En las mazmorras más profundas del castillo, donde ni la luz de las antorchas lograba ahuyentar la oscuridad, Seth despertó encadenado.
—Pensé que te gustaban las sombras. —La voz de Mia emergió de la penumbra, fría como el acero. —Te traje un poco de casa.
Seth intentó reír, pero solo logró toser sangre.
—Qué... considerado de tu parte.
Mia se acercó lentamente, con sus pasos resonando como campanas de muerte. En sus manos llevaba dos objetos: Un cuchillo de plata. Y un frasco de aqua regia, el líquido que ardía incluso en la piel de los inmortales.
—Vamos a hablar, Seth. —Dijo, colocando los objetos sobre una mesa con un clic siniestro. —Sobre Aamon. Sobre lo que quiere con mi hija.
—¿Y si me niego?
Mia sonrió. Era una expresión que heló la sangre incluso al ex-Alfa.
—Entonces descubrirás cuánto dolor puede soportar un lobo antes de rogar por la muerte.
Las cadenas de Seth resonaron cuando se tensó. Por primera vez en su vida de traiciones y masacres, el gran Seth de Blood Moon