CAPÍTULO 2

Ares conduce a casa de su madre, después de dejar a Vanesa a unas calles del bar donde trabaja.

Bar, que él sin conocer detestaba, incluso más que el barrio donde ella vivía, pues no era que despreciara a las personas de menor estatus, como lo hacía su madre, sino que le atormentaba ver que la mujer que tanto amaba.

Según ella misma, luchaba a diario con borrachos, y debía cuidarse de los peligros del lugar donde vivía; además, no imaginaba las penurias que tenía que pasar Vanesa, pues jamás había querido invitarlo a su casa, ya que le daba pena, mostrarle su miserable vida.

Ares ya le había ofrecido comprarle un apartamento, pero ella siempre lo rechazaba alegando que no quería aprovecharse de él, aunque no dudaba en aceptarle dinero.

La realidad era que Vanesa, no aceptaba el apartamento, y no había invitado a Ares a su casa, ni lo invitaría, porque no podía permitir que él descubriera que estaba casada.

Conocía a los dos, y antes de matarse mutuamente, primero acabarían con ella, y era un riesgo que Vanesa no podía correr, es por eso que no le permitía ver a Ares sus shows en el bar, y lo hacía dejarla en el parque de un barrio donde ella jamás ha vivido, por lo que nadie la conocía.

Dicen que el amor es ciego, y en Ares no es una metáfora.

Él realmente confiaba ciegamente en su novia, y era demasiado seguro de si mismo como para desconfiar.

Jamás traicionaría su confianza haciendo algo que a ella le disgustara, y la vida le mostraría que eso sería su mayor error.

Desesperado por llegar a la casa de su madre, que queda al otro extremo de la ciudad, Ares toma un desvío, así que decide ir por un barrio cercano, a la estación principal del tren.

Por suerte, las calles, a esas horas, estaban casi vacías, lo que le permitía avanzar sin problema.

Se detiene en un semáforo, esperando que cambie para continuar su camino, mientras no deja de pensar, en lo que le dirá a su madre, Jazmine, para que se convenza de que Vanesa es el amor de su vida, y debe respetar su decisión de querer casarse con ella.

Mira la hora, y los segundos en el semáforo, le parecen eternos. Involuntariamente, mira hacia la ventanilla, y se olvida de su afán, al centrarse en una mujer que está sentada en la parada de autobús, vestida con una túnica extraña, con su largo cabello suelto, y un rostro angelical.

—¡Parece un ángel! —Piensa en voz alta, al ver a la preciosa mujer, que no deja de admirar, pues jamás había visto a alguien tan hermosa y tierna a la vez.

Ni siquiera Vanesa. Solo ver a esa joven le transmitía una sensación de paz, y alegría que no podía explicar.

De pronto suena su teléfono, sacándolo del trance en el que estaba.

Contesta y es su nueva publicista, Adriana Baptista, la hijastra de un empresario de renombre, Isaías Hermswort, quien había entrado hace poco a Walton’s car, por orden directa de su madre.

—Adriana, estas no son horas de llamar. ¿Qué quieres?

—Lo siento, Ares…

—¿Ares?, ¿desde cuándo, por ser la publicista de mi empresa, te tomas tantas atribuciones?

—Lo siento, Sr. Walton, no volverá a pasar. Me atreví a llamarlo a esta hora, porque quería recordarle que mañana será la junta de asociados, y quería saber si debo prepararme para presentar el nuevo proyecto.

—¿Y para algo que pudiste preguntarle a mi secretaria, me has llamado? —Le pregunta Ares furioso, convenciéndose cada día más del error que fue contratar a Adriana, quien a su parecer era una buena chica, pero demasiado lenta para estar en su equipo de trabajo.

Lo que no sabía, es que ella solo actuaba así, con él, pues Adriana estaba perdidamente enamorada de él, y no podía evitar que sus pensamientos se obstruyeran, de solo escuchar el nombre de Ares Walton.

—Lo siento, señor, ha sido mi error. —Le dice la pobre Adriana, muy triste al darse cuenta de que nuevamente ha quedado como una tonta ante el hombre de sus sueños.

Ares no pierde más el tiempo, y cuelga, fijando su mirada rápidamente en la parada de bus, donde ya no está la mujer que esperaba seguir viendo.

—¿A dónde se ha ido? ¿Acaso fue una alucinación?

Arranca el auto, quedando con la inquietud de querer conocer a esa chica. Pues no solo se trataba de su belleza, algo en ella le causaba curiosidad; sin embargo, lo mejor era que la olvidara, pues una desconocida no podía desviar su atención de lo realmente importante.

