>>. —Hasta que llegan. —No fue hasta el momento que volteó del todo que se percató de la expresión de enojo que ensombrecía el rostro de Zeqdas y Lasret—. ¿Problemas? —Preguntó con voz seria.

Naem intervino primera. —Al parecer los humanos les importan mucho a las chicas. Discutían por cuál era el más guapo. Aunque en realidad eso ya no viene al caso. ¿Encontraste algo?

Maerius entonces verificó lo que ya había extraído, cruzando los dedos, y cuando terminó presionó sus manos contra la mesa. —Según la información recolectada hasta ahora, no hay nada. Todo vacío. Ya se los dije, lo que buscamos es como agua, que se nos escurre entre los dedos.

— ¡Maldita sea! —Soltó Lasret—. ¿Qué número de base es esta? Esa estúpida información no aparece en ningún lado. Seguimos y seguimos sin nada como resultado. —A sus palabras siguió el silencio. Naem y Veyquer se miraron con expresiones de duda. Lasret bajó la mirada, y se escucharon sus dientes rechinar. Zeqdas comenzó a caminar en círculos. Maerius sintió como el ambiente cambiaba en la habitación y una furia creciente lo invadió. Rompió la pantalla de un pequeño radar que se encontraba cerca del CPU, con un golpe que también hundió la mesa.

Lasret levantó la vista. — ¿Y nuestros guapos amigos? —Preguntó, como si le hubiese ocurrido de pronto. Maerius apretó los puños, esforzándose por controlarse. Los demás lo miraron, esperando que hablase.

—Aún seguimos negociando. Casi aceptan el trato. —Entonces su expresión cambió y se hizo más relajada—, claro que no saben que no tenemos lo que quieren y ofrecimos. —Terminó, con una media sonrisa.

—Bien. Así que ya tenemos casi asegurado ese lado. —Concluyó Zeqdas—. ¿Y si descubren que no lo tenemos? No les gustará ni un poco.

—Somos más que suficientes para vencerlos. —Afirmó sonriendo Lasret.

—Claro. A menos que por azares del destino se alíen con Jeorg y Yaroit —Dudó Naem.

 — ¿Tienes miedo de un abuelo y una ingrata? —Rio Veyquer.

Antes que cualquiera, Maerius intervino. —Déjense de huevadas. Saben que todos serán un gran problema si les dejamos. Jeorg y Yaroit son los peores, por ello es que queremos ayuda para derrotarlos. Sino, el trato con el par de hermosos esos no nos serviría de nada. Por ende y por nuestros propios intereses, debemos de encontrar ya esas naves, o por lo menos algo de esas tecnologías. —La computadora soltó un pitido y mensajes de alerta aparecieron, brillando. La copia estaba lista. Maerius rompió la pantalla y el CPU, con sus puños rodeados de ese extraño resplandor.

            — ¿Y si todo lo que buscamos no existe? —Reiteró Naem, adelantándose un paso y poniéndose entre Maerius y los otros tres. Todos la miraron, curiosos—. Sí, una quimera. Llevamos ya meses buscándolo. El único testimonio de su veracidad es el de Jeorg, que como nos dijo hace años, no es seguro. Las naves pudieron resultar hechas polvo cuando llegó a este planeta.

Zeqdas, que había permanecido en silencio casi todo el tiempo, habló por fin. —Lo dudo. La prueba de que esas naves y esa tecnología existen es precisamente Jeorg. Él venía con todos los tesoros de Daosled, y si su nave, que dice que cayó en picada, sobrevivió, las demás también lo hicieron. Si bien es como buscar una aguja en un pajar, con un imán adecuado y bastante paciencia, las encontraremos tarde o temprano.

Todos cavilaron sus palabras durante algunos segundos, hasta que Veyquer la miró con ojos divertidos. —Supongo que la chica tiene razón, ¿no? Siempre tan inteligente...

Antes de cualquier respuesta, el suelo se estremeció, las ventanas se rompieron y el edificio entero se tambaleó. Los Cinco, distraídos como estaban, fueron arrojados hacia las paredes. Aunque todos reaccionaron de forma rápida levantándose casi en el acto, antes de hacer algo más, una voz en un megáfono los sorprendió. — ¡A LOS INTRUSOS DE DENTRO DEL EDIFICIO, SE LES EXIGE QUE SALGAN CON LAS MANOS EN ALTO! —Ordenó. El tipo que decía eso se escuchaba autoritario, acostumbrado al mando, y en el momento, varias luces iluminaron el cuarto. A la vista de los cinco quedaron varios soldados y autos, todos fuertemente armados. En cuestión de segundos, una preparación militar dura y eficiente hizo que rodeen el edificio. Maerius notó que varios tenían lanzacohetes apuntados hacia ellos, la adrenalina subió en su sangre y el resplandor que había estado en su brazo comenzó a manifestarse por todo su cuerpo.

