EMMA DALTON
ROMA, ITALIA
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No puedo creer que se comporte como un animal, ordenandole a sus bestias de hombres que me tomen como si fuera una bolsa de patatas.
— ¡No quiero que me toques, idiota! — forcejeo con el hombre que me mete a empujones a la camioneta y entro en panico — ¡Sueltame!
— Quedese quieta señorita, puede lastimarse — dice el muy idiota — Si no se comporta, tendré que amarrarla — sigo forcejeando, no me voy a dejar por este idiota.
Miro a mi alrededor y Daeris se sube al auto con ese rubio estupido y la ira se arremolina en la boca de mi estómago.
— ¡Estupida traidora! — grito y al ver que no me quedo quieta, el hombre decide colocar mis manos detrás de mi espalda y me las ata.
— Lo siento, no quiero lastimarla — dice con voz delicada — Pero, estaré manejando y no quiero que me ahorqué mientras lo hago y matarnos señorita.
— Me las pagaras muy caro — gruño y me deja sobre el asiento.
Las cuerdas no están tan ajustadas, no me lastiman las muñeca