CRISTINE FERRERA
Entonces corrí, dejando que mis tacones resonaran e hicieran eco. El peso de la navaja y las ganzúas eran plomo en mis bolsillos hasta que por fin llegué a la última celda. Eliot estaba sentado en el borde del colchón, apoyado sobre sus rodillas, viendo a la nada. Me rompió el corazón verlo así. Cuando sintió mi presencia de inmediato se levantó. Su gesto serio se transformó en curiosidad y después en una media sonrisa.
—¿Qué te hiciste en la cara? —preguntó en un susurro y no pude evitar emocionarme. Di una vuelta completa, luciendo mi disfraz nuevo antes de acercarme a él.
—¿Te gusta? —inquirí y la voz se me quebró. Tenía el corazón destrozado. El dolor que intentaba controlar durante mi día a día sin Eliot brotó por cada poro en cuanto lo vi. Me acerqué a los barrotes y sus manos tomaron mi rostro con gentileza, mientras su mirada rota y cansada me arrancaba el alma.
—Me gusta más tu rostro al natural —dijo sin perder su sonrisa—, pero eso no significa que no me