Veyquer mientras tanto había caminado hacia los soldados, quedando a la vista de todos ellos. Un centenar de puntos rojos le iluminaron el pecho. Se fijó en el hombre que tenía el megáfono, subido en la parte superior de un camión blindado sosteniendo el aparato con furia, con sus ojos llenos de una expresión tan determinada y de odio que divirtió mucho al chico. Sonriendo miró a los demás soldados, que seguían apuntándole y con claras señales de estar dispuesto a matarlo por el menor movimiento.

<<Para nosotros, no representarán ningún reto>>. Pensó de forma súbita. Y liberó todo su poder.

Más tarde, los hombres que sobrevivieron solo pudieron contar que vieron un gran resplandor y que todos salieron disparados en distintas direcciones. El comandante de la tropa, que cuando fue encontrado con algunas heridas aún llevaba el megáfono con el que planeaba detener a los que ya llevaban varios meses asaltando bases, resulto lastimado en una pierna y en la parte izquierda del pecho. Si bien las familias de los soldados fallecidos los lloraron y exigieron respuestas, para cuando el resto de la base encontró a los sobrevivientes, los culpables habían escapado, dejando un rastro de destrucción tras de sí, de hombres e información valiosa que se guardaba en el laboratorio. No era la primera vez. Ya los ataques se llevaban dando durante algunos meses y siempre sucedía lo mismo, por más medidas de seguridad que se tomasen. Hombres morían, información valiosa se perdía para siempre, y todo se veía envuelto en una vorágine de destrucción.

Pero para los Cinco, esto era ajeno.

22 de noviembre, 2012

—Llegará hoy —anunció Maerius.

En la sala, él y sus cuatro compañeros estaban sentados alrededor de una mesa metálica. El lugar estaba en penumbra, apenas iluminado por una pantalla encendida y puesta en la pared. El sol propio de las primeras horas de la tarde no se dejaba ver por ningún lado.

— ¿Lo dices en serio? —Preguntó Lasret.

Maerius pasó su mirada por todo el lugar. Los había convocado apenas dieron las cuatro en punto, Lasret y Naem llegaron primeras, después Veyquer y al final Zeqdas —Si. Llegó el día, —confirmó, con voz suave.

—Debemos de... hacer algo —fue la respuesta de Veyquer.

—Ahora si es un problema —aseguró Naem.

—No. El verdadero problema es que es lo que harán Jeorg, Yaroit, Efxil y Dyhret. —Replicó Zeqdas.

Maerius escuchaba todo esto casi absorto. ¿Desde cuándo habían cambiado tanto las cosas? Hace apenas un año que no tenían mayor preocupación que acabar con Efxil y Dyhret y asistir al colegio a conocer humanas aceptables. Ahora se habían aliado con sus enemigos, se habían enemistado con sus más grandes aliados y habían dejado de asistir al colegio. —Bueno, basta —ordenó—. Tenemos que decidir qué hacer y pronto, y el primer y más importante punto a definir es si queremos tener al niño o no.

—Asesinarlo apenas llegue, esa es la solución. —Espetó Veyquer.

— ¡No! —Contradijo Naem—. Apenas llegué estará rodeado de enemigos nuestros. No es una opción factible. 

—Tal vez, ¿aprovechar que se reunirán y derrotarlos a todos de una vez? —Sugirió Lasret.

Maerius sonrió ampliamente. —Carajo, que buena idea. Sin embargo, no podemos llevarla a cabo. El trato con los Guapos consiste en que ellos nos ayudarán a luchar con Jeorg y Yaroit; y aunque queremos que caigan en esa lucha, no lo saben y nosotros no les haremos entrar en razón. De Cierto modo estamos atados de manos.

—Si queremos entregar esa tecnología, usemos la fuerza para que nos lo digan. —Musitó Veyquer, como para sí mismo—. Estoy seguro de que Jeorg sabe algo más de lo que nos dice. He estado seguro de eso desde hace años.

—Aunque pudiéramos vencerlo, moriría antes de darnos información. —Acotó airada Naem—. Y yo de mí parte no quiero hacer eso.