¡Casarse con Vanesa!

Muy impaciente, entra a la casa de su madre.

—Señor, ha venido. ¿Se quedará? —Le pregunta una de las empleadas, que no se le hace para nada extraña la presencia de Ares, a esa hora en la casa de la señora Walton.

—No, solo he venido a hablar con mi madre. ¿Dónde está?

—En el estudio, señor, como todas las noches. No debe tardar en subir a su habitación.

—¡Gracias! —Ares no vacila en ir al encuentro con su madre, que no parece sorprendida al verlo irrumpir en el estudio.

—¡Hueles a cantina de mala muerte! —Le dice Jazmine a su hijo, sin dedicarle una sola mirada. —¿Acaso estabas con la cantante?

—Se llama Vanesa, mamá. Y, “hola”, para mí también es un gusto saludarte.

—No viniste a esta hora para saludarme. Más bien, ¿por qué no vas al grano, Ares? —Dice Jazmine, aún concentrada en los documentos que ojea.

—Ok. Como quieras. Vine a decirte que le acabo de proponer matrimonio a Vanesa.

Por primera vez, Jazmine levanta la cabeza, impresionada por la estupidez que acaba de decir su único hijo.

Su orgullo.

El hombre que ella tanto se esmeró en criar, y que ahora no podía ni ver, a causa de una cantante de dudosa reputación, que desde su aparición, solo había causado que la relación con su hijo se quebrara.

—¡Sobre mi cadáver!, ¡jamás permitiré que te cases con esa mujerzuela! Antes soy capaz de quitarte todo lo que te pertenece, y dárselo a Daniel. —Escucharle decir esto a su madre lo enfureció en verdad.

Ares la conocía perfectamente, y sabía que lo que decía, lo cumplía.

Sería capaz de entregarle a su hermanastro, todo lo que a él, por derecho, le corresponde; sin embargo, no estaba dispuesto a ceder.

No era un chiquillo al que su madre podía manejar a su antojo.

Era un hombre de éxito, que también había acumulado dinero con sus propios logros.

—Si esa es tu decisión mamá. Desde mañana dejaré mi puesto y cederé mi herencia a tu querido Daniel, ya veo que el hijo de tu difunto esposo te importa más que tu propio hijo. —Decirle esto a su madre, le dolía, por qué no soportaba a ese aparecido de Daniel Page que solo era un hipócrita, que desde hace mucho buscaba quedarse con la herencia de los Walton.

—¿Es tu última palabra, Ares?, ¿dejarás todo por esa mujer? —Jazmine lo mira con temple, y Ares le devuelve la mirada. Esta es una batalla que ninguno está dispuesto a perder.

—Si madre. No necesito ser dueño de Walton’s car, ni todos tus millones. Yo mismo puedo labrarme mi propio camino. Tampoco soy un mantenido. Tengo mis propias cosas. Puedo arreglármelas solo.

—Error querido hijo. Creo que no me he hecho entender. Si renuncias a tu destino como heredero de Walton’s car, eso significa que renunciarás a todo lo que has logrado con el dinero de la empresa. Poniéndolo en esos términos, ¡nada te pertenece! Todo lo que tienes lo has comprado con el dinero, obtenido de tu trabajo en Walton’s car. Trabajo que conseguiste gracias a que eres mi hijo, y a qué te formaste, estudiando en las mejores universidades pagadas por mí.

—¡Madre! —Por primera vez, Ares entiende a su madre.

Esto no se trata solamente de desheredarlo, se trata de dejarlo en la calle y declararle la guerra si se casa con Vanesa.

—Parece que por fin has entrado en razón. —Le dice Jazmín, al ver que no refuta. Lanza un largo suspiro que le permite calmarse y se levanta, y camina en dirección a su hijo. —No eres un niño Ares, ni eres cualquier persona. Tú eres el único heredero Walton, y tú deber es hacerte cargo de la empresa, y para eso, debes casarte con quien debas, no con quien quieras. Darle al apellido Walton, un heredero digno. Es por eso que al ver que no puedes controlar tu corazón. Yo decidiré por ti. Si tienes tantas ganas de casarte, está noche, lo pensaré, y mañana después de la junta, te informaré de la esposa que escogeré para ti. —Pone una mano sobre el hombro de Ares. —Ahora ve a tu casa y descansa. Serán muchas cosas con las que deberás lidiar el día de mañana.

Jazmine, sale del estudio y deja a Ares solo, y preocupado.

