Dante y Eli, seguían distanciados, él pasaba todo el tiempo posible en la empresa. Aceptó a su bebé, era su sangre, lo habían creado ellos. Pero ella podría morir, la bebé podría morir y él no sabía qué hacer, no sabía por donde ir. Jamás imaginó estar en una situación así, tan delicada y desagradable.
Eli cada vez, se sentía peor, cada vez se sentía más agotada, agitada. No podía hacer casi nada, su salud cada vez iba a más y sinceramente no sabrían cuanto tiempo la quedaba.
Las cinco de la madrugada y Dante estaba en el balcón del despacho, sentado en el sofá. Miraba las montañas nevadas que se veían a lo lejos, con una copa en la mano, perdido en sus pensamientos. Llevaba días sin dormir con ella, dormía en el sofá del despacho o en el cuarto de invitados. Ella se sentía desconsolada, sin tener el calor del ruso junto a su cuerpo, sin besarle, sin abrazarlo, sin hacer el amor. Ella sabía que lo había hecho daño, que había roto un poco de esa confianza que tenían. Pero la culpa er