Zeqdas escuchó todo en silencio. Si bien sus compañeros eran siempre irascibles e inquietos, ella tenía una opinión muy diferente y que aunque veía era la única opción factible, no se apresuraría en decirla. Maerius se la pediría tarde o temprano, siempre lo hacía. Como dándole la razón, él comenzó a hablar. —Quietos quietos. Zeqdas mejor dinos qué piensas tú. Debes de tener algo en mente, por eso es que no hablas. —Después de escucharlo, ella comenzó a hablar con lentitud y aires satisfechos.

—Debemos de esperar. Veamos qué sucede cuando llegue ese niño. Efxil, Dyhret, Jeorg y Yaroit irán y quiero saber qué pasará con él. —Naem, Maerius y Lasret sonrieron. Veyquer mostró una expresión de fastidio.

—Dyhret... ella seguro intentará matar al niño. —Afirmó Veyquer.

—Efxil también, o quizás lo conserve para él, —añadió Lasret.

—No nos importa de todas formas. —Habló Zeqdas, de forma despreocupada—. Vamos a observar tan solo.

—Pues bien, todos estamos de acuerdo en mirar y después tomar una decisión. Sesión cerrada. Ah. Pero antes de que se vayan, debo de decirles que estoy muy feliz: los cinco aceptaron del todo el trato, incluidas las nuevas condiciones. Lo hemos logrado. —Anunció Maerius—. Por el momento podemos descansar. En unas horas los llamaré a prepararse. Después podremos dialogar con Efxil y Dyhret con calma.

Todos excepto Zeqdas se levantaron de sus asientos, Naem, Lasret y Veyquer caminaron hacia la puerta, y antes de salir, el chico se volteó. — ¿Hubo información útil en el disco duro que conseguimos? —Al escucharlo, Naem y Lasret giraron también sus cabezas.

Maerius, que mantenía la cabeza baja, levantó la mirada. Ni él se había acordado de eso. —Aún no lo reviso. Después de tanto intento, algo habrá. Antes de ir a ver al niño lo revisaré, por el momento solo quiero café y un buen plato de lo que sea. —Los cuatro sonrieron. Si bien Maerius era aficionado a comer y comer y comer, con lo que vivían en los últimos tiempos, hasta él dejaba de alimentarse por largas horas. Sin decir nada más, Naem y Lasret se marcharon juntas. Veyquer dio una voltereta hacia atrás y se fue con el aura destellando.

Solo Zeqdas se quedó.

— ¿Qué crees que suceda? —Preguntó ella con voz dulce.

Maerius se sentó y miró a la chica. Sus ojos eran de color café suave, sutil, muy diferentes a los de los demás. Lasret y Naem tenían ojos color verde claro, de diferente tono. Veyquer tenía ojos turquesas que parecían dos piscinas de increíble belleza. En él, el tono era de un naranja fuego. Todos los rasgos de los chicos denotaban una procedencia similar, si bien Naem y Lasret eran más delicadas, todos compartían cuerpos atléticos. Maerius, Lasret y Naem exhibían piel trigueña y cabello negro, mientras que Veyquer tenía la piel clara y el cabello castaño. Zeqdas era de piel canela, con el cabello también oscuro. Todos iban vestidos con jeans oscuros y camisetas blancas.

—No lo sé. Cada vez esto es más complicado. Técnicamente estamos aliados con los Guapos, pero con ellos no se sabe nada. Estamos inseguros, por donde se vea.

Zeqdas suspiró y sonrió a la vez. Le gustaba hablar con Maerius: era un respiro de amabilidad y madurez en un tormentoso clima. Veyquer era el más alto, Naem y Lasret las más rápidas. Maerius el más ágil y Zeqdas la que mejor manejo tenía del aura. Formando un tanto disparejo grupo, Maerius y ella misma eran los más maduros.

—Los ánimos son como una caja de fósforos, esperando para ser encendidos a la menor provocación... y ahora ese niño, es un peligro para todos nosotros. Jeorg dijo que no es dual, pero puede serlo.

—No lo será. —Afirmó con calma Maerius—. El último dual llegó hace años, cuando tu padre era aún joven y ese poder ya se desvaneció. Sí, aunque debemos de observar que sucede, como tú lo dijiste, las cosas seguirán su curso tal y como estaba previsto. Ya mande a los otros a descansar, y ahora creo que tú misma deberías de relajarte primero. Y… bueno, yo conozco maneras mucho mejores de relajarse que solo dormir.

Zeqdas sonrió y entendió perfecto la indirecta. Su resplandor fluyó y en tiempo récord, su ropa estaba a sus pies.

Maerius sonrió lascivamente. Aún tenían bastante tiempo para aprovecharlo de una buena manera.

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