Él quería la aprobación de su madre para casarse, y la obtuvo pero no como esperaba.

Su madre le conseguiría una esposa, y el sueño de ser el esposo de Vanesa, moriría.

A sus casi 28 años el tenía un solo enemigo poderoso que sabía que jamás podría derrotar, su mamá. ¡No!, él tenía que ser más inteligente que ella, y encontrar la manera para que su matrimonio y su relación con Vanesa funcionara.

***

Sin poder dormir el resto de la noche, Aurora daba vueltas en su antigua habitación, que a pesar del polvo, seguía igual, tal como la dejó.

Nostálgica veía el retrato de su madre, y le apenaba ver que tanto ella misma, como el recuerdo de su mamá, habían sido desplazadas por su madrastra, a quien no le tenía rencor en absoluto, pero si le hubiera gustado recibir un poco de cariño de parte de ella.

Al final, cuando se casó con su padre, ella tan sólo era una niña indefensa, tímida y retraída que nada más deseaba volver a sentir el calor de una madre, a sabiendas de que ya había perdido a la suya.

—Me preocupa, que Eloisa reaccione mal a mi regreso. Sé que no me quiere, y el error de haberme involucrado en el pasado con Simón, fue la excusa perfecta para deshacerse de mi, convenciendo a mi padre de que tenía malas compañías… ¡Pero que estúpida fui, al confiar en alguien que no conocía! —Se lamentaba Aurora de haber tenido que dejar su casa, por culpa de un chico que rompió su joven e inexperto corazón.

A la mañana siguiente, irrumpe muy preocupada Adriana en la habitación de Aurora, mientras esta, limpia con desdén, avisándole que sus padres ya estaban despiertos en el comedor, y que era hora de que fuera a saludarlos.

Aurora, sin pensárselo mucho, baja, segura de que su padre estaría feliz de verla.

—¡Padre! —Lo llama mientras Adriana la acompaña muy emocionada.

—¡Hija mía! ¡Estás aquí!, por fin… No sabes cuando te extrañé princesa. —Sin dudarlo su padre se levanta del comedor para ir a abrazarla fuertemente, mientras Aurora empapa la tela de su rostro, por las lágrimas que no puede retener. Luego se aparta y su padre la mira confundido —¿Pero que es todo esto, Aurora? —Toca el velo de su hija, refiriéndose a la particular vestimenta que lleva.

—Es mi hábito padre, aún sigo siendo novicia.

—¿Y por eso tienes que cubrirte el rostro?

—La congregación así lo exige querido. —Dice Eloísa, que finalmente se acerca para saludar a Aurora, que no es de su agrado por ser la verdadera Hermswort, pero debe disimular delante de su esposo.

—Que gusto verte querida. ¿Por que no avisaste que vendrías?

—¡Lo siento madre!, quería darles una sorpresa. —Le dijo tímidamente Aurora, que ni siquiera se atrevía a verla a los ojos.

—¿Y cuando regresas al convento?

—¡Por favor mujer!, ¿no ha terminado de llegar, y ya quieres que regrese? —Refuta de inmediato Isaías, que estaba encantado de tener a su hija en casa después de dos largos años.

—Hasta dentro de tres meses madre. Bueno, si así lo quiero, pues es el tiempo estipulado, para decidir si tomaré los hábitos, y me convertiré en monja.

—¡Claro que lo harás! —Afirma Eloise que no soportaba la presencia de Aurora, quien para ella no era más que un estorbo que regresaba para robarle protagonismo a su hija Adriana.

—Eso lo debe decidir, Aurora. No quiero enterarme de que la obligues a algo. Ya suficiente con haber aceptado que se marchara por dos años. —Comenta Isaías, quien ya no estaba dispuesto a dejar que su mujer lo apartara una vez más de su hija.

Isaías guía a su hija al comedor, para que lo acompañe a desayunar, mientras Eloise hace lo mismo con Adriana.

—Esther, ponga otro plato a la mesa, mi hija Aurora, ha regresado. —Ordena muy feliz Isaías, y Aurora se sorprende de ver personal trabajando en la casa.

—Padre, pensé que estabas en la ruina. ¿Cómo puedes permitirte tener empleados?

—No te preocupes querida. Si bien es cierto, no tenemos el dinero de antes. Adriana me ha ayudado mucho últimamente con la fábrica de calzado, y de a poco ha salido a flote. Quizás no genera los ingresos para tener la fortuna de la que antes gozábamos. Pero es suficiente para subsistir, y solventar de a poco nuestras deudas.

Aurora no entendía cómo su padre, prefería aparentar que seguía teniendo dinero, en vez de pagar todas las deudas que lo perseguían.

Era como si no pudiera aceptar que ya no había fortuna que despilfarrar, que estaba arruinado. ¿De qué le servía aparentar?

De pronto Esther aparece con el teléfono en la mano.

—Señor, tiene una llamada muy importante. Es la señora Jazmine Walton.

—¿Jazmine?, ¿qué querrá a esta hora? —Piensa en voz alta, Isaías, quien conocía muy bien a Jazmine, quien fue la mejor amiga de la madre de Aurora, mientras esta vivía, y sabía que ella lo apreciaba, pero solo llamaba cuando necesitaba algo.

—¡Vamos!, no hagas esperar a la mujer más importante de este país. —Le dice Eloise, que cada vez que podía, intentaba convencer a su esposo de que le pidiera ayuda a Jazmine Walton.

Es por eso que Adriana entró como publicista a Walton’s Car, por qué Isaías se lo pidió como un favor, influenciado por su esposa, que tenía en mente que su hija se rodeara de los hombres más ricos e influyentes del país, y que mejor lugar que la empresa más grande, y reconocida.

Era el sitio perfecto para que una mujer tan linda como Adriana, encontrara un esposo con una buena dote que los liberara de las deudas, y les devolviera la vida de lujos que tanto extrañaban.

Eloise, tenía el plan perfecto, y con un poco de suerte, haría que su hija lo ejecutara correctamente.

Isaías mira a su esposa con desagrado, mientras se retira de la mesa para hablar tranquilamente con Jazmine.

—¡Jazmine!, qué gusto saludarte. ¿A qué debo el honor de tu llamada?

—Isaías Hermswort, me conoces bien, sabes que no llamo para saludarte.

—Lo imaginé.

—Llamo para ofrecerte un trato.

—¿Un trato?

—Sí. Mi hijo necesita una esposa, y tú y tu familia, necesitan salir de deudas, ¿no es así? —Le dice crudamente Jazmine, fiel a su personalidad.

—Explícate mejor Jazmine. —Le dice Isaías, quien no le sorprendía que ella supiera de sus problemas económicos, pues seguramente lo habría investigado minuciosamente, si había pensado en hacer negocios con él. Jazmine era una mujer que solo averiguaba aquello que le parecía importante, y en ese momento la familia Hermswort lo era.

—Sencillo, quiero que tu hija acceda a casarse con mi hijo, a cambio de que todas tus deudas sean saldadas.

—Eso no es posible. Aurora es una novicia.

—No te niego que me encantaría que fuera Aurora, la esposa de mi hijo, ya que ella es la verdadera Hermswort, pero sé, perfectamente, sobre su situación religiosa, por lo que he analizado a tu hijastra, a Adriana. Es educada, inteligente, bonita, pero sobre todo obediente, y es justo lo que necesito de la mujer que será mi nuera. ¿Qué dices?

—¿Por qué quieres emparentar con nosotros, si sabes que estamos en bancarrota?

—Porque es algo que solo sé yo, y que me encargaré de que nadie más sepa. Los Hermswort, son una dinastía de las más respetadas. Cualquiera que quiera gozar de prestigio, emparentaría con ustedes. Sé que has rechazado a muchos pretendientes de tu hijastra, debido a tu situación económica actual. No tienes cómo costear una boda, pero de eso difiere tu esposa, que cada vez que puede, se pasea por mi empresa, entablando amistad con muchos de nuestros clientes, para luego presentárselos a Adriana, quien no parece estar interesada más que en mi hijo.

Isaías, enojado, por darse cuenta de que su vieja amiga, sabe más de su familia que él, intenta sonar tranquilo.

—¿No crees que debimos hablar de esto personalmente?

—Tengo una junta, y solo necesito una respuesta, ¡no es como si fuéramos a definir el destino del mundo!

—Tengo que preguntarle a Adriana.

—Tú eres su padre, la adoptaste y criaste. La convertiste en la mujer que es. Tu respuesta debería bastar para que ella te obedezca. Tampoco estas en posición de pensarlo, sé que necesitas el dinero.

—Aunque no sea de sangre, tú lo has dicho, he criado a Adriana, como a mi propia hija, y la amo al igual que a Aurora. Y a diferencia de mi esposa, por más necesitado que este, para mí, primero está su felicidad. Así que le preguntaré.

—Está bien. Si dice que si, que me vea en mi oficina antes de la junta. Pero si dice que no… es mejor que no vuelva a la empresa, por qué estará despedida.

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